Las fábricas mallorquinas que equiparan al ejército de Franco

Durante la Guerra Civil, los insurrectos utilizaron la industria isleña para proveer a sus soldados de todo tipo de materiales como zapatos, mantas, camisas, calcetines y municiones

PalmaEn Mallorca, durante la Guerra Civil, la alegría de los empresarios se resumió en la frase "si esto es la guerra, que no llegue la paz". En julio de 1936, la isla quedó de repente en manos de las fuerzas insurrectas, que no dudaron en aprovecharse de sus fábricas para hacer frente a las contingencias bélicas. Entonces, todas las áreas industriales importantes del Estado (País Vasco, Cataluña y Valencia) estaban bajo el dominio del gobierno legítimo.

En los primeros meses de la contienda, las fábricas mallorquinas sufrieron dificultades importantes debido a la interrupción de las comunicaciones y la falta de materias primas. Sin embargo, a finales de 1936 se reactivaron las relaciones comerciales y el 19 de enero de 1937 se creó la Comisión de Movilización de Industria de Baleares. Este organismo decretó la militarización del sector secundario mallorquín destinado a la producción militar. La medida afectó tanto a las fábricas de calzado, cuero y tejidos, como a las fundaciones metalúrgicas y los talleres de construcciones mecánicas.

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Gracias a la guerra, la industria isleña pudo salir de la crisis que arrastraba desde la Gran Depresión (1929) y de la quiebra del Banco de Crédito Balear (1935). El calzado fue la actividad que tuvo un mayor crecimiento. En la Primera Guerra Mundial (1914-1918), las fábricas mallorquinas, pero también las menorquinas, ya las habían producido para el ejército francés. Entonces, con los pedidos tan grandes de zapatos que hubo, los empresarios bajaron su calidad para lucrarse más, lo que fue muy criticado por los franceses.

El taller de Franco

La historiadora y economista de la UIB Carolina Peña Moreno está ultimando una tesis doctoral sobre economía y sociedad en Mallorca durante la Guerra Civil. "La isla –asegura– fue el taller del ejército franquista. Al producirse el golpe de estado, junto con Menorca, era la cuarta región más industrializada de todo el Estado. Las fábricas de Menorca no pudieron ser militarizadas para la causa rebelde porque fue la única del Archipiélago que se mantuvo fiel a la República, hasta casi el final de Mallorca, hasta casi al final de las islas, hasta el final de Mallorca. fueron indispensables para que los sublevados pudieran avanzar posiciones". Siendo la Comunidad Valenciana y Cataluña los grandes baluartes de la resistencia republicana, toda la manufactura mallorquina se trasladaba en barco hasta Andalucía, desde donde se repartía en el resto de territorios ocupados por las fuerzas franquistas.

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Los datos que maneja Peña son suficientemente reveladores. En 1937 la industria mallorquina ocupaba en todos sus sectores cerca de 14.000 obreros. 130 fábricas fueron intervenidas, 57 de las cuales eran de zapatos (un 21% de Palma; un 38% de Inca; un 17% de Alaró, un 14% de Binissalem, un 5% de Llucmajor, un 2% de Lloseta y otro 3% repartido entre otras localidades). A lo largo de la guerra, desde la isla se confeccionaron cerca de tres millones de pares de borseguins (un tipo de botas de soldado) y unas 174.000 alpargatas.

Fábricas de tejidos como las de Sóller y Esporles también fueron militarizadas. Produjeron más de 11 millones de artículos, entre los que destacaron, por el siguiente orden, las camisas blancas, los calcetines, las toallas, los pantalones, las chaquetas para uniformes, las mantas y las capas. "Los soldados –apunta la historiadora– debían tener una buena indumentaria en el frente de batalla, sobre todo en invierno. A lo largo de la historia muchas guerras como la de Napoleón o Corea se han perdido porque los soldados murieron congelados". También hubo fábricas que se pusieron a hacer material bélico propiamente dicho. En Palma fue el caso de Casa Buades y de Manufactures Femu, que estaban especializadas, respectivamente, en grifones y pernos.

Beneficios en medio de la desolación

En Inca, Can Melis, cerca de la Gran Vía, fue una de las fábricas que produjo más botas de soldado con un centenar de operarios. Sus dos socios, los inquers Antoni Melis y Llorenç Marquès, la habían montado a principios del siglo XX con la fortuna que habían hecho como indianos en Chile. "Durante el conflicto –afirma Miquel Pieras, cronista oficial del municipio– sus beneficios fueron espectaculares, sin que eso supusiera un aumento salarial para los trabajadores. En 1938 ingresaron cerca de un millón y medio de pesetas en calzado militar y más de un millón en calzado civil. Las facturas iban en cabeza ¡Viva España! ¡Llega España! ¡Viva el ejército!Todo ello era un contrasentido. “La guerra, que tanta desolación, miseria y odio había esparcido, para la industria del zapato supuso un revulsivo que permitió salir del estancamiento y la crisis que desde 1933 vivía el sector. Mientras de noche las madres y viudas lloraban a los hijos y esposos muertos en la frente o ante la guerrilla de fusilamiento, de día sudaban ante la máquina para equipar al ejército de Franco".

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En Inca, Franco logró domesticar enseguida una clase obrera que durante la Segunda República había destacado por su lucha sindical y su fuerte compromiso con el anarquismo. A la hora de hacer dinero, muchos fabricantes dejaron de lado la ideología. "Los hubo republicanos –apunta el historiador– como Mateu Pujadas, de Calzados Sansón, que sabían que si querían prosperar debían estar al servicio de los fascistas". Otros, en cambio, fueron represaliados. Fue el caso de Marc Ferragut, el antiguo concejal de Cultura que en febrero de 1936, junto a otros siete empresarios del calzado, había promovido la inauguración del elitista café Mercantil, un espacio multiusos, con cine y sala de conciertos y de baile. El golpe militar sorprendió al inquer en Asturias vendiendo zapatos. Al regresar a Mallorca, un consejo de guerra le envió a la cárcel. Al cabo de tres años, consiguió la libertad vigilada gracias a unos contactos con la Falange. En 1943 Ferragut vendió sus fábricas y se fue a vivir a Palma, donde se dedicó a negocios de importación. En 1966 invirtió su fortuna en hacer realidad su sueño de melómano: la construcción del Auditorium en el paseo Marítimo. El edificio, inaugurado en 1969, sería el primer auditorio de todo el Estado y el gran bastión de la cultura de Mallorca.

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Inca se beneficiaría de la prosperidad conseguida con la Guerra Civil. “En los años 40 –confirma Pieras– el Constancia, el equipo de fútbol, ​​pudo permitirse fichar a entrenadores y jugadores caros. Fue gracias al capital de gente importante del mundo del calzado que había en la junta directiva. En 1944 el club estuvo a punto de subir a Primera División. había abierto sus puertas en 1914. Sin embargo, tanta bonanza económica no impidió que, en la calle, la gente sufriera los conocidos 'años del hambre' de la posguerra".

Negocios extraños con Inglaterra

El buen rendimiento de las fábricas textiles y de calzado no habría sido posible sin ayuda de países como Argentina, Bélgica, Italia y sobre todo Inglaterra. "Londres –dice Peña– no proporcionó armas al ejército franquista, pero sí vendió a los empresarios mallorquines las materias primas necesarias para su producción militar (cueros, hilos...)". La investigadora ha podido documentar esta relación comercial en muchas facturas que ha encontrado en Can Melis de Inca. Es una relación que llama la atención teniendo en cuenta que Gran Bretaña fue el país que el 25 de julio de 1936 presionó para que 25 países, entre ellos la URSS, firmaran un pacto de no intervención en la Guerra Civil. La investigadora, sin embargo, se ha topado con más sorpresas: "Dentro de las facturas de las mercancías vendidas figuraba un porcentaje que el fabricante pagaba a la empresa fantasma HISMA. Esta servía para pagar de forma encubierta a la Alemania nazi la ayuda que se daba a Franco".

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La autarquía que se impuso terminado el conflicto rebajaría la euforia de la industria del calzado. "Entonces –señala Pieras–, al no poder exportar, los empresarios tuvieron que conformarse con el mercado peninsular. Eran tiempos de penurias en los que la ciudadanía ya no podía permitirse el lujo de cambiar de zapatos con tanta frecuencia". El sector secundario isleño, sin embargo, tendría los días contados. "Después de haberlo explotado muchísimo durante la guerra –recalca Peña–, Franco le dejó morir". El punto de inflexión de este abandono fue en 1953, el año en que España salió del aislamiento internacional gracias a los pactos de Madrid que firmó con EE.UU. El 'amigo americano' se ofreció a ayudar económicamente al dictador a cambio de que le dejara tener bases militares en su territorio, entre ellas la del Puig Major. "Entonces –concluye la historiadora– se apostó por la industria turística y muchos empresarios textiles y del calzado prefirieron invertir en hoteles y no en renovar una maquinaria que había quedado del todo obsoleta para poder competir en condiciones en el mercado. En ese nuevo negocio la rentabilidad estaba asegurada".

Cartas de zapateros inqueros desde el frente

Con la Guerra Civil, las fábricas de zapatos de Inca aumentaron sus beneficios produciendo para las tropas franquistas. Sin embargo, tuvieron que hacer manos y mangas para gestionar el escape de trabajadores, que fueron obligados a ir a luchar en la Península. En algunos casos, los reclutados podían representar el 30% de la plantilla. La economista e historiadora Carolina Peña Moreno explica sus detalles: "Sus puestos de trabajo fueron ocupados por personas que, por edad, no podían ser llamadas a filas, es decir, por personas mayores o más jóvenes. Para las tareas de juntar las piezas, ya estaban las mujeres. Podían cobrar un 50% menos que los hombres".

Durante la contienda, muchos trabajadores de Inca fueron destinados a Cogolludo, un pueblecito situado en el frente de Guadalajara (Castilla-La Mancha). Estuvieron enrolados en el Batallón de Infantería de Palma núm. 36. Rompiendo entre los archivos de la fábrica Can Melis, Peña ha encontrado 11 cartas que estos asalariados dirigieron a su amo, Antoni Melis, entre 1937 y 1938. Otras siete son del mismo empresario y están escritas a máquina. "Para poder pasar la censura, decían que estaban muy bien en la frente, con buena comida y sin sufrir nada de frío. Era como si estuvieran de vacaciones. También ocultaban a los muertos que veían. Escribían a su amo con la esperanza de que comunicara a los familiares que estaban vivos. Con todo, había quien lo hacían para su padre para pedirle que pasas habían recibido sus cartas. Son escritos que revelan una relación paternalista que va más allá de una mera relación laboral".

Entre los inquers destinados a Cogolludo estaba un catalán, Pere Pahisa, que se encontraba en Mallorca haciendo el servicio militar cuando se produjo el golpe de estado. En la isla fue reclutado primero para combatir contra la expedición del capitán Bayo en Portocristo. Cumplida la misión, le enviaron a luchar en la Península, donde acabó siendo herido y mutilado. Desde el frente escribió un diario personal no tan idílico que en 2022 publicó Lleonard Muntaner con el título Pere Pahisa. Diario de Guerra (1936-1939) . Al terminar la contienda, pudo volver a su Sant Cugat del Vallés natal.

En Cogolludo, junto a los inquers también había un cura de Palma, Cándido Fernández Bosch. Después, el presbítero partió a la batalla del Ebro (Tarragona), donde encontró la muerte el 22 de agosto de 1938, a 25 años. En 1959, cuando se inauguró el Valle de los Caídos (hoy rebatiado como Valle de Cuelgamuros), su cuerpo sería trasladado allí junto con los de otras 106 personas vinculadas con Baleares. En 2017 Lleonard Muntaner también publicó el dietario de guerra de este clérigo mallorquín con el título ¡Un héroe de Dios y de España! Periódico y epistolario de guerra del sacerdote Cándido Fernández Bosch (1937-1938) . Una vez finalizada la guerra, los inqueros destinados a Cogolludo siguieron manteniendo relación con sus habitantes.