A partir de los años 70 muchos residentes tuvieron ganas de viajar e imitar así lo que hacían los miles de extranjeros que nos visitaban. Después de las estrecheces de la posguerra, aquella generación abrazó con entusiasmo la nueva sociedad de consumo
PalmaElvira Vera Ripoll es una sineuera nacida en Palma. Tiene 74 años. La nostalgia se apodera de ella cuando recuerda su luna de miel de 1972. "Yo tenía 21 años y fuimos a Murcia. Recién casados, no teníamos dinero. Fue mi padre quien nos pagó el viaje en avión. Era la primera vez que salía sola de Mallorca". Fueron siete días muy intensos. "Visitamos el mar Menor y Cartagena, donde mi marido había hecho la mili. También pegamos un bote a Alicante para visitar el imponente castillo de Santa Bárbara. Al final, pero, ya me añoraba. Perdimos el avión de vuelta y tuvimos que alargar un día más la estancia. a llorar cuando vi a mi padre". Aquella experiencia tardaría mucho tiempo en volver a repetirse. "A los pocos años tuve dos hijos y los gastos se acumularon, por lo que tuvimos que suprimir cualquier capricho".
En 1972, en el año de la luna de miel de Vera, fue cuando se creó en Palma Viajes Martel, una de las primeras agencias de la isla que también se dedicó a captar clientes mallorquines. Cogía el nombre del espeleólogo francés que en 1896 exploró las cuevas del Dragón de Manacor y que después serviría para batir el famoso lago de la gran atracción del boom turístico. Javier Esteban, de 67 años, era muy jovencito cuando empezó a trabajar en la compañía como guía. "Me permitía compaginar mis estudios de Empresariales en Barcelona. La gente se moría de ganas de ver mundo, de hacer lo mismo que hacían los turistas que nos visitaban. Para muchos era la primera vez que salían de Mallorca. Entonces la conectividad en el Archipiélago era muy mala".
Fotos dosificadas
A principios de los setenta Mallorca tenía cerca de 460.000 habitantes y recibía unos dos millones de turistas al año. Entonces los trabajadores tenían derecho, por ley, a 14 días de vacaciones retribuidas al año (a partir de 1976 se ampliaron a 21 ya partir de 1983, a 30). Los primeros viajes para los residentes que ofreció Martel estaban en la Península, en barco y generalmente en Navidad y Semana Santa. "Entonces el avión era muy caro, todavía no había descuento de residente [en 1987 se aprobó la bonificación del 33%, para Canarias, también; en 2001, ya fue del 50%; y en 2018, del 75%]. De Palma a Barcelona, un vuelo podía costar unas 3.50 horas. por mar. El destino preferido, por estar cerca, era Barcelona y Andorra, donde se podía ver la nieve y comprar productos más baratos. Igualmente, para los más devotos solía ir hasta el santuario de Lourdes, en la frontera con Francia", recuerda Esteban.
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El menorquín Miquel Àngel Limón en un restaurante de París, con unos compañerosArxiu familiar de Miquel Àngel Limón
Tras las estrecheces de la posguerra, aquella era la generación de isleños que había empezado a abrazar la nueva sociedad de consumo que asomaba la televisión. "Viajaban con los ahorros que tenían guardados en una hucha. No había la cultura del crédito de ahora. Solían ser familias, grupos de excursionistas o de amas de casa. También había peninsulares venidos con el 'boom' turístico que metían el coche dentro del barco para poder ir a visitar a sus parientes", cuenta el guía. Las emociones estaban a flor de piel. "Había mucha ilusión y curiosidad por descubrir nuevas realidades. La gente dosificaba mucho las fotos. Eligían bien cuando las hacían porque los carretes de las cámaras analógicas eran de 12, 24 o 36 instantáneas y eran caros. Ahora, en cambio, todo el mundo hace clics de manera compulsiva con los móviles. quedado las fotos", añade.
"Como en Mallorca, en ninguna parte"
Como guía acompañante, Esteban debía documentarse bien. "Entonces no había Internet y me iba a la biblioteca a buscar libros con información del destino", confiesa. En la década de los 80, el trabajo se acumuló para Viajes Martel, coincidiendo con la entrada de España en la Unión Europea (1986). "Empezamos a ofrecer viajes al extranjero. Aprovechábamos los aviones chárteres que llegaban cargados de turistas de Italia o de Eslovenia para volver a llenarlos con gente de aquí. Así los vuelos salían a muy buen precio. Entonces la gente debía tener el pasaporte en regla y a partir de los años 90 fue cuando cogen los vuelos como el cruce. Indonesia". Desde mediados de los 80 en estos destinos tan lejanos el empresario porrerense Gabriel Escarrer ya había empezado a construir hoteles. De esos años hay una anécdota curiosa que se convertiría en broma habitual. "Había gente que viajaba para constatar que como en Mallorca no se vive en ninguna parte".
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Elvira Vera Ripoll, de luna de miel en Murcia.Arxiu familiar d’Elvira Vera Ripoll
Desde Menorca, la fiebre por viajar de aquellos años tendría un problema. Lo explica el periodista de Alaior Miquel Àngel Limón, de 65 años: "Nosotros no teníamos la conectividad de Mallorca. Sólo disponíamos de algunos vuelos chárter con Berlín y Londres. Los regulares con estas capitales podían ser dos picos a la semana". Pero los afortunados eran pocos. "Quienes podían permitirse el lujo de ir al extranjero eran los empresarios, con un alto poder adquisitivo. Mientras la isla recibía turistas, la mayoría de menorquines practicaban el turismo interior. Un mahonés, por ejemplo, partía a pasar unos días en la costa de Sant Lluís". El periodista destaca algo curioso de aquellos primeros turistas europeos: "No decíamos que éramos de España, sino de Menorca. Era una manera de reivindicar la identidad propia después de tantos años de haber estado aislados".
Esas primeras escapadas sirvieron también para ponernos delante del espejo. "En 1976 yo mismo –explica Limón– aproveché que estudiaba en Barcelona para recorrer en coche el sur de Francia. Hacía un año que Franco había muerto. Habiendo dejado atrás cuatro décadas de dictadura, noté la diferencia de estar en un país democrático que rezumaba libertad". El descubrimiento de la modernidad también llamó la atención. "Ir a París oa Londres significaba poder comprar discos, ropa y otros productos que aquí no llegaban. Aunque eran carísimos, adquirirlos era una gran satisfacción. Entonces el mundo no estaba tan homogeneizado como por culpa de la globalización".
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Ibiza, la viajera precoz
De las cuatro islas de Baleares, Ibiza fue la más precoz a la hora de viajar. La historiadora Fanny Tur explica los motivos: "Entre la década de los 50 y de los 60 era muy habitual ir en barco hasta Mallorca a pasar la luna de miel. También, a través de la organización falangista Coros y danzas, había muchos conjuntos de baile pitiuso que viajaron en primera vez a la vez a la extranjero en 1952. un festival internacional en Llangollen, una ciudad en el norte del país de Gales.
En Ibiza el fervor para viajar también se desató gracias a que entre los años 50 y 70 la isla fuera uno de los centros de creación artística más importantes del Mediterráneo. Grupo Ibiza 59 sería su cara visible. "Esto fomentó que artistas pitiusos visitaran diferentes lugares de Europa donde Ibiza ya era suficientemente conocida debido a su legado hippy". Tur destaca un aspecto importante de los viajes familiares que se popularizaron a partir de los 80. "Podía ocurrir que por primera vez un ibicenco se encontrara en Londres o en París con un menorquín o con un mallorquín y eso hacía despertar un sentimiento de hermandad y de pertenencia a una misma comunidad insular".
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La banalización de viajar
A partir de 1985 los jubilados de Baleares pudieron viajar por todo el Estado a muy buen precio gracias al Imserso (Instituto de Mayores y Servicios Sociales) del Ministerio de Trabajo. La iniciativa, pionera en Europa, fue idea del entonces alcalde de Calvià, el socialista Francesc Obrador. En un momento de fuerte crisis económica, la concibió para combatir los altos índices de paro en el municipio durante el invierno. Los primeros destinos que se ofrecieron fueron Mallorca y Benidorm y después ya se incluyeron más comunidades. De ser una medida para luchar contra el desempleo pasaría a tener una función social para promover el bienestar de los ancianos.
Desde Viajes Martel, Javier Esteban lamenta que hoy, en plena globalización, el acto de viajar se haya banalizado y haya dejado de ser una experiencia transformadora. "Ahora moverse es mucho más fácil y la mayoría de la gente está más pendiente de hacerse la foto para colgarla en las redes. Impera la figurera y no hay ninguna voluntad de conocer a fondo el destino. El otro día quedé horrorizado al ver unas imágenes de Mont Saint-Michel, el famoso pueblo del norte de Francia que veo en los turistas, yo estaba en el islam, estaba totalmente yo. 80". Y, mientras, la demanda por 'ver mundo' está desbocada. "Desde la pandemia del 2020 la gente no para de viajar, al menos tres picos al año. Es como si hubiera tomado conciencia de que la vida son dos días y de que debe aprovecharse. Está como mal visto tener vacaciones y no viajar".
No viajar, el nuevo vegetarianismo
Joan Llinàs Cuadros (Cala Bona, 1985) es profesor de Filosofía. Acaba de publicar su primera novela,Hotel Universal (La Magrana). Se trata de una recopilación de estampas humanas ambientadas en el hotel que abrieron sus padrinos en Cala Millor durante el boom turístico –ella, una joven suiza, fue una de las primeras guías turísticas que llegó a Mallorca.
Llinàs es muy crítico con la deriva que ha tomado el turismo desde la irrupción de la globalización a principios del siglo XX. "Es una industria –dice– que, en nuestra casa, permitió un gran crecimiento económico y la introducción de nuevos estilos de vida. Ahora, sin embargo, sufrimos las consecuencias no previstas al servicio del neoliberalismo: lugares turistificados convertidos en un producto más de consumo". Con este contexto el serverí introduce una idea que en el capítulo titulado 'Muchas moscas matan a un burro' pone en boca de un personaje: "La decisión de no viajar será en el futuro el nuevo vegetarianismo. Hace unos años se generó un movimiento de personas que se hicieron vegetarianas porque no querían ser cómplices del sufrimiento de los animales a la hora de ser sacrificio. por ética, renunciará a realizar según qué viaje para no contribuir a la depredación del territorio, al aniquilamiento cultural y al encarecimiento de la vivienda para los residentes".
Este profesor de Filosofía insiste en matizar su razonamiento: "Ver mundo, como el arte o cualquier afición, es una de las actividades que dan sentido a la vida. Hay que hacerlo, sin embargo, con conciencia, teniendo en cuenta sus repercusiones. De ser una actividad exclusiva para las clases acomodadas, se ha mocado ahora. lo que ha fomentado la masificación de los destinos. Además, como consecuencias de Internet, Airbnb ha convertido a muchos pueblos en un parque turístico saturado de coches de alquiler”. Llinàs señala uno de los grandes triunfos del capitalismo: "Ha conseguido mercantilizar nuestro deseo y vender cualquier viaje como una 'experiencia única' que no podemos perdernos, aunque debamos endeudarnos. Se ha impuesto así una interpretación del todo hedonista del carpe diem de los clásicos".
Las reflexiones continúan: "Nuestros padrinos nunca se habrían planteado irse de viaje durante las vacaciones. Ahora impera la tiranía de aprovechar, de llenar nuestro tiempo libre, y el sistema nos dice que es mejor hacerlo en la otra punta del mundo". Las redes sociales representan la perversión de todo. "Hay una escisión entre la vida que mostramos y la nueva vida real, que no siempre es tan idílica. Cuando viajamos también nos peleamos con la pareja, pero eso no lo publicitamos. Con un smartphone en la mano nos hemos convertido en 'hombres anuncio' de felicidad postiza".