Psicolíderes

Algo extraño debe tener el poder político cuando es tan proclive a hacer crecer la corrupción. Parecería que cualquier persona sensata está suficientemente concienciada o que, ante todo lo que hemos visto en la democracia española, catalana e isleña estas últimas décadas –con políticos encarcelados, investigaciones, registros, grabaciones, documentos contables que acreditan las unturas, etc.– cualquier persona medianamente cuerda sabría las cosas pueden salir muy torcidas, y que se puede acabar no sólo en prisión sino deshonrado. Y ya no sólo los antecedentes en todos los partidos políticos que deberían hacer que todo el mundo fuera vivo, sino los múltiples ejemplos que nos ha dado la ficción basada o no en 'hechos reales', o esa forma de ficción que acaban siendo los casos de corrupción internacional; así cuando un político estadounidense –o francés, o de donde sea–, acaba en prisión por culpa de sus malas prácticas, y ahora también de sus malas costumbres en asuntos sexuales.

Cualquiera que tenga algo de memoria sabe cómo acabó el gobierno González, los ministros de Aznar (incluido Jaume Matas), Rajoy y su misterioso 'M. Rajoy' en los papeles del siniestro Bárcenas, todo el estercolero inmenso –y tan memorable– de Unió Mallorquina, la monarquía éticamente desacreditada, por no hablar de los infinitos asuntos podridos de tantos y tantos ayuntamientos que también han ocupado los tribunales y las páginas de la prensa. Que la justicia y la judicatura castiguen todo esto (con más o menos acierto) se ve que no acaba de dar miedo a nadie. O bien deberemos concluir que la corrupción es intrínseca al sistema político, seguramente más a 'nuestro' que a otras partes del mundo.

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El sistema –o el entorno del poderoso, o el clima que rodea a los órganos de decisión política– debe favorecer con demasiada toxicidad que se acaben produciendo situaciones que favorecen la tentación y la trampa. Pero tampoco debemos descartar otra hipótesis: que el juego político es ahora mismo tan demencial y grotesco, tan imposible y loco que sólo pueden sentirse tentados de acercarse a él a cierto tipo de personas.

La política se ha convertido en un entorno tan nocivo, alterado, demencial y psicológicamente peligroso que sólo puede atraer, ahora mismo, a cierta categoría rara de psicópatas. El oficio de gobernar nunca habrá sido sencillo, pero en la época actual se ha rodeado tanto de peligros, paranoias, partidos tóxicos, ideologías cobardes, y una problemática social tan vasta y compleja, que todo ello alcanza unas dimensiones colosales. Por tanto, la corrupción viene de la mano de la psicología que acompaña a unos personajes que, sólo desde una dosis de ego loco y descomunal, pueden pretender gobernar no sólo un partido, sino un país. ¡Y hacerlo bien!

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Esta casta de personas sólo pueden funcionar medianamente operativas –y sobrevivir meses y años en política– con unos egos alterados, y es ahí donde se fragua el espejismo de una impunidad y una omnipotencia que lleva indefectiblemente a hacer toda casta de jugadas indignas. La corrupción económica viene de la mano de una degeneración insana de la labor política y del debate parlamentario correspondiente, de la crisis de la prensa sensata y de la fijación en la demagogia algorítmica de las redes sociales.