Lengua

Del protosinaítico a los emoticonos: ¿cómo han cambiado las formas de escribir?

Cada día escribimos sin pensar demasiado: mensajes de WhatsApp, notas en el móvil, búsquedas en Google, etc. Detrás de esta actividad tan rutinaria hay una historia larga y diversa, y el futuro inmediato, entre emoticonos, audios y nuevos códigos digitales, no hace pensar que esta diversidad tenga que desaparecer

PalmaSi alguien hubiera dicho a los humanos del paleolítico que un día enviaríamos mensajes con caras amarillas, la reacción habría sido seguramente de desconcierto. Sin embargo, el mecanismo no les habría resultado del todo raro. Las pinturas de Altamira o Lascaux, con animales y escenas de caza, no eran textos pero sí una forma de comunicación visual compartida en el grupo. Éste es, según algunos, el antecedente más antiguo de la escritura: no porque hubiera lengua escrita, sino porque había signos con intencionalidad.

Esta comunicación visual se hizo más compleja con las primeras ciudades de Mesopotamia. Las tablillas de arcilla servían para registrar sacos de grano, animales, jornales o impuestos. Primero se utilizaban pictogramas, es decir, signos que representaban objetos. Sin embargo, la administración de un estado requería distinguir matices (acciones, cantidades, funciones) y los pictogramas se transformaron en ideogramas. La necesidad de ir más allá hizo aparecer finalmente los fonogramas, que representaban sonidos y suponían un paso imprescindible para poder escribir lenguas reales.

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El sistema egipcio

En Egipto ocurría algo parecido, pero con una organización propia. Los jeroglíficos combinaban logogramas (un signo equivalía a un objeto o una idea), fonogramas (un signo representaba un sonido) y determinativos (que eran signos añadidos que aclaraban el significado de una palabra). Este sistema mixto era muy rico pero exigente: para dominarlo era necesario memorizar cientos de signos y, además, la mayoría de la población no tenía acceso a esta formación.

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Es en este punto que podemos considerar que aparece una de las 'sorpresas' más destacadas de todo este proceso. Así, la investigación apunta a que el primer alfabeto fonético no surgió de una gran corte sino en un contexto práctico: el de las minas del Sinaí, en el segundo milenio antes de nuestra era. Trabajadores semitas, expuestos a los jeroglíficos pero sin la formación para utilizarlos, reaprovecharon algunos signos icónicos para darles un valor fonético basado en el sonido inicial de la palabra en su lengua. Así, el dibujo de una casa (un logograma egipcio) pasó a representar el sonido 'b' (el primer sonido de bayt, 'casa'). Este sistema es el que hoy llamamos protosinaítico y está considerado el antepasado directo de todos los alfabetos semíticos.

A partir de este protosinaítico y de otras variantes locales nació el alfabeto fenicio, un sistema de poco más de veinte signos consonánticos. Era práctico, fácil de aprender y perfectamente funcional para la comunicación comercial. Los fenicios lo difundieron por todo el Mediterráneo gracias a su actividad marítima.

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Cuando los griegos lo adoptaron, hicieron una aportación decisiva: la introducción de las vocales. Aquel cambio convirtió al alfabeto en un sistema fonético mucho más preciso y capaz de representar cualquier palabra de forma unívoca. El latín, más tarde, adaptó al griego y acabó extendiéndolo por Europa –y, con la colonización moderna, por buena parte del mundo.

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Todo ello podría hacer pensar que la historia de la escritura desemboca de forma natural en el alfabeto latino. Pero, si miramos al planeta, ocurre exactamente lo contrario. Hoy conviven cientos de sistemas de escritura, algunos de los cuales utilizan principios muy distintos.

En Asia Oriental, la escritura china sigue funcionando principalmente con logogramas: cada carácter representa un morfema o una palabra. El carácter de 'sol', por ejemplo, deriva de un dibujo antiguo del propio astro. En Japón, se emplean tres sistemas simultáneamente: kanji (logogramas), hiragana y katakana (dos silabarios fonéticos). En India y en el sur de Asia, las escrituras derivadas del brahmi trabajan con consonantes que incorporan una vocal inherente modificada con diacríticos. En Etiopía, el alfabeto amárico combina consonante y vocal dentro de un mismo signo.

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A escala global, iniciativas como la de la web The World's Writing Systems catalogan más de 300 sistemas, entre antiguos y modernos, activos o históricos. El atlas permite comprobar que las soluciones que la humanidad ha encontrado para representar el lenguaje son variadas: alfabetos, como el latín o griego; abjads, como el árabe (en el que cada símbolo representa un fonema consonántico); abugidas, como el amárico; silabarios, como los del japonés; sistemas logográficos, como el del chino, y sistemas mixtos.

Sistemas gráficos de ahora

La vida cotidiana actual también ofrece un conjunto de sistemas gráficos que no siempre consideramos "escritura", pero que funcionan de forma similar. Es el caso, por ejemplo, de los emoticonos. A menudo tienen codificación Unicode, lo que significa que se integran en un sistema de escritura digital universal. Algunas son claramente pictográficas (como el emoticono del sol), y otras pueden funcionar como logogramas modernos. Ciertamente, la interpretación puede variar según el contexto (un emoticono del pulgar alzado puede significar 'perfecto' o bien 'dejémoslo así, no tengo ganas de discutir'), pero esto también ocurre con palabras de lenguas naturales. La variabilidad interpretativa no les impide actuar como signos funcionales.

En este sentido, la comunicación digital incorpora elementos textuales y visuales que coexisten con naturalidad. No es un fenómeno desconocido en términos históricos: el propio protosinaítico nació de una reinterpretación de imágenes existentes, y otros muchos sistemas han sido híbridos desde el principio. La flexibilidad es una constante documentada.

El panorama global de la escritura es, pues, muy amplio y demuestra que las formas de representar las lenguas nunca han sido únicas ni homogéneas. Lo que hoy tenemos es el resultado de una acumulación de soluciones prácticas, influencias cruzadas, simplificaciones e innovaciones locales. Y aunque cada sistema tiene su lógica interna, todos responden a una misma función: dar más permanencia –o al menos más durabilidad y transmisibilidad– a una lengua oral que, por naturaleza, es efímera.