Tenemos tiempo para audios de 10 minutos, pero no para tomar un café

Tratamos a las amigas como si fueran la oficina de cita previa. Estamos demasiado ocupadas, tenemos demasiadas cosas que hacer. Nos hemos devuelto unas esclavas del Google Calendar. Nos es imposible improvisar una quedada entre semana o llegar un poco más tarde a casa para realizar unas cervezas

Maddy Perez, en Euphoria, enviando un mensaje desde su casa.
21/12/2025
4 min

Palma¿Por qué necesitamos pedir cita para quedar con las amigas? Estamos demasiado ocupadas, tenemos demasiadas cosas que hacer. Nos hemos devuelto unas esclavas del Google Calendar. Nos hemos acomodado en las notas rutinas hiperproductivas.

Dudo de si escribir o no al respecto. No estoy segura de dónde me llevará ese hilo del que quiero tirar: si me deshará todas las costuras o si es sólo una patada que había quedado suelta. También dudo porque ya se ha charlado lo suficiente, de este tema. Y bastante bien (mi compañera Claudia Darder, de hecho, nos recordó que "tenemos el poder de ser felices", en una publicación Substack a propósito de esto).

Matamos las conversaciones a base de audios que "puedes escuchar en el x2".

Aún así, hago un repaso por mis últimas notas del móvil para recordar qué cosas me han hecho abrir esta aplicación con el impulso de archivar un pensamiento, y confirmo mi reincidencia. "¿Por qué necesitamos pedir cita para quedar con las amigas?", me pedí el 16 de noviembre. Fue justo diez días antes de que Juanjo Villalba empezara así su artículo viral deEldiario.es, 'La cultura de quedarse para ponerse al día con los amigos: Parece que para tomar un café con ellas tenga que pedir cita como si fuera a hacerme la manicura'. Entre el día que anoté esto y el momento en que escribo ha pasado un mes, pero no puedo ignorar la sospecha de por qué me preguntaba. Sobre todo, porque, ante todo, me la hice en singular y con culpa: "¿Por qué parece que hace falta una cita para quedar con yo?".

A Los que sueñan el sueño dorado (Mondadori, 1966), Joan Didion reflexiona 'Sobre tener un cuaderno de notas': "¿Por qué lo anoté? Pues, para recordarlo, ¿claro, pero qué es exactamente lo que yo quería recordar? (...) El impulso de apuntar cosas resulta peculiarmente compulsivo, no solo de inexplicable para sólo secundaria, de la misma forma que todas las compulsiones intentan justificarse a sí mismas (...) Pero nuestros cuadernos nos delatan (...), estamos charlando de algo privado, de fragmentos de la cadena mental que son demasiado cortos para utilizarlos, de un ensamblaje indiscriminado y errático". Tanta suerte que tenemos Didion para entendernos un poco más a nosotros mismas.

Rutinas hiperproductivas y relaciones eficientes

Aún no sé si es en forma de preocupación o remordimiento, pero el tema sigue en mi cabeza, como el zumbido de una mosca, a veces más intenso, a veces lejano, y siempre molesto. Nos hemos devuelto unas esclavas del Google Calendar. Nos hemos acomodado en las notas rutinas hiperproductivas. Nos es imposible improvisar una quedada entre semana o llegar un poco más tarde a casa para realizar unas cervezas. Trabajo-pilatas/yoga/cerámica-compra-casa. Y los fines de semana comprometidos a tres semanas vista. Ni un agujero libre. "¡A tope!" como respuesta predeterminada, como estado perpetuo.

Estamos demasiado ocupadas, tenemos demasiadas cosas que hacer. Pero nos enviamos mensajes de voz de 10 minutos, eso sí. El móvil pasa a ser la metadona, el placebo: nos da una versión light de lo que queremos, creemos que hace el mismo efecto. Tenemos conversaciones profundas, nos explicamos el día y nos enviamos fotos y vídeos de lo que sea necesario. Nos hace sentir que, al menos, estamos en contacto. Y así vivimos nuestras vidas, como Sims. Cerramos en una pantalla las experiencias, todo lo que compartimos. Matamos las conversaciones a base de tics azules y audios que "puedes escuchar en el x2". Todo más telemático, menos presencial. Poco en directo, muy diferido. Eficiente. ¿Nos conformamos o nos consolamos? ¿A dónde vamos con tanta prisa? ¿Por qué no queremos creer que las cosas son más sencillas?

El móvil nos da la falsa sensación de estar en contacto.

O al menos para Mari Carmen lo parece, que las cosas son más sencillas. A Mari Carmen ya su marido Joan los conocí hace dos semanas, cuando un susto en la carretera hizo que mi madre y yo –y nuestras dos cosas– acabáramos refugiadas en su casa, en la afuera, toda una mañana. "Pasa, pasa. Queda todo el tiempo que necesita. Sies aquí. ¿Qué queréis beber?", nos dijeron de repente, mientras ellos hacían limpia la casa. Esperaban invitados: toda la familia, más de diez personas. Sin embargo, yo sentía que ese imprevisto me complicaba más la vida a mí, que no tenía nada que hacer, que a ellos.

Después de un rato, Mari Carmen sacó otra silla al sol y se sentó con yo, que esperaba que mi madre volviera con el coche. Móvil en mano, empezó a contarme trocitos de su vida, a través de las imágenes de la galería que iba eligiendo: sus perros, su hermana, su trabajo. De vez en cuando, algún invitado telefoneaba para preguntar si hacía falta que llevara pan, o si tenía que pasar a buscar a alguien. Ella contestaba y, de repente, volvía a la conversación que estábamos teniendo, como si aquello fuera ahora su prioridad, aceptando que las cosas son más irremediables de lo que nos gustaría.

Ni Mari Carmen ni su marido tenían tiempo aquella mañana para detenerlo todo, abrirnos su casa y estar para nosotros. Y, en cambio, nosotros no tenemos un momento para ir a tomar un café un miércoles por la tarde. Nos da miedo la espontaneidad, romper nuestra rutina. Nuestra rutina es lo más importante. Pero si nuestra rutina se rompe, todas quisiéramos tener una Mari Carmen cerca.

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