Mi abuela es tan 'pickme girl' como yo
No me escondo: desde pequeña he sentido esta urgencia de ser percibida y aceptada por la mirada masculina, llegando a encontrar cierta comodidad en el molde enfermizo que nos crearon a imagen y semejanza de las divas de los noventa y de los 2000
PalmaEl otro día me sorprendí a mí misma reflexionando: "Me gusta esa chica que tiene ahora C. Tangana". Recapitulamos algunos datos sobre quién es él: también se hace llamar El Madrileño o Pucho, aunque su nombre real es Antón Álvarez. Es autor de canciones tan buenas como Tú me dejaste de querer y Laureando en la limo, entre otros, pero también de una polémica foto en la cubierta de un yate rodeado de mujeres que muestran el trasero como si fueran su trofeo. Confundido por la persona y el personaje, a mí me parece que juega a ser un hombre de dos caras, viril y tierno, real y estúpido: irónicamente (?) machista. En definitiva, C. Tangana encarna todo lo que debe tener un chico para enviarte directa al psicólogo, como diría mi amigo Henry. Y ahora resulta que tiene una pareja en la que, inexplicablemente, me resulta más fácil reflejarme.
Ella es Rocío Aguirre, una fotógrafa chilena de 36 años, alejada del foco mediático. Quizá sea este último detalle el que me hace verla como una mujer normal. O quizás porque creo que ella no es como el resto de chicas que salen en la famosa fotografía del yate. Ella no es Ester Expósito ni Jessica Goicoechea, mujeres que –injustamente, ya pesar de ellas– son más famosas por su físico que por su trabajo (como si esto dependiera de ellas y tuviera algún mérito). Ella ha conquistado al hombre que cantaba "Mala mujer, mala mujer / Me han dejado cicatrices por todo mi cuerpo tus uñas de hielo"por su talento, por su manera de ser, no sólo por su buena cara.
¿Y por qué debía ser esto un consuelo? Después de hacer todo este recorrido mental, vi cómo, otro pico, había caído en la trampa. Me buscaba a mí misma en la división bíblica que separa a las mujeres en santas y putas, la génesispickme girl': un término nacido en internet contra el machismo que, finalmente, ha resultado ser bastante misógino. Según Wikipedia, este concepto hace referencia a la mujer que busca la aprobación masculina rechazando los estereotipos femeninos, y que desea ser diferente al resto de mujeres.
Así que allí estaba, la mía pickme girl interior, reclamando validación. Que la fotógrafa hubiera sido la elegida por el hombre de Demasiadas Mujeres me hacía ser algo menos dura conmigo misma. Veía unos estándares realistas, la dosis justa de indulgencia para hacer llevadero ese nivel de exigencia al que me somete, y por el que podrían retirarme ahora mismo el carné de feminista. No me escondo: desde pequeña he sentido esta urgencia de ser percibida y aceptada por la mirada masculina, llegando a encontrar cierta comodidad en el molde enfermizo que nos crearon a imagen y semejanza de las divas de los noventa y de los 2000.
belleza de la mujer' (1975), recogido ahora en Sobre las mujeres (Arcadia, 2025): "No es el deseo de ser hermosa el errado, por supuesto, sino la obligación de serlo; o intentar serlo. Lo que la mayoría de las mujeres acepta como idealización halagadora de su sexo es una manera de hacerlas sentir inferiores respecto de lo que son en realidad (...). Porque lo ideal de." Cincuenta años después, sus palabras mantienen vigentes y brillantes, ayudándome a pensarnos más de cerca, a nosotros ya ese anhelo de ser vistas.
En una de las últimas conversaciones que he tenido con mi abuela me pregunté si ese deseo de ser bella no descansa nunca. Ella, que quedó viuda de mi abuelo hace más de 25 años, me contaba entre líneas que un señor con el que coincide en su centro de día le echaba florecillas. No me lo decía a las claras, pero su actitud –visiblemente halagada– demostraba que ese hombre, a 91 años, todavía guardaba energías para festejar con ella. "Siempre me dice que vengo muy arreglada", relataba con todos los detalles que su hedor de mujer gallega de posguerra le permitía. Era como si la mirada de aquel señor validara su estatus, haciéndola quedar por encima del resto de mujeres del centro, como una verdadera pickme girl: "Es que ellas visten todas con la misma rebequeta siempre". Aunque se hacía la desinteresada, sí le daba importancia a algunos de los gestos de ese hombre –"alto y culto", insistía–, como que hubiera pedido por ella un día que se ausentó. "Yo ni siquiera conocía su nombre", añadió, poderosa.
"Sin duda la belleza es una forma de poder", continúa Sontag en el citado artículo. "Lo lamentable es que sea la única forma de poder que se alienta a conseguir a la mayoría de las mujeres. Este poder siempre se concibe en relación con los hombres; no es el poder de hacer, sino el de atraer. Es un poder que se niega a sí mismo", concluye. Una lástima que Sontag tampoco le llegara a tiempo a mi abuela.