El rock de la cárcel, que lo bailen los pobres

La antigua prisión de Palma se vació de presos en 1999 y fue adquirida por el Ayuntamiento en 2013. Ahora, Cort quiere aprovechar el solar para construir viviendas

La antigua prisión de Palma (próxima al también ya desaparecido Mustang Ranch, que fue el prostíbulo preferido de algún alcalde de la ciudad) se vació de presos en 1999 y fue adquirido por el Ayuntamiento en 2013, mediante una permuta. Se planteó la idea de convertir el antiguo recinto penitenciario en una residencia de estudiantes de la UIB, pero esta residencia finalmente forma parte del proyecto del Distrito de las Artes, en la zona del Conservatorio. Durante el último Pacto de Progreso se encargó un proyecto a una unión temporal de empresas (una UTE, la llaman) para hacer un centro de creación cultural (tal vez siguiendo el ejemplo de la Modelo de Barcelona). El pasado mes de enero el actual equipo de gobierno de la ciudad, formado por el PP y Vox (inicialmente un equipo encubierto, pero equipo, al fin y al cabo), rescindió el contrato con los siempre odiosos catalanes culturetas, lo que significó tener que pagar una indemnización de siete mil euros a la empresa adjudicataria.

No pasa nada, porque Cort tiene ahora una idea mejor y sobre todo más innovadora, como es mover obra y poner ladrillos. En concreto, la idea es derribar parcialmente el actual edificio y aprovechar el solar para construir viviendas. ¿Qué casta de viviendas? Qué pregunta, viviendas. ¿Viviendas sociales? Sí, claro que sí, viviendas sociales, a ver por quién nos han quitado. Pero tampoco demasiado, ya sabemos que la derecha no es muy amiga del gasto social. El proyecto de construcción lo lleva a cabo el Patronato de Vivienda, pero los pisos que salgan no se incorporarán al parque habitacional del Patronato. ¿Por qué? Ah, quién sabe. Tal vez tenga que ver con el hecho de no ocupar demasiado espacio del mercado con vivienda social y hacerle, así, molesto a los amigos de las inmobiliarias y los fondos de inversión, más conocidos como fondo buitre. El mercado es limitado, aún más en Palma, y ​​debe haber para todos: de ahí que ahora se haya hecho una ley para hacer crecer la construcción y la población de Palma hasta un tercio más de las dimensiones actuales (el alcalde Martínez ya ha declarado que no piensan dejar construir en Son Sardina, pero ya sabemos que la distancia entre lo que se dice). En todo caso, las viviendas que se construyan en la antigua prisión "gozarán de algún tipo de protección oficial". No se sabe, de momento, a quien irán destinados.

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Tampoco se sabe mucho cómo serán, porque el primer paso es la demolición del edificio y –por encima de todo– la expulsión de los sin techo que se han instalado a lo largo de todo este tiempo. 'Aporofobia' es un término relativamente nuevo, acuñado por la profesora Adela Cortina, que designa algo tan desgraciado como innegable: quien causa verdadero rechazo, quien se gana odios con la máxima facilidad, no es tanto los extranjeros o las personas con una religión o un color de piel diferente, como los pobres. En ámbitos suficientemente amplios de la sociedad mallorquina (y, por tanto, de su clase dirigente) la aporofobia se encuentra bien extendida y poco disimulada. El odio a los pobres se reconoce, por ejemplo, en la necesidad de evacuarlos de cualquier sitio donde se instalen, aunque sea un lugar tan lúgubre y faltado de todas las necesidades básicas como una vieja prisión abandonada.

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160 personas sin casa

El Ayuntamiento tenía previsto empezar el derribo del recinto durante el mes de junio, y que antes se hubiera llevado a cabo el desalojo de los ciento sesenta (160) sin techo que se habían refugiado, ya los que se entregó una carta para avisarles de que debían partir de allí. Una carta. El Ayuntamiento advirtió, eso sí, que ninguna de estas cien sesenta (160) personas era menor de edad, para que tampoco dieran demasiada pena. En estos momentos, y de forma no muy sorprendente, el calendario previsto no se ha cumplido y no se han desalojado a los indigentes ni se han empezado las obras. Durante el interludio, no parece que a nadie se le haya ocurrido preguntarse cómo es (qué lo hace, cuál es la explicación, cuáles son los motivos) que en una ciudad como Palma haya cien sesenta (160) personas que no tienen casa y se hayan escondido aquí, entre los restos de un lugar de privación de libertad. Todo ello es deprimente, pero, de repente, en el derrumbe, alguien ha colocado –como vemos en la foto de Ismael Velázquez– una mesita, unas sillas, unos taburetes, recogidos del estiércol, para poder beber café y dar una charla.