Mallorca en venta... literalmente
Hace 650 años, Isabel, hija de Jaime III, traspasó sus derechos al reino balear al hermano del rey de Francia por el equivalente a unos 113 millones de euros de nuestros días
Palma'Mallorca no se vende', 'Mallorca no está en venta'... son lemas que hoy en día oímos y vemos pintados en las paredes en relación con la presión del turismo y la adquisición de casas por extranjeros. Pero el reino de Mallorca sí se vendió, literalmente, en agosto de 1375 –hace 650 años–, cuando Isabel, hija de Jaime III, traspasó sus derechos a la corona de las Islas a un hermano del rey de Francia, por 120.000 florines de oro: lo que vendrían a ser, de manera 1, de manera aproximada.
En febrero de 1375 murió en Soria Jaime –Jaime IV, para sus partidarios–, único hijo macho y heredero de Jaime III. Había intentado, sin éxito, recuperar el 'reino en medio del mar', que su tío Pedro el Ceremonioso –o el del Puñalet– reincorporó a la Corona de Aragón en 1343. Su hermana Isabel le había acompañado en una invasión fracasada de Cataluña debido a la dispersión de sus tropelías. Jaume la dejó como heredera universal en su testamento.
No sabemos mucho de la trayectoria vital de Isabel, ni siquiera seguro cuándo y dónde nació. Debió de ser hacia 1338 en Perpiñán, la capital continental de los reyes de Mallorca, donde residían habitualmente. Esto puede resultar extraño hoy en día, cuando los medios de comunicación relatan la vida y milagros de las princesas.
A Isabel la casaron en 1358 con Juan Paleólogo, de familia imperial bizantina y marqués de Montferrat, un estado del norte de Italia. Tuvieron cuatro hijos y una hija. El tío Pedro acordó pagarle una jugosa dote a cambio de que renunciara a sus hipotéticos derechos sobre los dominios del padre. Pero Pedro, que aparte del Punyalet debía de ser también del puño estrecho, no desembolsó lo prometido, así que ella se consideró desatada de la renuncia.
Muerto el hermano, Isabel se convirtió en la nueva heredera del reino de Mallorca. Ahora bien, el testamento de Jaime I (1272) repartiendo sus dominios entre Pedro el Grande y Jaime II, establecía que, si se agotaban los "descendientes online recta masculina y legítima" de uno de los dos, su parte pasaría a los herederos del otro. Muerto Jaime, el Ceremonioso era en ese momento el legítimo monarca de las Islas.
El traspaso de los derechos sobre Mallorca
Con todo esto, ¿quién era Jaime I, por mucho Conquistador que fuera, para establecer quien debía heredar en el futuro? En las monarquías hispánicas hubo unas cuantas reinas, a falta de heredero macho. Sin ir más lejos, su bisabuela Peronella había sido soberana de Aragón. Algún derecho tenía que ostentar Isabel o, si no, el tío Pedro no se habría mostrado tan insistente en hacerla renunciar a él.
¿Qué podía hacer Isabel? Viuda –su hombre había muerto en 1372–, prácticamente sola, sin recursos... y mujer. Que una hembra condujera a un ejército de rudos soldados era algo inconcebible. Juana de Arco, quien rompería esta norma, ni siquiera había nacido todavía. Isabel debía buscar a un hombre –por supuesto, de linaje real y con el bolso lleno.
Éste fue Luis de Anjou, conde de Provenza, hermano del rey de Francia. En agosto de 1375 –hace 650 años–, Isabel le traspasó sus derechos a la corona de Mallorca por una compensación económica de 120.000 florines de oro. Según el medievalista Antonio Ortega, un oficial real –un funcionario– cobraba entonces unas 35 libras anuales. Es decir, esto suponía como 3.428 salarios. El florín valía un 10% más que la libra, puntualiza Ortega. Así que, sobre un sueldo medio de unos 30.000 euros al año, esto equivaldría aproximadamente a unos 113 millones de euros de nuestros días.
A cambio, el nuevo titular del reino de Mallorca se comprometía a llevar la guerra contra el odiado tío Pedro en un plazo de dos años. Isabel se reservaba para sí misma, de todos los territorios que habían integrado los viejos dominios –si se recuperaban, claro–, los condados de Cerdanya y Conflent, que eran un guiño derecho de una familia que, no en vano, estaban habitualmente en las tierras continentales y sólo residían en las Islas de vez en cuando.
Hacia la primavera de 1377, sonaban tambores de guerra en las fronteras entre lo que ahora es el sur de Francia y la corona de Aragón. En Mallorca se detectó una conspiración en favor de la causa de Luis de Anjou. Sin embargo, J. Ernest Martínez Ferrando matiza que la figura del pretendiente generaba en la isla más bien "indiferencia", muy en consonancia con el talante estoico que se atribuye –y con razón– a sus habitantes.
Otras cuestiones se ocupaban en los pensamientos de Luis. Su hermano, el rey, murió, y él tuvo que encargarse de la regencia del sobrino. Además, Francia estaba inmersa en la guerra de los Cien Años, contra los vecinos ingleses. Otro objetivo aún más atractivo –y mucho más asequible– se presentó a la cabeza. La reina Juana de Nápoles, que era su familiar, no tenía hijos. Así que lo adoptó como heredero. Por cierto, que Juana había estado casada con Jaime IV, el hermano de Isabel, así que todo quedaba en familia. Luis llegó para ser coronado rey por el papa –Nápoles era un feudo suyo–, pero murió poco después, en 1384, sin llegar a tomar posesión.
Por supuesto, la empresa mallorquina se desvanecía, y el cobro de la compensación económica convenida, también. Así que Isabel puso en venta otra vez sus derechos a la herencia de Mallorca. Esta vez, el interesado fue otro francés: Juan de Armañac. Los Armagnac eran nobles poderosos. En el siglo siguiente, uno de los bandos enfrentados a la guerra civil francesa llevaría su nombre.
La boda que hundió un sueño
El nuevo candidato a la corona mallorquina encabezó hacia 1390 una expedición a uno de los territorios que habían formado parte: el Rosellón, el que ahora es la Catalunya Nord. Y lo hizo de tal modo que parecía poco probable atraerse las simpatías de sus hipotéticos súbditos: sus tropas, integradas por mercenarios, entraron en el territorio a sangre y fuego. Juan murió al año siguiente, así que este segundo intento también quedó en nada.
Martínez Ferrando añade algunos intentos más de reavivar las reclamaciones de la dinastía mallorquina, que tampoco llegaron a ninguna parte. Hacia 1395, un mercader del norte de Italia, un tal Luigi Scarampo, estaba en contacto con tropas "concentradas sospechosamente" en Aviñón (Francia) "en nombre de la infanta de Mallorques". Al morir en 1396 el rey de Aragón Juan el Cazador, su yerno Mateo de Foix pretendió sucederle y obtuvo el apoyo de la infatigable Isabel: entre los Foix y su familia siempre había habido buena relación y, si Mateo se convertía en rey, quizá le devolvería las Islas.
La estocada definitiva a todos aquellos sueños de la princesa mallorquina llegó en 1400 –último año del siglo XIV– con la boda entre Violante de Aragón, hija de Juan el Cazador y nieta de Pedro el Ceremonioso, y Luis II, hijo y heredero de aquel Luis de Anjo aunque nunca llegó a hacerlo. Era la reconciliación entre dos dinastías sistemáticamente enemistadas y, al mismo tiempo, el adiós definitivo a las esperanzas de Isabel.
Isabel había hecho todo lo que había podido. Decepcionada, vendió unos últimos derechos que le quedaban sobre Montpellier –otra posesión que había formado parte del reino de Mallorca– al rey de Francia, a cambio de una pensión para pasar los últimos años que le restaban de vida. En los Archivos Nacionales de París se conserva un sello suyo con la inscripción 'Sigillum Isabelis, regine Maioricareum' ('Sello de Isabel, reina de Mallorca'), reivindicando el título que habían ostentado sus antepasados.
Tampoco se sabe bien ni cuándo ni dónde murió. Eusebia Rayó apunta que en el castillo de Gallargues, en Occitania. Gabriel Alomar Esteve calcula que poco antes de 1408 y que fue enterrada en el monasterio de Santa Caterina (París), que fue derrumbado en 1767 para dejar paso a un mercado con el nombre de esta misma santa. Así se habría desvanecido el rastro de quien podía haber sido reina de Mallorca.
Información elaborada a partir de los estudios de Carlos A. Willemsen, Eusebia Rayó, J. Ernest Martínez Ferrando, Pau Cateura, Gabriel Alomar Esteve, Miquel Àngel Casasnovas y Josep Mas y Llaneras.
Por estas mismas fechas, hacia 1375, Isabel de Mallorca (vidua) llevó a cabo una segunda boda con un caballero alemán: Conrad de Reichach. Fue un matrimonio en secreto. Quizás ella no quería interferir, con un nuevo posible candidato en liza, con esas propuestas a terceros para recuperar el reino perdido. Curiosamente, un alemán –nacionalidad ahora tan ligada a Mallorca– habría sido así el último 'rey' –aunque consorte– de la dinastía privativa.
Parece que Reichach había estado al servicio del hermano de Isabel, Jaume. Aparentemente, era un matrimonio desigual: ella era una princesa y él sólo un caballero. Pero Gabriel Alomar afirma, por el contrario, que era "un noble de categoría". El caso es que él se volvió a casa, y se llevó allí el único hijo que habían tenido en común, Miquel.
Ni este Miguel ni ninguno de los cuatro hijos del primer matrimonio demostraron mucho interés por aquella manía que arrastró toda la vida la madre –y el tío Jaume. Tres de ellos murieron antes que su madre, cosa nada extraña en la época, cuando guerras y enfermedades eran constantes. Miguel parece que se consagró a la vida religiosa.
Solo la única hija, Margarita de Montferrat, debía demostrar en el futuro ambiciones políticas. Como su hijo Jaume, conde de Urgell, podía aspirar a la corona de Aragón a la muerte de Martín el Humano, la madre le espoleó para que fuera "o rey, o nada". En efecto, nada fue: perdió la apuesta y estuvo encarcelado hasta la muerte.
Según Alomar, cuando Jaime ya estaba preso, la temible Margarida aún intentó conquistar Mallorca "con la ayuda de una flota portuguesa".
En cuanto a los descendientes de Luis de Anjou, aquel frustrado candidato a la corona de las Islas, al estallar en Mallorca la Revuelta Forana de 1450 se trató de acusar de traición a los rebeldes, al afirmar que pretendían hacer rey un nieto de aquél, Renato de Anjou. Unos años más tarde, en 1466, el propio Renat aceptó la corona que le ofrecieron los catalanes rebeldes contra Joan Sense Fe.