Vivir con una adicción: "Es un monstruo que te mueve las piernas y te ahoga la razón"
Sufrir este trastorno es una lucha diaria marcada por el estigma social, el malestar emocional y el impacto en el entorno familiar
Palma"La gente piensa que lo haces porque quieres, que te bebes cinco cervezas seguidas porque te gusta. Por eso, ha llegado un punto en el que ya casi no voy a bares ni asisto a encuentros sociales donde haya alcohol de por medio". Es el testimonio de Joan, un joven de 32 años que empezó a consumir alcohol de forma descontrolada durante la etapa universitaria en Madrid. Según los expertos consultados, su relato resume bien la sensación de incomprensión que tienen muchas personas con adicciones, una vivencia muy similar a la de quienes conviven con problemas de salud mental. "Se siente empatía por alguien que tiene Alzheimer, pero no por alguien adicto a la heroína", dice Joan.
Las adicciones no son sólo una cuestión de conducta sino también de trastornos mentales. Nadie es adicto para que quiera, aunque los hábitos y la predisposición individual pueden hacer más fácil caer en ellos. Para una persona con problemas de alcoholismo, vivir en un país como España, donde el consumo está socialmente normalizado y presente en todas partes, puede ser muy complicado.
"Muy rara vez voy a entornos donde sé que habrá alcohol. No es porque me lo beba –eso lo tengo controlado–, sino que me hace sentir mal porque me recuerda momentos muy duros, tanto para mí como para mi familia", expone Joan. Pese a tener el consumo bajo control, todavía se siente incómodo en situaciones cotidianas. "Si salgo con cuatro o cinco personas y dos se piden una cerveza, dos una clara y yo una naranjada, nadie me dice nada, pero me siento juzgado y observado", reconoce. Aun así, dice que se ha sentido muy sostenido por su entorno, sobre todo por la familia, a la que admite haber dado "mucha murga".
El coordinador de las Unidades de Conductas Adictivas (UCA), Antoni Zamora, confirma que las familias "sufren mucho" durante los procesos de rehabilitación de hijos, hermanos o sobrinos. A menudo, el paciente no se reconoce como adicto, o quizás sí, pero no quiere iniciar ningún tratamiento. Esta situación genera un grado de frustración muy alto en el entorno familiar. Pero Zamora remarca que es necesario respetar al máximo la autonomía del paciente para tomar decisiones. Las UCA también ofrecen soporte emocional a las familias, para ayudarlas a gestionar el malestar y la carga emocional. Su función principal, dice Zamora, es "estar". "Si el paciente no quiere tratarse es difícil de gestionar, porque muchas veces hay convivencia. Pero hay que acompañarle y esperar a que recapacite y acepte la ayuda". En muchas ocasiones, las familias se desesperan porque quieren actuar de inmediato, dar una solución rápida al problema, pero este tipo de ayuda directa no siempre es posible a corto plazo.
La implicación de las familias
Las familias pueden dirigirse a los profesionales de las UCA, pero sólo si el paciente le da el consentimiento. Los equipos terapéuticos intentan mostrar a los pacientes la importancia de integrarlas en el proceso. "La sobrecarga familiar es muy grande, porque las adicciones son enfermedades crónicas y generan un profundo desgaste emocional", explica Zamora. En el caso de los pacientes alcohólicos -la adicción más frecuente-, la UCA tiene las Unidades de Problemas Relacionados con el Alcohol (UPRA), un servicio de internamiento con once plazas para casos graves que requieren supervisión intensiva. La estancia media es entre 10 y 14 días. El perfil de usuarios más común es el de varones de entre 45 y 50 años, con trayectoria laboral y apoyo familiar.
Finita tiene 68 años y es madre de un hombre de 37 que lleva dos décadas consumiendo todo tipo de ansiolíticos, antidepresivos y tranquilizantes. "Es un zombi. Si toma la dosis habitual, ya no le hace mella, y por eso se toma dos o tres. Luego queda planchado todo el día. No puede trabajar y vive con nosotros", explica. A menudo se terminan las pastillas antes de que le toque renovar la receta. "Se pone frenético, violento, y en alguna ocasión ha intentado agredirnos", resume. También hay etapas en las que decide dejar la medicación, y entonces el efecto rebote es devastador. "Dormimos con un ojo abierto, pendientes de todo, porque se transforma completamente", relata. Este caso es un ejemplo de una adicción fomentada por el mismo sistema: personas que llevan muchos años tomando benzodiacepinas y que, por falta de control médico riguroso, han desarrollado una dependencia crónica.
Projecte Home es otro referente destacado en la atención y el apoyo a personas con adicciones. Los centros que tiene en Baleares atienden a una media de 1.050 usuarios diarios. El perfil más habitual es el de personas entre 38 y 40 años. Un 23% son mujeres y un 77% hombres. La entidad ofrece todo tipo de recursos y comunidades terapéuticas adaptadas a los diferentes perfiles de pacientes, así como espacios de acompañamiento para familiares que quieren aprender cómo afrontar esta realidad. "Lo que más ha aumentado son las adicciones comportamentales vinculadas a las nuevas tecnologías. Por eso tenemos el programa Ciber, dirigido a jóvenes adictos a las pantallas, internet y las apuestas", explica Antoni Parets, director de proyectos y comunicación de Projecte Home.
Las adicciones son trastornos mentales que agotan a la persona que las padece, porque le hacen sentir que ha perdido el control sobre sí misma. Los procesos de desintoxicación que se realizan en las UCA no son cortos y requieren una gran disciplina y compromiso. Algunos pacientes los inician y completan, pero otros sólo asisten unos días, después desaparecen y, en algunos casos, nunca vuelven más. "Yo antes vivía en Madrid, y sí, fui una temporada a un centro de apoyo. Luego lo dejé. Mi familia se enfadó mucho y me decían que no quería curarme. La realidad, sin embargo, es que tenía mucha vergüenza de ver en qué situación había terminado. Mi adicción era un monstruo que me movía los brazos, las piernas y me'. no veo, y exactamente", celebra Joan.