Janáček y la cuadratura del círculo
La explosión cromática fue un inalcanzable caleidoscopio musical que situó esta pequeña gran ópera en el lugar que le corresponde
PalmaLa Guineueta astuta, de Leoš Janáček, podía parecer una ópera menor para inaugurar una temporada, la del Gran Teatre del Liceu. En lengua checa, de menos de dos horas de duración y ninguna de las voces nada mediáticas, que, por otra parte, enramillarán la mayoría de títulos que la conforman. Pero quien haya pensado de esta manera equivoca mucho y no por pocas razones. Para empezar, por la música de Leoš Janáček, un collage de deliciosos y muy variados factores y circunstancias, que hacen que cada momento sea del todo adecuado con lo que está sucediendo sobre el escenario. Y de nuevo, aunque no es noticia, de la batuta de Josep Pons surgieron todos los colores de una partitura llena de miles de matices y detalles de una compleja y exquisita sencillez. Tan sólo un pequeño empero, en algún momento del soliloquio del guardabosque, el protagonista masculino, el fragmento que eligió el compositor para que sonara el día de su funeral, interpretado por el barítono Peter Mattei, fue solapado por la orquesta. Sin embargo, la explosión cromática fue un inalcanzable caleidoscopio musical que situó esta pequeña gran ópera en el lugar que le corresponde.
No es ajena a esta coyuntura la mano del director artístico australiano Barry Kosky, con la escenografía de Michael Levine y la iluminación de Franck Evin, que convierten el proscenio liceístico en un paraje fascinante y deslumbrante para una misma fábula que habría firmado Isop, pero que para el libro los cuentos de Rudolf Těsnohlídek, titulados originalmente, Liška Bystrouška. Una historia no menos jugosa ya la vez profunda que su contexto musical, la cuadratura del círculo. Una narración que podría parecer ligera por la composición de los personajes, el zorro, el zorro, el gallo, las gallinas, el perro… y los humanos, de negro luctuoso. Todo ello, una intemporal y precisa historia para la reflexión.
En el capítulo de voces, cierto que no son de una exigencia mayúscula, pero que, por otra parte, requieren diferentes e inverosímiles matices, que, como el resto de personajes animales, no utiliza más utensilios que su voz y una especial ligereza en los movimientos. Brillà, tal cual, la soprano Elena Tsallagova, como el zorro protagonista, al igual que lo hizo su pareja, el zorro, interpretado, no menos magistralmente, por la mezzosoprano Paula Murrihy. Sólido y convincente el ya citado Peter Mattei, como el resto de secundarios y el Coro infantil del Orfeó Català y el del Gran Teatre del Liceu, todos ellos convincentes, muy convincentes, ya la altura de las múltiples delicadezas que requieren las circunstancias.