Mallorca, el refugio de Ana María Matute
Recordamos la estancia en la isla de la escritora, donde ambientó la novela con la que ganó el premio Nadal, cuando se cumplen 100 años de su nacimiento
PalmaFue una de las voces más personales de la literatura en lengua castellana –bien vigente nuestros días– y se hizo con los galardones más destacados en unos tiempos mucho más difíciles que los actuales para las mujeres. También fue unos meses huésped de Mallorca, y en esta isla ambientó. Primera memoria, la novela con la que ganó el premio Nadal y una de las que más amaba de su producción, según confesión propia. Recordamos a Ana María Matute cuando se cumplen 100 años de su nacimiento (26 de julio de 1925).
Ana María Matute nació en Barcelona, de padre catalán –"un auténtico mediterráneo", decía ella– y madre de La Rioja. Su imaginario se alimentó de dos paisajes esenciales: el bosque de Mansilla de la Sierra, el pueblo de la familia materna, donde pasaba el verano, y el mar que vislumbraba desde su casa en Barcelona, antes del boom urbanístico. Vivían la mitad del año en Madrid y la otra mitad en la capital catalana, con lo que no estaban de ninguna parte.
A pesar de desarrollar su carrera literaria en castellano, Matute subrayaba en una entrevista con Geraldine C. Nichols que hablaba catalán, y le gusta mucho. En otra entrevista –en castellano–, de repente utilizaba una palabra en catalán: "deslumbradas", para expresar el efecto que causaban en sus sobrinas las historias que les contaba. Cuando fue propuesta para el premio Nobel, expresó: "Me haría ilusión que le dieran a algún escritor en lengua catalana".
Un episodio decisivo de su vida fue el matrimonio con Ramón Goicoechea en 1952. Posteriormente, Matute se referiría a él como el Malo. En 1954 nació su único hijo, Juan Pablo. Ese mismo año, Matute obtuvo con Pequeño teatro el premio Planeta, que aún no tenía tanta fama como ahora. De hecho, había empezado sólo dos años antes. Ahora bien, eso de que las escritoras accedieran a un parnaso hasta entonces sólo reservado a los hombres se ve que a algunos no les hizo ninguna gracia. "Mal inevitable: las mujeres siguen ganando premios literarios", titulaba un diario. "Contra todas las previsiones también ahora ha ganado a una mujer (frente a hombres importantes)", lamentaba otro.
Los tebeos de Cela Conde
Hacia principios de los años sesenta, el matrimonio vino a Mallorca con su hijo. Se alojaron en Portopí. Según recoge Jorge de Cascante, su situación económica era muy apretada: los únicos ingresos eran los que ella aportaba con sus escritos. Una tarde, al volver de la calle, la joven escritora se encontró con que su marido había vendido la máquina de escribir, el útil con el que se ganaban la vida. Aquello fue el "hasta ahí".
'El Malo' volvió a la Península con el hijo en común y ella se vio 'colgada' en Mallorca y sin dinero. Fue entonces –según Matute contó en la revista Magazine–, cuando compareció, como una especie de buen samaritano, el futuro Nobel Camilo José Cela, entonces –ya lo largo de 35 años– residente en Mallorca. Él y su mujer, Charo Conde, abonaron religiosamente la factura del alojamiento –6.000 pesetas de la época, una cantidad respetable–, ya continuación invitaron a Matute a vivir con ellos en su casa.
Matute y Cela se habían conocido en las míticas tertulias del café Gijón, en Madrid, y fue el comienzo de una buena amistad. Se admiraban mutuamente. Matute entendía que la novela del gallego La familia de Pascual Duarte había supuesto "un rayo de luz en la oscuridad" de la posguerra. Por su parte, Cela, al tener que dar "sólo un nombre" de un literato español comparable a los autores del boom iberoamericano, dio el de Ana María Matute, "escritora extraordinaria" –en una entrevista en Televisión Española.
Cela y Matute mantuvieron el buen entendimiento a lo largo del tempo. Muchos años más tarde, al volver a coincidir en una comida del premio Primavera de novela, el autor de La colmena le recordó a Marisol, la mujer de Juan Pablo: "Yo a tu marido lo he tenido en brazos y era pequeñísimo".
La autora deOlvidado rey Gudú pasó tres meses en la casa del matrimonio Cela en Palma, "recogida como un gato de la calle", según su expresión, en compañía de otros autores destacados, como Blas de Otero y José Manuel Caballero Bonald –estrecho colaborador del autor gallego. Con Caballero Bonald se tejió una fuerte complicidad. Ambos compartían los números del tebeo Pulgarcito, que tomaban prestado al pequeño Camilo José Cela Conde, el futuro catedrático de la Universidad de las Islas Baleares. Les gustaban sobre todo las historietas de la familia Cebolleta, y en particular la expresión "Oh, ¡qué lujo asiático!", que estos personajes utilizaban a menudo. Al ganar ambos, muchos años más tarde, el premio Cervantes, se acordaron de aquella broma privada mallorquina para felicitarse mutuamente: "¡Oh, qué lujo asiático!".
En Can Cela –en la entonces calle de Bosc–, Matute también tuvo ocasión de leer algún texto suyo, en aquellas veladas que reunían escritores en castellano y en catalán. Otro de los participantes fue Llorenç Villalonga, así que parece probable que ambos se conocieran en aquella época.
Chuetas, contrabando y una posesión
La 'bailaora' la Chunga también pasó por la galaxia Cela en Mallorca –la de la época de la revista Papeles de Son Armadans. Según contó el Nobel gallego a Miguel Signes, la Chunga "se pasaba las horas muertas sentada en el suelo deletreando Los niños tontos", una colección de relatos de Matute. Lo cierto es que el artista prácticamente no sabía leer. Pero le gustó el título. En aquella misma conversación, Cela también elogiaba su protegida: "Es una novelista extraordinaria. La escritora más importante de la España actual."
Ana María Matute ya debió de conocer Mallorca bastante bien antes, para ambientar en la isla Primera memoria, la novela con la que ganó en 1959 el premio Nadal, seguramente el de mayor prestigio entonces en lengua castellana. Los protagonistas son dos primos adolescentes, Borja y Matia –algunos puntos en común con la autora resultan evidentes–, que se convierten en refugiados en la isla en el terrible período de la Guerra Civil. "Quizá Primera memoria esté entre los que más me gustan", decía de los libros de su producción.
En ningún momento la autora señala explícitamente que el escenario de su relato sea Mallorca. Pero, desde el principio, las referencias indican que esta isla, en apariencia alejada de la primera línea de combate, no puede ser otra. el resto de los mallorquines como los únicos descendientes de los judíos conversos, y sistemáticamente discriminados hasta nuestros días. "Chueta asqueroso", señala un personaje. judaicos" representan una contradicción viviente: descendientes de una minoría perseguida que se convierten en represores al servicio del nuevo régimen. El referente de los judíos está bien presente en la historia: en el pueblo viejo y despoblado, una plaza lleva su nombre, recordando las quemaduras del pasado. El mismo linaje del protagonista-narrador del Bearn de Lorenzo Villalonga. Y también es un hombre apuesto, con un encanto singular. Al señor de la posesión de Son Major, como Toni de Bearn, le rodea una cierta leyenda demoníaca. En cambio, por su afán por viajar sin parada de isla en isla, podría hacernos pensar, tal vez, en el archiduque Luis Salvador. Otro personaje rodeado por la leyenda.
Por supuesto, está presente el contrabando, del que el café de 'Es Mariné' –en el puerto– representa el epicentro de una actividad delictiva, sí, pero tolerada por todos, que hace la vista gorda: "Todos sabían que Es Mariné y unos cuantos de los que iban a comer a aquella terraza se dedicaban al contrabando". Los contrabandistas utilizan, por supuesto, las cuevas que les ofrece la geología isleña.
Algunas observaciones de la protagonista podrían corresponder a la sorpresa de la propia autora. En la isla no existe ningún río. Las flores de la isla "eran algo insólito". "Nunca vi flores tan grandes ni de color tan vivo". El pan es "insípido", sin sal, lo que resulta chocante para quien ha venido de fuera.
Es posible que Matute conociera en Mallorca a su segundo hombre, Julio Brocard, al que llamaba el Bueno y que fue el gran amor de su vida. Él murió en 1990. Ella, en el 2014. Da la impresión de que la fascinación isleña perduró en ella. Cuando Gazarian-Gautier le pidió qué forma tendría "el mapa de su territorio mágico", Ana María Matute respondía: "Una isla. Por supuesto que sería una isla".
"Qué suerte tienes, irte a Mallorca de vacaciones". Esto es lo que le decía Ana María Matute a Carme Riera, cuando ésta volvía a casa para pasar el verano, como de habitual, según recuerda la escritora isleña. Matute debió de conservar un buen recuerdo de su experiencia mallorquina, ya que alguna vez le comentó a Riera: "Qué guapa es la isla".
Carme Riera y Ana María Matute se conocieron en Barcelona, cuando la primera empezaba su carrera literaria, y llegaron a compartir una buena amistad. La autora de Dins el último azul redactó el prólogo para una de las ediciones de Primera memoria , el libro que Matute dedicó a Mallorca.
Un hecho curioso es que, cuando Matute se presentó por primera vez en una silla de la Real Academia Española (RAE), Riera le ayudó a redactar las cartas que es costumbre enviar en estas ocasiones al resto de académicos –casi todos hombres–, explicando los argumentos para ser elegida. Poco podía imaginar a la escritora mallorquina que, al cabo del tiempo, ella misma también ingresaría en la Academia.
Riera define a Matute como una persona "muy divertida, una seductora nata y una gran escritora". Ambas coincidieron en un homenaje que se rindió a la escritora y editora Esther Tusquets. Cada uno de los participantes debía prepararse un texto, pero cuando le llegó el turno a Matute, se excusó: "No he traído ninguna, porque no sé leer".
Información elaborada a partir deEl libro de Ana María Matute Jorge de Cascante (Blackie Books), Ana María Matute. La voz del silencio de Marie-Lise Gazarian-Gautier (Espasa), la entrevista de Xavi Ayén con la escritora en la revista Magazine y textos de Gabriel Ferret y Fernando González.