Estados Unidos y la normalización del fascismo del siglo XXI

No deja de sorprenderme la tremenda capacidad que tenemos de tragarnos el fascismo del siglo XXI que representa a Donald Trump y de paso, de normalizar lo que hace justo un siglo derivó en uno de los peores episodios de la historia de la humanidad. La patética imagen de los líderes europeos en la cumbre Trump-Putin sobre Ucrania es la evidencia de que a la UE le cuesta más tener una posición propia que seguir subordinada en Estados Unidos, por mucho que éstos vayan en contra de los intereses europeos, como también se ha visto con los aranceles.

Desde la pandemia, la fascistización de la sociedad y la política norteamericana ha ido a toda máquina, impulsada por la propaganda y la concentración de capital y poder mediático. El propio Trump es un magnate de los medios de comunicación, un modelador de la opinión pública en un país donde el Partido Demócrata no ha sido capaz de emanciparse del mismo capital que ha llevado a Trump a la Casa Blanca, y donde los malestares sociales son tan profundos como irresueltos.

Cargando
No hay anuncios

La relación del "país de la libertad" con el fascismo no es nueva, y nos remite a la segregación racial que imperó hasta bien entrada la segunda mitad del XX, impidiendo el acceso de las personas negras a la educación, el transporte público y la representación política, entre otros. El nazismo también tuvo un amplio eco en la sociedad norteamericana de hace un siglo, cuando personajes como Rockefeller financiaban los experimentos eugenésicos del Tercer Reich, y Henry Ford se convertía en una "inspiración" para el propio Hitler, tal y como éste explica en el Mein Kampf. El fuhrer aplicó la cadena de producción en masa a los campos de concentración del Reich, y condecoró a Ford en 1938.

Aunque con la entrada oficial de EEUU en la II Guerra Mundial en el bando de los aliados supuso la prohibición o limitación de actividades de las organizaciones nazis y fascistas en el país, lo cierto es que durante los años de occidente persiguió con fuerza fueron las personas acusadas de simpatizar con el comunismo: desde artistas como Chaplin y Orson Welles a científicos como Oppenheimer y Einstein. Los y las comunistas de hoy serían todos aquellos considerados woke, por no decir aquellos que planteen cualquier mínima crítica o alternativa al reaccionario Make America Great Again (MAGA).

Cargando
No hay anuncios

EEUU de Trump encarna a la perfección la definición de fascismo de intelectuales como Paxton: la conversión de la inmigración en el enemigo interno y la invención de enemigos externos como el Islam y Venezuela; el negacionismo tanto del cambio climático como de la ciencia, sintetizado en la máxima del vicepresidente Vance de "las universidades son el enemigo"; un nacionalismo tan excluyente como contradictorio con una nación construida a partir de la inmigración; la criminalización del feminismo y de toda diversidad de la mano de una virilidad agresiva; y la concentración de poderes, después de que la Corte Suprema haya limitado el poder y la autonomía de los tribunales federales; y la reciente creación del ICE, un cuerpo armado paralelo a la CIA y el FBI, encargado de las razias contra las personas racializadas… Sin mucho espíritu crítico nos tragamos, como si fueran anécdotas, hechos gravísimos que ocurren allí, pero que van irradiando también nuestra sociedad, no sólo a través think tanks de la extrema derecha conectada con el trumpismo sino también y sobre todo de la cultura.

Por supuesto que en el trasfondo están las condiciones materiales de la gente y la transferencia de capitales hacia los más ricos, pero la cultura es la principal variable en cuanto a la naturalización del fascismo, y Hollywood, la herramienta que hace que seguimos considerando acríticamente a Estados Unidos como los "buenos" de la película... salvan el mundo entero de la enésima amenaza alienígena… Y lo que ocurre en Estados Unidos –donde el estado del bienestar ya no existe, donde la violencia armada y sistémica es parte del día a día– acaba tarde o temprano ocurriendo aquí, aunque también se puedan presentar resistencias.

Cargando
No hay anuncios

Por tanto, la respuesta al fascismo, además de política, debe ser cultural. Y esto empieza por descolonizarnos de la cultura de masas estadounidense, tan presente en nuestra cotidianidad. No por vetarla, como ha hecho occidente con los creadores rusos, sino por mirándola críticamente. Pero también implica ser capaces de imaginar, colectivamente, una sociedad no distópica en la que todo el mundo pueda disfrutar de una vida digna de ser vivida. Una sociedad en la que la aspiración de las personas empobrecidas no sea ser millonarias, ni la de las mujeres reproducir los roles de poder patriarcal, ni la de los ecologistas refugiarse en el huerto particular. Una sociedad en la que los matones no sean los líderes ni del mundo ni de una comunidad de vecinos. Y dónde la cultura sea una herramienta para hacernos libres y no para adoctrinarnos.