Conversaciones nocturnas con personas uniformadas
Utilizando frases hechas, exactamente, la cabecera de este escrito podría ser 'empezar la casa por el tejado' o 'no dejes que la realidad te estropee un buen titular'. El tejado y el titular son el de arriba. Ni por un momento, pienso hablar de rearme, ni de la elevada temperatura de la rentrée política de este otoño, que anticipan un futuro negro. Lo haremos del clima del verano y otros temas de sociedad, a ver si rascando encontramos algún cimiento.
Los veranos siempre traen novedades, la de este año han sido las numerosas llamadas a la Policía Municipal, a altas horas de la noche, quejándose por el volumen excesivamente elevado de la música en algunas fiestas. Por la respuesta te das cuenta de que es un clásico. La Policía Municipal se ha convertido en una suerte de teléfono de la esperanza para 'ruido nocturno cero'. Cabe decir que los funcionarios que te atienden son de una exquisita amabilidad y comprensión, incluso, aguantan la conversación sin mostrar incomodidad alguna. Cuando el ruido viene del lado del bosque, si usted llama y la conversación telefónica se alarga un poco, posiblemente le expliquen que los causantes de la incidencia son "los madrileños".
"Los madrileños" son los habitantes de una especie de 'corral' de nueva construcción, en torno a un área interior de jardín, patio y piscina, formada por edificios iguales y uniformes, que coloquialmente se conoce con el nombre de Gran Hermano, dado que, por su configuración, todo el mundo puede vigilar a todo el mundo. Se han convertido en un asentamiento impertinente, donde los habitantes habitualmente celebran fiestas nocturnas en el jardín-terraza de la cubierta de los edificios. Los apartamentos, por ahora, afortunadamente, están ocupados mayoritariamente sólo unas pocas semanas al año; aunque esto sea un desperdicio del espacio, se agradece. En agosto, cuando están en plena ocupación, es habitual ver a los camiones que chupan mierda del alcantarillado de la calle. Problemas en el aire y en el subsuelo.
Si el exceso de decibelios tiene su origen en la azotea del 'panóptico foucaultiano' de los madrileños, la eficacia de la llamada nocturna a la autoridad municipal es constatable; aunque poco tiempo después, a veces, tenga que repetirla, ya que la colonia capitolina vuelve a reafirmarse desde las alturas (Diccionario Alcover-Moll, 'colonia': "Establecimiento fundado por un cierto nombre de ciudadanos de una nación que poblarán una tierra alejada de su patria y siguen perteneciendo a ésta"). Sin embargo, si el ruido se produce en un espacio público concesionado, mejor no llamar, ya que por experiencia se sabe que hasta las dos de la madrugada no se desvanecerá. En este caso el engranaje municipal chirría, afloran las contradicciones 'intraurbanas'. Vivimos en un país donde, a veces, el interés general es interpretado de forma provinciana: "El negocio está por delante de los derechos del ciudadano".
Hubo un tiempo en el que se presumía de balneario, la orilla de mar era rocosa y los establecimientos hoteleros tenían el solarium a raíz del agua, en concesiones al dominio público. Un paisaje y un lugar singular. Las terrazas de porte, por la noche, hasta que cerraban, se convertían en paraje de conversaciones tranquilas y, para los más tranuitadores, la fiesta seguía en la discoteca y en el interior de los bares de copas. Hubo empresarios que hicieron fortuna y trabajadores que trabajaban prácticamente todo el año. Estacionalidad débil. Pero, llegó el día, que llenos de éxito, algunos tuvieron la 'brillante' idea de canjear los soláriums por una playa artificial, que es lo mismo que decir contranatural. Las sillas dobladas de tela de ropa a rayas de colores estivales en las antiguas concesiones se convirtieron en la playa en hamacas para alquilar. El alma balnearia quedó herida de muerte, sólo quedaba dejar pasar los tiempos para institucionalizar la estacionalidad más radical y poner las calderas a toda presión durante un período de tiempo limitado para cubrir las necesidades de todo el año.
El paseo diario por la acera de la playa antropogénica, de un tiempo a esta parte, ha adquirido un valor estadístico: permanentemente, a cualquier hora del día, hay hamacas sin ocupar en un porcentaje que a menudo supera con creces las que están ahí. Por el contrario, en el otro extremo del área urbana, más resguardada del viento, la exigua cubierta de arena lleva tiempo a cuarto menguante. Los paddles surf sirven de artefacto flotante donde tomar el sol, en una versión sofisticada del antiguo neumático que se utilizaba de flotador. Anticipan un paisaje distópico, en el que el aumento del nivel del mar provocará la reducción de la capa de arena donde poner la toalla y la zona de baño se llena de estos solariums de bolsillo flotante. Nueva oportunidad de negocio: abundarán las pequeñas mafias de alquiler de muertos para amarrar las tablas, que dejarán en nada el actual negocio organizado de amarre para barcos.
No se puede generalizar, ni desde la terraza llegar a grandes conclusiones, aunque el excepcional Miquel dels Sants Oliver lo hiciera en su día. Pero son muchos los indicadores que anticipan que el modelo de crecimiento se está agotando y entrando en una zona de "no confort"; aun, las grandes cifras económicas comienzan a tambalearse (las pequeñas siempre ha dejado mucho que desear). Efectivamente, el cambio climático, los impactos costeros, la vulnerabilidad del medio y la sobreexplotación de recursos, podría llevarnos al momento de las 'no cosas', en las que la fortaleza muta a debilidad estructural.
En mi paseo por el espacio y el tiempo he hablado de la discoteca y bares de copas para los más tranuitadores; después, llegó el momento en que los nocturnos hombres de uniforme perseguían las botelladas de los jóvenes; y, ahora, se llama al teléfono del ruido. Esto no es la noche de los ignorantes, quizás vuelva a ser tiempo de La Clave (programa nocturno de televisión española referente imprescindible en los años de la transición democrática). Ha llegado la hora de dejar de creer al morir de éxito, para empezar a pensar en el peligro de agonizar de estulticia.