San Lorenzo, un espejo para Valencia: ¿Qué viene después del barro?
Quienes sufrieron la torrentada de 2018 relatan cómo la nueva tragedia por inundaciones ha removido sus recuerdos. Reclaman más pedagogía sobre qué hacer si vuelve a ocurrir
PalmaEl cielo está nublado en San Lorenzo y, antes de que descargue, Mateu Quina transporta desde el corral una madera robusta y pesada que encaja con precisión en los riells instalados en los laterales de la entrada de su casa. No es simplemente la mesa inclinada propia de las casas de pueblo para que el agua caiga a la calle. Existe una ingeniería casera premeditada en este sistema que Mateo coloca como un autómata. Quiere evitar que, si el torrente se desborda, si el agua embiste como el fatídico 9 de octubre de 2018, todo lo que tiene en su hogar no acabe de nuevo enterrado bajo el barro. Esa tarde subió con su mujer y su hija a la planta alta. Mientras observaban la crecida del agua, oían los coches chocar contra esa puerta ahora protegida. Hasta que uno abrió la vivienda de par en par. "Vino la bocanada fuerte y tomó la pared del vecino. En nuestra casa, todos los muebles quedaron en el fondo del comedor. Estuvimos desde las seis de la tarde hasta la una del mediodía del día siguiente sin movernos de la planta de arriba, hasta que vinieron a buscarnos", relata.
Mateu nació hace 82 años en esta misma casa y recuerda cómo, siendo un niño, sus padres ya repetían: "Esta casa debemos hacerla más alta". El problema siempre ha estado aquí, pero Mateu no le prestaba mucha atención. "Nunca había vivido algo como eso", dice sobre el torrente del 2018, que segó la vida de trece personas y teñió de luto al municipio. La tragedia en Valencia, con al menos 216 muertos, ha reverdido los recuerdos de quienes sobrevivieron a San Lorenzo. "Nos da miedo y angustia verlo por televisión", sentencia Quina.
"Era un tsunami"
Frente a la casa de Mateo, en plena zona cero de la torrentada, se encuentra la Cristalería San Lorenzo. Aina Sánchez, propietaria, y Maria Magdalena Rosselló, empleada, están sentadas frente a sus ordenadores. "Los antiguos los encontramos en el fondo de casa de la vecina", señala Sánchez como detalle de la magnitud del desastre. "Aquí no quedó nada. Fue terrible. El pánico de ver un río dentro del pueblo no se nos ha ido. Era un tsunami el que vino. Hemos borrado los vídeos porque no queremos recordarlo", confiesa Rosselló. Pero lo ocurrido en Valencia les ha puesto frente a un espejo. Ambas describen escenas como las de Paiporta o Chiva; recuerdan la historia de la madona que vio venir el desastre y, paso a paso, subió a la planta de arriba con su andador; los que se desgañitaron pidiendo ayuda en la azotea de su casa y los motes de los que murieron arrasados por el agua. "Aquí no llovía para hacer ese desastre. Todo llegó de repente", prosigue en otro símil con el Levante.
De nuevo, el espejo: "Tu cabeza lo revive todo. Hace tres días que no duerme y eso que no vivo allí, pero lo he visto aquí y sé lo que es. Me enojan las imágenes de Valencia. Saber que la alerta se dio tarde. Aquí nadie alertó tampoco. En este sentido, todo es exactamente igual".
Al día siguiente de la tragedia, Maria Magdalena vino de su casa a forávila con su tractor y una pala. "No bajé durante días. Luego caí enferma, con 40 de fiebre. Agotada. Me salió todo. No sabes lo que sacábamos con el tractor: cerdos, gallinas y perros bañados en gasolina y aceites, cosas muy nocivas. Yo llené siete u ocho veces un camión de toda la vida: Pegaba todo una palbaridad. Pegaba todo. conservar. La gente me miraba y me rompía el corazón, pero debía hacerse", relata.
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Cielo negro verdoso
A las 17.30 h del 9 de octubre de 2018, la luz se iba y venía a la cristalería de Aina, como en todo el pueblo. Las líneas telefónicas empezaron a fallar y el cielo tenía "un color negro verdoso" que Maria Magdalena no había visto en su vida. Decidieron cerrar y partir. Los cortes de luz intermitentes les salvaron la vida. Al día siguiente por la mañana llamaron a Sánchez y le dijeron: "La cristalería no existe". Todo había sido arrasado. "Yo lloraba y lloraba, pero cuando llegué, recorrí estas tres calles –las señala con el dedo– y pensé: 'Tú has perdido una empresa; los demás, su casa; así que ya está".
A pocos metros de la cristalería, se encuentra el estanco de Lali Cardona. Enfrente, la escultura de Amparo Sard de unas manos como agradecimiento por la ayuda recibida en el torrente. Y justo después, la calle en la que el marido de Lali dio marcha atrás con el coche para salvarse a ambos de la muerte. "De repente, el agua llegaba a la altura de las luces del coche y pedí: '¿Qué es esto?'. Él supo reaccionar porque sabe cómo actúa el agua en estos casos. Fue contra dirección como si fuera James Bond. Yo habría quedado quieta y el agua me habría llevado. Estoy segura de eso. Fue cuestión de segundos. Cuando regresó al estanco, su negocio había desaparecido, al igual que el de Aina. "Era un escenario de guerra. Sentí una sensación física de vomitera. Se me encerraron el cuerpo y la mente. Perdí la memoria. No podía recordar ni el precio de un paquete de Marlboro", confiesa.
Desde la catástrofe valenciana, se mantiene alejada de los medios de comunicación que certifican el desastre. "No he podido ver ninguna imagen. Me pondría a llorar de la rabia y la impotencia. Sé que no sería capaz de soportarlo. Sólo de pensarlo me pongo muy nerviosa. Hemos hecho donaciones, pero no somos capaz de enfrentarme de nuevo. No quiero ni pensar en lo mucho que le espera a esa pobre gente. Nosotros va mucho a mí. Valencia y que no es comparable. Pero aquí la ayuda llegó de repente. Sin embargo, el pueblo ha quedado marcado, pero tenemos que aprender a vivir con esto", explica.
Ayudas económicas
Los paralelismos entre San Lorenzo y Valencia se bifurcan en la gestión de la tragedia. "Antes de asumir lo ocurrido, ya nos estaban hablando de ayudas económicas. El Ayuntamiento abrió una ventanilla única para tramitar todo lo que necesitábamos y con la aportación del Govern me quedó todo cubierto. Hubo una buena organización", señala Cardona, que recibió en torno a 100.000 euros por todos los de todos. En dos meses, su estanco estaba reabierto. "Siempre digo que el torrente sacó lo mejor y lo peor de las personas. Nunca olvidaremos la solidaridad de la gente, pero algunos robaron bicicletas y relojes", dice.
En la cristalería las instituciones también actuaron con celeridad. "Yo era antipolítica. Ni sabía quién era Francina Armengol, pero vino aquí con ingenieros y hicieron mucha vía con todo. Yo creía que me cubrirían sólo lo básico. Fui muy honesta. No sé si alguien se aprovechó. Por supuesto, yo no lo hice, pero mi negocio quedó como estaba. Enero de 2. partes", relata Sánchez. Con los particulares fue igual. Entre el seguro del hogar y las ayudas autonómicas, Mateu Quina dejó su casa como antes del torrente.
Zona inundable
En Sant Llorenç, las calles más peligrosas frente a un aguacero están señalizadas como zona inundable. No se puede aparcar cuando se activa una alerta meteorológica. Según los vecinos, los policías municipales avisan de la prohibición. Entre las medidas tomadas a raíz de la catástrofe, un sensor mide el caudal del torrente y una alarma se activa si es peligroso. Sin embargo, sigue faltando pedagogía y difusión de estas medidas, según Lali Cardona. "Aquí hay mucha gente que no hace caso. Es educacional. Si nos dicen que estamos en alerta naranja, ¿qué significa eso si no haces ni un simulacro de cómo actuar? Si no trasladas los mensajes bien a la población, no sirve para nada. Cuando sonó la alarma hace dos años a la una de la madrugada, la gente se lo va? habría que hacer. Un ruso nos preguntó si había caído una bomba, y otro preguntaba si era de algún banco. Nadie sabía qué hacer. El Ayuntamiento de Sant Llorenç, por su parte, no ha atendido a las peticiones del ARA Baleares para explicar los sistemas de prevención en el municipio.
Limpiar los torrentes
"¿Qué han hecho después de lo que pasó? Limpiar los torrentes para que no hagan tapón y ni en eso hay acuerdo porque dicen que quizás no es bueno hacerlos limpios demasiado, porque entonces el caudal bajaría con más fuerza. También tomaron algunas cocheras para que corriera el agua libremente", dice Aina Sánchez, que, a su manera, toma medidas ante el anuncio de . Desmonta los ordenadores y, pasada la amenaza, los conecta de nuevo. "Aún sacamos barro", revela Maria Magdalena. Lali hace suya la frase y mueve el único mueble que pudo salvar del estanco. "Mira", dice al desplazarle unos centímetros, y ahí está la tierra seca convertida en polvo. "Da igual el tiempo que pase. Siempre hay barro". Mateo ya tiene en la planta de arriba lo que considera importante. "Hombre, claro, todo lo delicado está arrinconado", confirma mientras se desliza la plancha de madera por los riells. La carga en un lado y la devuelve al corral. En Sant Llorenç ha salido el sol.