El mallorquín que fue presidente de Texas

La vida de novela del revolucionario Joan Picornell, cuando se cumplen 200 años de su muerte en Cuba

Juan Bautista Picornell Gomila nació en Palma en 1759.
30/08/2025
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PalmaDe él un magistrado que le acusaba aseguró que "su rara vida es propiamente una extraordinaria novela". Y entonces, apenas había comenzado su excepcional trayectoria: fue un renovador de la pedagogía, revolucionario liberal y luchador por la independencia de las colonias americanas, hasta el punto de ser proclamado presidente de una pretendida república de Texas. Cuando se cumplen dos siglos de su muerte en Cuba, en los primeros días de septiembre de 1825, recordamos a Joan Picornell, quien afirmó que "la ignorancia es el mayor mal de un pueblo".

Joan Baptista Picornell Gomila nació en Palma en 1759. Su familia debía ser de cierta posición acomodada, ya que recibió una buena formación. Entonces sí había estudios superiores en Mallorca, así que parece que pudo iniciarlos en casa, si bien los continuó en la prestigiosa universidad de Salamanca.

En las aulas de Salamanca coincidió con José Marchena, el abad Marchena, de ideas muy avanzadas, y con otros personajes notables de la época. Entonces se extendían por toda Europa las propuestas de la Ilustración, basadas en la razón y el progreso. Incluso en la corte de Madrid se veían con cierta simpatía, que se convirtió en pánico cuando aquellas ideas inspiraron años más tarde a la Revolución Francesa.

El joven mallorquín se casó en 1780 con Feliciana Obispo. En 1782 tuvieron un hijo, Juan Antonio. Nos ha llegado una descripción de Picornell de estos años: "Algunas manchas de viruela y un ojo medio caído le daban un aire intimidatorio, reforzado por su espalda cargada, su voz áspera y su hablar precipitado y violento, con acento mallorquín".

En aquel momento, lo que ocupaba Picornell era una renovación radical de la pedagogía, y utilizó al hijo como conejito de Indias. A sólo tres años le sometió a un examen de hora y media, en la misma universidad salmantina, con más de 300 preguntas sobre teología, historia y geografía, que el pequeño Juan Antonio fue capaz de responder correctamente, dejando asombrados a los asistentes.

Animado con el éxito de aquella experiencia, Picornell se propuso un reto aún más ambicioso. Propuso al entonces hombre fuerte del gobierno español, conde de Floridablanca, un proyecto para que el Estado pasara a hacerse cargo de la enseñanza. Esto, que ahora nos parece lo lógico del mundo, resultaba entonces revolucionario. Picornell propuso, además, desterrar el castigo físico a los alumnos –lo de "la letra con sangre entra".

La conspiración de San Blas

Floridablanca sometió la propuesta a una especie de sanedrín de sabios: la Sociedad de Amigos del País, que rechazó esa propuesta. Particularmente beligerante fue Francisco Cabarrús –creador del Banco de San Carlos, el actual Banco de España–, que no permitió siquiera que Picornell leyera su plan, con el argumento de que reformar la educación en España era imposible.

A modo de compensación, a Picornell le encargaron que hiciera una serie de viajes por la Península, para informar sobre el estado de la agricultura. En su tiempo libre, aprendió física, química, medicina e inglés y francés. Como todo esto aún sería poco para su hiperactividad, también aplicó mejoras en la fabricación de baldosas y en el tintado de los sombreros.

Aquellos periplos por una España miserable, más la frustración de ver rechazado su plan para la educación, probablemente contribuyeron a radicalizar las posiciones de Picornell. Entonces se acercó a los masones. Y no unos masones cualesquiera, sino aquellos que seguían a Giuseppe Balsamo, conocido como conde de Cagliostro, quizá el mayor bocazas de todos los tiempos, quien aseguraba haber viajado tres mil años a través del tiempo.

Así fue como Picornell se vio convertido en el 'cerebro' de la conspiración de San Blas, la primera revolución liberal de la historia de España, que debía estallar en Madrid el 3 de febrero –San Blai– de 1795, para establecer una monarquía constitucional. Picornell se instaló en una taberna del barrio de Lavapiés, con un nombre falso, y distribuyó donativos entre los vecinos, para atraerlos. Tenía preparadas armas y proclamas. Un lema de aquella revuelta era '¡Muera el mal gobierno!'. Exactamente lo mismo de la Germania mallorquina de tres siglos atrás.

Era poco probable que, con tanta gente implicada, no hubiera nadie que se fuera de la lengua. Efectivamente, dos artesanos se lo contaron a un cura. La alianza poder-Iglesia funcionó como un reloj, y los conspiradores, Picornell entre ellos, fueron encarcelados. Ni siquiera esto detuvo el mallorquín: encabezó un motín en prisión. A su hijo Juan Antonio, que ya era un adolescente, le metieron en el hospicio, con prohibición del estudio de las letras, no fuera que acabara como su padre. Por suerte, unos años más tarde se les permitió, a él ya su madre, trasladarse a Mallorca, donde el cuñado, Lluc Picornell, los acogió.

Los instigadores del Sant Blai fueron condenados a muerte. Pero el hombre fuerte del momento, Manuel Godoy –impopular, pero no tonto– caviló de que esas ejecuciones no harían sino empeorar las cosas y encender aún más la calle. O quizás las autoridades francesas, que tal vez estaban detrás, intercedieron por ellos.

De esta manera, Picornell y compañía fueron trasladados como prisioneros a La Guaira, en Venezuela. El mallorquín no sólo logró escapar, sino que se sumó a una nueva conspiración, la de Manuel Gual y José María España de 1797, que pretendía proclamar la independencia de aquella colonia. Gual era hijo de un mallorquín, Mateu Gual, quien a su vez era cuñado de Sucre, uno de los principales dirigentes de la independencia de las colonias. El sobrino Pedro Gual llegaría a presidente de Venezuela.

Los piratas de Barataria

Esa otra revuelta también fue un fracaso. José María España fue ejecutado, Manuel Gual murió envenenado y Picornell fue de aquí para allá por tierras americanas, hasta recalar en Estados Unidos, entonces el único territorio que ya había accedido a la independencia. Entre viaje y viaje, tradujo por primera vez al castellano la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano que había redactado la asamblea revolucionaria francesa. El capitán general de Venezuela prohibió la posesión de ejemplares de la Declaración, so pena de azotes, presidio o muerte.

El revolucionario mallorquín se refugió en Francia, donde Napoleón acababa de proclamarse emperador, parece que con la idea de reanudar los estudios de medicina. El gobierno español reclamó su extradición al ministro de Policía, el temible Joseph Fouché, pero éste no movió un dedo.

Francisco Miranda por Arturo Michelena.

El estallido de la Guerra del Francés dejó aislada la metrópoli española de sus colonias americanas, donde reavivó la llama independentista. Picornell regresó a Venezuela y se sumó al nuevo gobierno revolucionario, encabezado por Francisco Miranda, que le designó para un cargo curioso: jefe de la Policía Local de Caracas. Pero los españoles recobraron su dominio y Picornell se estableció de nuevo en Estados Unidos.

Hacia 1812 –a 53 años– Picornell vivió la última aventura revolucionaria, y quizás la más surrealista de todas: una expedición hacia Texas, entonces bajo dominio español, para proclamar su independencia. Los compañeros de viaje no podían ser más singulares: el cubano José Álvarez de Toledo, de ilustre linaje aristocrático, pero partidario de la autodeterminación de las colonias; el militar napoléonico Jean Humbert, y los hermanos piratas Jean y Pierre Lafitte. Estos últimos habían establecido cerca de Nueva Orleans su propio reino, que bautizaron como Barataria –la manzana de Sancho Panza en Don Quijote: eran piratas, pero piratas letraheridos.

Picornell y su "pandilla", como se referían a ellos, proclamaron un gobierno provisional de las Provincias Interiores de México –Texas–, del que el mallorquín fue designado presidente. Román Piña calificó su elección de "opereta": en presencia de dos mil soldados y de los indígenas de la zona, asombrados con aquel espectáculo, se llevó a ese espectáculo, se llevó a ese espectáculo, se llevó a ese espectáculo. La proclamación del mallorquín por unanimidad se publicó en La Gaceta de Texas, editada con una imprenta que el propio Picornell había hecho llevar de Filadelfia.

Por supuesto, esa enésima aventura también salió mal. Las tropas españolas les derrotaron. Picornell aún continuó con la búsqueda de recursos en Nueva Orleans para reanudar la lucha, pero Humbert y Álvarez de Toledo se pelearon entre ellos. Texas debería esperar.

La traición del viejo revolucionario

Tras la aventura tejana, Picornell tenía 55 años –una edad avanzada para la época–, y quizás estaba cansado y decepcionado. En ese momento entró en acción el fraile Antonio de Sedella, quien aseguró a las autoridades coloniales que conseguiría hacer del mallorquín "un traidor a su propia causa".

El lavado de cerebro de Sedella dio resultado. En carta fechada el 2 de julio de 1814 en Nueva Orleans, el viejo revolucionario se dirigía al nefasto Fernando VII, recién sentado en el trono español tras la derrota de Napoleón, pidiéndole clemencia. Según Picornell, la conspiración de San Blas sólo se había dirigido contra Godoy, a quien Ferran odiaba a muerte. Él, Picornell, había sido, en realidad, una víctima de las circunstancias y nunca había pretendido más que "hacer el bien a la humanidad". Picornell no sólo logró el indulto, sino que pasó a servir al enemigo.

Lo pusieron a las órdenes del vicecónsul español en Nueva Orleans, como una especie de agente de la corona.

Joan Picornell murió en Cuba (San Fernando de Nuevitas) a 66 años, en los primeros días de septiembre de 1825, hace doscientos años. Lo único que dejó fueron un montón de libros. Viudo, se había casado por segunda vez con Celeste Villabaso, con quien no tuvo descendencia y de quien se había separado. El hijo, Juan Antonio, murió antes que él.

¿Renunció definitivamente a sus ideales? No está del todo claro. Quizás aún soñaba con la revolución liberal y con la independencia de las colonias. Teo Cabanes apunta que "el trabajo revolucionario" que había sembrado en Cuba acabaría dando frutos cuatro decenios más tarde, con la guerra de 1868 contra el imperio español. Si fue así, habría sido una batalla librada por Picornell después de morir.

Información elaborada a partir de los textos de Antoni Marimon Riutort, Román Piña Homs, Antonio Astorgano, Pedro de Montaner y Teo Cabanes Martín, con la colaboración de Joan Mayol.

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