Tal vez uno de los rasgos definitorios de la experiencia humana del siglo XXI sea esa incomodidad que muchas personas sienten (o sentimos) en relación con nuestro cuerpo y las inquietudes que se derivan en el plano de la identidad. Es la "suciente de tener un nombre, / suciedad de tener piel, / suciedad de una matriz trabucándose / con todos los hijos que no tendrán", que dice Maria Sevilla a Dientes de pulpa, y que reposa sobre siglos prácticamente incuestionados de sistema cisheteropatriarcal, de unas normas de género rígidísimas y de un paradigma que apenas lleva décadas empezando a cambiar.

Nos sentimos incómodos, sí, pero últimamente (un 'últimamente' que se alarga durante más de setenta años) nos hemos atrevido a hablar de ello y decirlo. Es en este contexto que han aflorado los feminismos y la lucha LGBTIQ+, y es a partir de ahí también que han empezado a cambiar algunas cosas. Quien tiene derecho a un sueldo y quien debe trabajar para los demás sin cobrar. Quien puede casarse, con todos los derechos que esto supone, y quién no. Quien puede adoptar y quién debe ser alejado (antes se llamaba así, y todavía hay países en los que esto es un argumento) de los niños. A grandes rasgos, ido, hemos mejorado, o al menos hemos empezado a afrontar algunos temas que nos afectan como personas y cuerpos diversos que somos.

Cargando
No hay anuncios

Sin embargo, ocurre que toda reforma va acompañada de una contrarreforma, y ​​los primeros signos de esta ya empiezan a asomarse. Ante la irrupción de las identidades queer y trans en la conversación colectiva y la cristalización de los principios más básicos de los feminismos, dos tendencias han venido a contrarrestar este cuestionamiento en el patriarcado: son las nuevas masculinidades y la reivindicación de la figura de la tradwife, la esposa tradicional. O lo que es lo mismo, una idea altamente idealizada de los 'hombres nuevos' y la sublimación de las mujeres sumisas de siempre.

Ellos han elegido el espacio que hasta hace poco ostentaban por completo: series, novelas, medios de comunicación, incluso ámbitos de la academia que ya daban por perdidos. Los 'nuevos machos', más cultos, más sensibles y más deconstruidos, ahora reivindican con voz de casi víctima "volver a tener voz" en el debate colectivo, como si nunca hubieran sido excluidos. Ellas, en cambio, defienden una elección supuestamente libre de los valores conservadores, aquellas tareas del hogar y de crianza que las feministas de los años setenta tanto lucharon por repartir así como tocaba. Su espacio son los reeles, los vídeos de TikTok y los feeds de las influenciadoras, con contenidos del estilo “cómo preparar la cena para una familia de ocho” o bien disciplinas como la cerámica o las labores.

Cargando
No hay anuncios

Naturalmente, cada uno debe hacer lo que buenamente le plazca, y no seré yo quien se meta dentro de las casas (¡ni los cuerpos!) de esta buena gente. Sin embargo, a menudo es importante saber distinguir el grano de la paja, y diferenciar las nuevas propuestas de vida y de identidad de las viejas formas patriarcales de siempre. Con un remarcable y trabajado rebranding, eso sí.