PalmaEstá en el fondo del vestíbulo del actual Ayuntamiento de Palma: un espacio histórico de gobierno, ya que antes había sido la sede de la Universidad de la Ciudad y Reino de Mallorca, la institución que gobernaba tanto la capital como el conjunto de la isla. Desde su puerta acristalada se adivina un espacio mágico, con estanterías y mesas de madera. Se ha tenido que poner un cartel en la entrada: "Sólo usuarios", para disuadir a los turistas con ganas de hacerse un selfie. En este espacio, con los visitantes, con los invitados a la boda que se celebran en el Ayuntamiento y con los concejales y el público que acude a los plenos, conviven 25.000 libros: los que integran el fondo de la biblioteca de Cort, inaugurada el 19 de septiembre de 1935, hace 90 años.
El proyecto de creación de una biblioteca consistorial venía de lejos. Miquel dels Sants Oliver –tenía que ser él: el visionario del turismo, de la autonomía y de todo– ya había propuesto hacia 1888 en el diario La Almudaina que el Ayuntamiento de Palma adquiriera la impresionante colección de libros del aristócrata Antoni Villalonga –unos 4.000 títulos, valorados en la entonces fabulosa cantidad de 125.000 pesetas– para que fuera la base de una "futura biblioteca municipal".
Fue otro personaje destacado de la época, el futuro ministro Alexandre Rosselló, quien propuso a la Diputación provincial que subvencionara el Ayuntamiento con 50.000 pesetas, para poder comprar los libros y crear una biblioteca –habrían salido baratos. La Diputación anunció que estaba dispuesta a aportar el dinero necesario, siempre que Cort le pagase todas las deudas pendientes, así que se rehusó su oferta. La colección Villalonga arrastraba a otro empero: su contenido, como diríamos ahora, 'políticamente incorrecto', con obras poco adecuadas a la mentalidad oficial de la época, como autores heterodoxos o literatura erótica.
La biblioteca de las mujeres
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No fue hasta 43 años más tarde que el entonces teniente de alcalde y presidente de la comisión de cultura Emili Darder –más tarde alcalde y asesinado por los golpistas del 36– fue a fin de trabajo en junio de 1931, sólo dos meses después de las elecciones. Darder sabía de qué iba eso: él mismo había sido bibliotecario del Círculo Mallorquín. Era imprescindible designar a una persona que se hiciera cargo: se eligió como bibliotecaria interina a Martina Pascual Martí, titulada por la Escuela Superior de Bibliotecarias de la Mancomunidad de Cataluña. En 1933, pasó a ser su directora titular, después de superar la oposición correspondiente –a la que, una de las exigencias era, como es lógico, saber catalán, parece que sin que nadie pusiera el grito en el cielo por aquel requisito.
Se habrá fijado que esta mallorquina había estudiado en la 'Escuela de Bibliotecarias', y no de 'bibliotecarios'. No se trata de una exageración de lenguaje inclusivo avanzado a su tiempo. Es que era sólo para mujeres, porque sus sueldos eran más bajos que los de los hombres. Esto nos parece hoy una barbaridad –con razón–, pero entonces era una oportunidad para aquellas jóvenes. Y Martina Pascual llevó consigo un sistema bibliotecario innovador para la época.
De hecho, la biblioteca de Cort ha sido constantemente dirigida por mujeres. Desde Pascual, que lo fue hasta su muerte, en 1962 –con una ayudante, Emília Villalonga–, hasta Margalida Rosselló, que fue su directora hasta el 2004. Después, este cargo se suprimió como tal. Actualmente es jefe de la red de bibliotecas municipales de Palma otra mujer, Margalida Plomer.
¿Y dónde debía instalarse la futura biblioteca municipal? En 1892, ya se había iniciado un proyecto de remodelación de todo el edificio: el actual espacio de lectura se destinaba entonces al parque de bomberos y un gimnasio. Entonces existía en la planta baja el viejo oratorio de Sant Andreu, que se utilizaba como trastero. Cuando se estaban llevando a cabo aquellas obras, en 1894, estalló un incendio que dejó prácticamente todo el edificio en escombros. Ahora sí que debía reestructurarse toda su planta baja. El nuevo vestíbulo y la monumental escalera las diseñó el destacado arquitecto Gaspar Bennàzar, así que, previsiblemente, también se hizo cargo de lo que ahora es la biblioteca de Cort. Afortunadamente, esta obra sí que se ha preservado, no como otras de sus...
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Según el cronista de la ciudad Bartomeu Bestard está inspirada en la más antigua de Palma, la de los jesuitas de Monti-Sion, del siglo XVII. También el obispo Campins la usó de modelo para la biblioteca diocesana. Las estanterías de madera cubren las paredes, dejando una pasarela elevada en voladizo, por la que trescan los bibliotecarios en busca de los volúmenes depositados en la zona superior del espacio.
Ahora bien, los concejales no acababan de ponerse de acuerdo sobre cuál debía ser la ubicación de la nueva biblioteca. Se plantearon otros espacios, como la Academia de Bellas Artes, y adquirir el actual casal Solleric –que, efectivamente, el Ayuntamiento compraría muchos años más tarde–, por su capacidad, entre otros. Un edil no se mostró de acuerdo en que la biblioteca compartiera edificio con las dependencias municipales, porque éstas podían volverse objetivo de "pasiones agitadas" y peligrar los libros.
Todavía una cuestión más importante que el continente era su contenido. Es decir, ¿qué libros constituirían el fondo de la futura biblioteca? Aunque aquella propuesta inicial de Oliver de 1888 no había llegado a buen término, el Ayuntamiento sí había llegado a tiempo de adquirir, al menos, cerca de la mitad de la colección Villalonga. El resto de los fondos fundacionales procedían del bibliófilo Jaume Garau y del lingüista Antoni Maria Alcover, además de unos 1.250 volúmenes dispersos por las dependencias municipales.
Depuración de libros... y de personas
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Había que clasificar todo aquello, ya esta tarea dedicó todos sus esfuerzos Martina Pascual, desde su nombramiento hasta la inauguración de la biblioteca. Pero esto no era suficiente: la comisión de cultura destinó 5.000 pesetas anuales, para la adquisición de material nuevo, que se compraba en las librerías o directamente en las editoriales. Además, dieron libros personalidades como Isidor Macabich, Lorenzo Villalonga, José María Pemán y el propio Darder. En total, a finales de 1934 se contabilizaban 6.177 volúmenes.
Para cuando tocó inaugurar la biblioteca, 19 de septiembre de 1935 –hace 90 años–, Emili Darder ya no estaba. A raíz de las revueltas de 1934 por el acceso de ministros de la derecha al gobierno estatal todo el Consistorio había sido suspendido. Los honores del acto inaugural recayeron en una comisión gestora. El diario La República aseguraba que ésta ya lo había encontrado todo hecho, mientras que el portavoz de la comisión, en su discurso, afirmaba que la biblioteca era sólo un proyecto y que ellos la habían hecho realidad. Como puede ver, la política, siempre tan original. Y ojalá que sólo hablaban de libros.
El golpe de estado de 1936, que como es sabido tuvo éxito en Mallorca, afectó gravemente a la nueva biblioteca, cuando no hacía ni un año que había abierto sus puertas. De repente se pusieron en práctica los mecanismos de la censura. Un decreto declaraba ilegales "impresos y grabados pornográficos" y la "literatura socialista, libertaria y, en general, disolvente". En 1937 se pusieron en marcha medidas de depuración, para establecer los libros que serían destruidos o, al menos, restringidos en el acceso al público. Los infractores de esas medidas podían ser objeto de sanciones astronómicas de 10.000 pesetas, además de la pérdida del trabajo.
Bibliobús por las barriadas en 1961.Biblioteca Municipal de Cort’ / Ajuntament de Palma
No sólo se depuraron los libros. También a las personas. Martina Pascual había sido una de las seis únicas mujeres que habían firmado la Respuesta a los catalanes, favorable a la colaboración en materia de lengua y cultura con la Cataluña gobernada por la izquierda. Sólo por eso, ya resultaba sospechosa. Fue suspendida de puesto de trabajo y sueldo. Para solicitar su reingreso, tuvo que llenar una declaración, argumentando que nunca había formado parte de ningún partido político –de izquierdas, claro.
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Hacia los años cincuenta y sesenta, la biblioteca de Cort fue volviendo a una cierta 'normalidad'. En 1961, se puso en marcha un curioso servicio: el 'bibliobús', con el objetivo de prestar servicio a las barriadas, cuyos usuarios eran sobre todo las mujeres. Entonces, el servicio de préstamo era limitado sólo a los funcionarios del Ayuntamiento. No fue hasta 1993, ya en democracia, cuando éste se extendió a la ciudadanía en general. Aquello coincidió, en los años noventa, con una ampliación del horario y con un incremento del personal.
Actualmente, la biblioteca de Cort constituye un referente para la cultura de Mallorca, un ámbito muy familiar para estudiantes y lectores de prensa y un lugar de consulta imprescindible para todos aquellos que quieran informarse sobre la historia de la ciudad. Sus fondos incluyen verdaderas joyas, como uno Blanquerna de Ramon Llull, de 1521, entre sus 25.065 libros, que multiplican por cuatro el fondo inicial. En 2024 la utilizaron 24.699 usuarios, con 6.374 préstamos. Es en perspectiva la ubicación de la biblioteca central de Palma en el edificio de Gesa que ha adquirido el Ayuntamiento. Pero ya ha visto que, en esta ciudad, desde una propuesta hasta una inauguración pueden pasar un buen puñado de años.
Información elaborada a partir de textos de Concepció Calafat y Ana Gimeno, Antònia Morey, Assumpció Estevill, Catalina Aguiló, Paz Alomar, Bartomeu Bestard, Joan Fuentes y Catalina Cantarellas.
Dumas, Victor Hugo y Gabriel Alomar, condenados al 'infierno'
Los libros de la biblioteca de Cort retirados del alcance del público por la censura del primer franquismo fueron a parar al 'infierno', que es como se conocen, en la jerga bibliotecaria, aquellos ejemplares cerrados con siete claves, y que sólo podían ser consultados de forma excepcional. Esto, en el mejor de los casos. Se calcula que 148 desaparecieron. Por supuesto, la víctima esencial fue la colección de Antoni Villalonga, polémica desde el primer momento.
En cuanto a los autores 'depurados', el ranking de los más afectados lo encabezaron Émile Zola y Victor Hugo. Los franceses resultaban particularmente sospechosos: también estaban Renan, Proudhon, los Dumas (padre e hijo) y, por supuesto, Voltaire. Los mallorquines Gabriel Alomar y Villalonga y Alexandre Jaume fueron censurados y desaparecieron del fondo.
El fondo Villalonga se trasladó en 1993 a un nuevo espacio, la biblioteca Llabrés, si bien, al cerrarse ésta, quedó temporalmente embalado en cajas de cartón. Actualmente está en el sótano de Cort y, sí, es accesible. Su archivo se encuentra en proceso de informatización.