Pedro Oliver: "Desde Dinamarca, cuesta casi lo mismo viajar a Mallorca que a Tailandia"

Presidente del Colegio Oficial de Guías Turísticos de las Islas Baleares

PalmaPedro Oliver, presidente del Colegio Oficial de Guías Turísticos de las Islas Baleares, conoce de cerca tanto al sector público como al privado de su área. Estudió Turismo en la Universidad de Brighton (Inglaterra). Se inició profesionalmente en Ultramar Express, la antigua receptiva de TUI. Más adelante se incorporó al Ayuntamiento de Palma para dirigir el Instituto Municipal de Turismo antes de pasar a la empresa privada y, por último, ejercer como guía turístico autónomo. Profesor asociado en la UIB y en Felipe Moreno, está especializado en eventos corporativos y también sostenibles.

¿Cuál es la misión del Colegio?

— Velamos por el bien de nuestro destino y del medio ambiente. Promovemos un modelo turístico responsable y equilibrado que beneficie a las familias de aquí y se aleje de la explotación. De noviembre a marzo nos formamos y reciclamos. Contribuimos tanto a la profesionalización del sector como al bienestar del destino.

¿Qué titulación se pide para ser guía en Baleares?

— El camino más directo es el grado en Turismo por la UIB, que otorga automáticamente su acreditación. También se puede acceder a ellos con un grado superior específico de FP o, con otros estudios, mediante un examen convocado por los consejos insulares, que evalúan los conocimientos y el dominio de idiomas. Se requieren cuatro, aunque hay guías que dominan más.

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El Colegio reclama estas convocatorias, pero no llegan.

— En Mallorca hace veinte años que las reclamamos. La falta alimenta su oferta ilegal: cerca del 60% de quienes hacen tours no están acreditados y apenas hay inspecciones. Muchos profesionales formados en otras áreas o en el extranjero no pueden obtener la licencia. El Colegio se ha ofrecido a colaborar con la Administración para organizar los exámenes, pero no se ha aceptado. La escasez de guías legales genera sobrecarga a los profesionales. Las jubilaciones agravan la situación y la falta de control perjudica a los turistas ya la imagen de Mallorca.

Entonces, ¿cualquiera puede ejercer de guía?

— Exactamente. Las empresas contratan sin control: pagan lo que quieren, a veces en negro o con contratos que no corresponden. Es una economía precaria que no genera riqueza ni estabilidad. La carencia de inspecciones y sanciones ha normalizado la ilegalidad.

¿Qué gana un guía oficial?

— Depende del servicio y del cliente. Una visita guiada de medio día puede pagarse a 250 euros. La mayoría de guías son autónomos; algunos trabajan con agencias u operadores turísticos por tener estabilidad. Es una profesión competitiva: si dejas a un grupo insatisfecho, es difícil que vuelvan a contratarte.

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¿Qué opinión tiene sobre la limitación de grupos guiados en Palma?

— Es una medida positiva. El turismo sostenible absoluto no existe pero podemos hacerlo menos insostenible. Limitar a los grupos reduce el ruido y la saturación, mejora la experiencia y favorece al residente. No todo el mundo lo ve igual: algunos piensan que más turistas significa más trabajo, pero con pequeños grupos el servicio es mucho mejor. Tras las presiones de agencias internacionales, el límite quedó en 35 personas, mejor que las 70 anteriores, aunque insuficiente. Si no se aplica una política insular, la presión se trasladará a municipios como Sóller y Valldemossa. El problema de fondo es estructural: las grandes empresas maximizan los beneficios, mientras que los residentes sufren su impacto.

¿Cómo ve la masificación y el 'colapso' turístico?

— La masificación refleja un modelo sin control ni planificación que agota los recursos y expulsa a los residentes. Nuestros hijos deben partir porque no pueden vivir aquí. Existe contaminación, precariedad y concentración del beneficio en manos de fuera. Decimos que queremos limitar cruceros, pero ampliamos el puerto; queremos menos turistas, pero el aeropuerto crece; queremos limitar hoteles, pero fomentamos el alquiler vacacional. Son contradicciones de un sistema que se desborda. Necesitamos un turismo consciente, que valore la cultura y el entorno. El modelo ideal concentra la temporada de abril a octubre, con un visitante senior, respetuoso y de mayor interés cultural.

¿Qué futuro prevé para el sector?

Mallorca será un destino cara, se encamina hacia un destino de lujo y atraerá a turistas con más poder adquisitivo. La apertura internacional es una realidad y el perfil del visitante está cambiando rápidamente. Ya hay menos tours y menos consumo en bares y restaurantes. El cliente low cost se concentrará en meses fuertes, pero el cambio ya ha comenzado: la ciudadanía está más concienciada y la política empieza a reaccionar.

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¿El turismo de bajo coste desaparecerá?

— Se irá desplazando hacia otros destinos. Hoy, desde Dinamarca, cuesta casi lo mismo viajar a Mallorca que a Tailandia. Sin embargo, el turismo de sol y playa sigue siendo esencial: si perdiéramos gran parte de la demanda estival, se reducirían los vuelos y las conexiones, lo que afectaría al resto del año. No basta con subir precios: una caída del 30% sería un fuerte golpe, incluso para primavera y otoño.

¿Cómo pueden los guías contribuir a reordenar el turismo?

— Reclamamos convocatorias para guías legales, más inspecciones y límites de grupo. Esto beneficiaría a turistas, guías y residentes. Sin embargo, con sólo 20 inspectores en Baleares, frente a los 90 de Barcelona, ​​el control es del todo insuficiente. Los fondos de inversión que gestionan alojamientos turísticos tampoco publican su oferta de forma transparente, lo que dificulta su fiscalización.

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¿Los turoperadores han perdido peso?

— Entre los jóvenes, sí. Huyen de los paquetes turísticos. Pero los turoperadores siguen teniendo mucho poder: son intermediarios, llevan clientes y venden caro. Si no se logra conectar con el público joven, el futuro será incierto. Sin embargo, Mallorca se está orientando hacia un turista con mayor poder adquisitivo: menos volumen, más gasto por visitante. Esto implicará una pérdida de negocio durante el verano, pero llegará a un turismo más rentable y menos masificado.

¿Qué tipo de intrusismo detecta?

— Presentamos denuncias constantemente. Es raro que pase una semana sin que recibamos fotos o avisos. Después de siete años sin inspecciones, se reanudaron en el mes de abril, pero todavía se hacen pocas. Los infractores actúan por saber que el riesgo de ser sancionados es mínimo. También existe una gran sensación de inseguridad. Nos resulta frustrante ver lo fácil que sería poner fin a los carteristas si se aplicaran medidas sencillas. Los guías nos enviamos fotos y avisos para alertarnos entre nosotros, pero la Policía podría aprovechar esta información y actuar de forma más eficaz. Hay tres puntos especialmente vulnerables: el castillo de Bellver, la Calobra y la Seu.

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¿Qué diferencias note según la nacionalidad del visitante?

— El poder adquisitivo marca mucho su comportamiento. Hemos perdido presencia de ingleses y alemanes, aunque llevan décadas viniendo a Mallorca; generaciones enteras. El Brexit y la recesión han reducido su gasto, aunque siguen siendo fieles y serios. El visitante de Estados Unidos es de alto poder adquisitivo. Puede pagar 2.000 euros sólo por un vuelo. No tiene tanta conexión con la historia o el arte, pero es muy abierto y curioso. Le gusta probar la gastronomía local: no tiene ningún problema en comer caracoles o un arroz sucio. En cuanto a los asiáticos, especialmente japoneses y chinos, llegan más que antes. Para ellos, el sol y la playa no son un reclamo cultural, pero cada vez muestran más interés, por lo que es importante formarnos para saber atender mejor este mercado.