Burocracia 2.0
Prácticamente cualquier término puede tener un uso recto o denotativo –recogido asépticamente por el diccionario– y un uso intencionado o connotado, que 'enriquece' la palabra con toda casta de valores asociados, tanto positivos como negativos.
La connotación de un término puede ser general y derivar del uso compartido del lenguaje –todo el mundo sabe que la connotación de 'blanco' es más positiva que la de 'gris' o 'negro'– o ser más restringida y coyuntural, y derivar de factores más contextuales: uso irónico o metafórico, cualquier caso, significa... en palabras, entonación, moda lingüística original, que convive pacíficamente con las connotaciones superpuestas. Milagros de la polisemia emocional.
Sin embargo, hay casos en que la connotación negativa de una palabra es tan intensa, que acaba borrando el significado original –neutro– y ya sólo puede ser descifrada en términos abiertamente peyorativos. Es el caso de 'burocracia'.
Solemos considerar que la burocracia es uno de los males de nuestro tiempo y una lacra que ha intoxicado muchos de nuestros procesos cotidianos: interlocución con la administración, sistemas de calidad, solicitudes e inscripciones, concursos y demandas, protección de datos, protocolización de los procesos, planes obligatorios, inspecciones prescriptivas, actos y estatutos. 'burocracia' y acabamos pensando que la única documentación buena es la que no existe. Error.
Documentar racionalmente planificaciones, procesos y resultados es la base de cualquier funcionamiento democrático y de igualdad de oportunidades. Y sólo una documentación correcta y equilibrada garantiza la transparencia, seguridad jurídica, participación y memoria, que no son cosas menores.
Sin embargo, cualquier proceso humano es propenso a la degradación progresiva y los corpus documentales, que no son una excepción, tienden, primero, a la hiperplasia y, finalmente, al absurdo. Lo que debía ser simple y claro resulta excesivo, innecesario, indescifrable, redundante... y, lógicamente, inútil. En este sentido, la burocracia es la máxima alteración de la relación entre una acción y su función. Seguir los procesos de forma rutinaria, repetitiva, estereotipada, automatizada... sin reflexión ni aprendizaje, sin debate ni revisión. Y olvidando totalmente el objetivo inicial. Esto es exactamente la burocracia en la más oscura de sus acepciones,
Uno de los campos en los que más ha cuajado la conciencia antiburocrática ha sido el medio escolar, hasta el punto de que la lucha contra el exceso de procesos burocráticos se ha convertido en una de las dialécticas reivindicativas más visibles del sector: los sindicatos lo exigen y la Conselleria se deshace en promesas y buenas intenciones. Literalmente 'se deshace', porque las nuevas plantillas de los 'Elementos de Concreción Curricular' y las flamantes 'Unidades de Programación' son todo un poema. Con acróstico y estrambote.
Sin embargo, esto no significa que el medio educativo no tenga que necesitar una fijación documental –práctica y ajustada, eso sí– que sea la base teórica compartida, sobre la que construir eficazmente una práctica diaria planificada, argumentada y colaborativa.
Si la programación anual –planificación estratégica y temporalización de objetivos, recursos y actividades–, o la memoria del curso –revisión del proceso y propuestas de mejora–, o los claustros de profesorado –máxima expresión del debate pedagógico del centro– son vistos como 'burocracia', es que algo grave falla. Pero no en la documentación, sino en la praxis.
Pero curiosamente, mientras se intenta desterrar el papeleo inútil que secuestra el tiempo y la atención, otra burocracia absurda, pero más moderna e indolora, va ganando terreno: la inteligencia artificial. Sorprende ver cómo se ha normalizado que los alumnos preparen las tareas con IA y que los docentes reciban adiestramiento de cómo detectar las tareas de los alumnos que han sido generadas artificialmente. Pero también que reciban formación oficial para aprender a manejar los chatbots para que sean ellos que seleccionen los contenidos, preparen las clases, interactúen artificialmente con los alumnos y las familias, generen los documentos de planificación y evaluación, corrijan trabajos y tareas...
Si entendemos la burocracia como la dislocación máxima entre una acción y su sentido, suplantar con IA los roles escolares, debe ser su máxima expresión. Por muy moderna que nos parezca y por muy práctica que nos resulte.
Es lo que explica Antoni Salvà en BlueSky: "Si los centros redactan las programaciones y los documentos curriculares utilizando IA y la administración educativa (Inspección) los procesa y genera un retorno por los centros con estas mismas herramientas, tendremos un mundo burocrático paralelo tan insólito como inútil". Igualmente.