Odio y atención
Desde el genocidio de Ruanda que sabemos que los medios de comunicación pueden desempeñar un papel terrorífico a la hora de transmitir mensajes de odio contra determinadas minorías. La 'radio del odio', como se la llegó a conocer, fue decisiva para dar consignas a los hutus para que salieran a matar tutsis a machetazos, como se demostró sobradamente ante el Tribunal Penal Internacional. Esto ocurrió en los años 90 del pasado siglo, pero no hace falta decir que ahora las redes sociales pueden haber tenido un rol similar en otros atolondrados, ya dentro del siglo XXI, así en el año 2017.
Fue en Birmania o Myanmar, cuando Facebook sirvió para hacer llegar a las masas mensajes de odio contra la minoría rohingya; esto provocó miles de muertos –en torno a 20.000– y el exilio de 700.000 personas hacia Bangladesh. Son hechos admitidos por Facebook, por informes de la ONU y de Amnistía Internacional. Se ve que las redes sociales que debían unirnos –y prodigar la felicidad– también pueden servir para alimentar a los asesinatos de masas. Facebook pudo invertir en moderadores, programar los algoritmos para detectar el odio, eliminar los perfiles falsos, promover después la transparencia y la rendición de cuentas, además de ayudar en los procesos judiciales posteriores. Ahora mismo las redes transmiten noticias falsas y propagan mentiras ideológicamente dirigidas, sirven para extender la paranoia y la animadversión, y magnifican problemas puntuales para que parezcan, a ojos de las masas, amenazas escalofriantes.
En Murcia ha habido los altercados de Torre Pacheco, con la salida a la calle de miles de radicales, parece que en la cacería de los inmigrantes. Por suerte, no ha habido víctimas mortales, pero sí palizas y negocios regentados por magrebíes que deberían cerrar. Ni que decir tiene que en todo esto están las redes sociales también han sido decisivas. Durante aquellos días de julio hubo hasta quince veces más mensajes de odio. ¿Qué debían hacer los propietarios de estas plataformas? ¿Qué habrían hecho si se hubiera dado la misma realidad que en Ruanda o Myanmar, y, aunque no estuviéramos hablando de miles de muertos, sí hubiera habido alguna víctima irrecuperable?
Hablamos de la censura en las redes, ya los usuarios no suele gustarles que no les dejen colgar sus contenidos, sean fotos con pezones u opiniones que cargan contra los poderosos –banqueros, políticos o reyezuelos–, pero que te eliminen un mensaje que apunta contra una minoría no deja de ser una forma de censura, a cuyo favor se. Siempre se ha dicho que la libertad de expresión no debe incluir la libertad de llamar fuego en un teatro lleno, y tampoco la de apuntar que quien ha provocado el fuego sea un inmigrante, se tengan o no pruebas de esa circunstancia. Las redes no crean el odio, pero lo magnifican y sacan rendimiento económico, porque este tipo de mensajes son fácilmente virales. Han logrado hacer de las bajas pasiones un mercado, el de la atención descabellada. Y la única forma de que esto no genere beneficios son las multas.