Observatorio

Viena, 1812- Pollença, 2025. La clausura, en mi bemol mayor

Paul Lewis al piano con la Orquesta Sinfónica de Tenerife cierra el 64º Festival de Pollença

PollençaViena, febrero 1812, Carl Czerny, discípulo de Beethoven, estreno en la ciudad imperial el Concierto núm. 5 en mí bemol mayor op. 73, posteriormente bautizado y reconocido como Emperador, el último de estas características que compuso el genial maestro de Bonn y el primero que ya no pudo estrenar a sí mismo a consecuencia de su sordera. Pollença, agosto 2025, Paul Lewis, acompañado por la Orquesta Sinfónica de Tenerife, dirigida por Víctor Pablo Pérez, inició el concierto de clausura del 64 Festival de Pollença. Johann Friedrich Rochlitz, director del Allgemeine Musikalische Zeitung, escribía: "Sin duda, uno de los conciertos más originales, más llenos de inventiva y más eficaces de todo lo escrito, aunque uno de los de más difícil interpretación". Añadiremos una pequeña y escasa adenda. La tonalidad ya anuncia su originalidad desde el primero fortissimo, en mí bemol mayor,a cargo de la orquesta, contestado con la misma bravura por un piano que parece estar interpretando una cadencia de principio a fin de este monumental primer movimiento. Un claro e imponente augurio de lo que vendría a continuación con una interpretación sólida y vigorosa, virtuosa, por supuesto, pero sin perder ningún detalle ni uno de la inabarcable cantidad que atesora una paleta infinita. La orquesta, con el siempre templado director, no era comparsa de esa historia; de hecho, tras esta introducción la orquesta mostró todas sus virtudes, potencia y eficacia, con un ritornello de casi cien compases, hasta volver al juego inicial, con un acorde poderoso y la réplica pianística correspondiente, pero reconduciendo ya la narración hacia un segundo movimiento de una delicadeza copsadora. Veinte minutos, veinte, de una excelencia y calidad indiscutible. Del segundo movimiento, en mi bemol menor, brotan toda una serie de sensaciones, con las que nos hace olvidar enseguida la exuberancia de su precedente, como si entráramos en otro universo, a partir de una emotiva introducción orquestal y una etérea respuesta por parte del solista, que de nuevo sigue su cadencioso camino Rondó finale, de nuevo exhibiendo el vigor inicial y heroico de una partitura impecable e implacable, interpretada por unos protagonistas que mostraron una perfecta y armoniosa conjunción que hace pensar en la simbiosis ideal, con la cuadratura del círculo. Mamballetas y bis. Schubert, elAllegretto en do menor, indiscutible heredero de una tonalidad que Beethoven también dominaba y que merecería otro artículo que no es éste.

La segunda parte, en las antípodas, pero en las antípodas de todo, con Shostakovich como protagonista, de quien ofrecieron, en primer lugar, y cambiando el orden del programa, la Marcha fúnebre op. 55, de la película The Great Citizen, seguida de la alegría de una corona rellena de espinas. La gran respuesta que nadie esperaba. Con la Sinfonía núm. 9, en mí bemol mayor, el compositor que más leyendas y conjeturas ha suscitado, ya que la verdadera historia no la sabe nadie, sorprendió a la audiencia con una novena que parecía que iba a ser monumental y la convirtió en un scherzo de cinco movimientos y tan sólo veinticinco minutos de duración, más o menos. Otra exhibición de versatilidad con una orquesta que parecía pasarlo tan bien como seguramente lo pasó el autor y, por supuesto, Víctor Pablo Pérez. Es decir, que si el Emperador la hemos tachado de original, resulta difícil, casi imposible, encontrar un adjetivo con el que hacer un mínimo de justicia a una pieza tan brillante y estrafalaria como surrealista, y una interpretación, de nuevo, impecable, para una partitura con no pocas sorpresas y matices. Un gozo, una clausura inmaculada, en mi bemol mayor, que la redondeó el maestro con el obsequio de un pequeño y enérgico Stravinski.