Como era Damià Rotger según su amigo: "Era una 'rara abuelos' con un mundo propio dentro"
El ámico del tipógrafo y poeta, Ponç Pons, nos explica lo pequeño que era y los secretos de su infancia y adolescencia


PalmaA veces hace falta que pase un cierto tiempo para saber gracias a quienes somos quienes somos. Algunas personas, quizás incluso sin saberlo, hacen de faro en medio de una adolescencia oscura. Son mensajeros, ayudantes o maestros. Sin embargo, es necesario que en el otro lado haya un receptor despierto. En el caso de hoy, tanto el emisor como el receptor son dos personas con un don poderosísimo: el de la letra. Uno supo qué decir, y el otro supo escuchar. El escritor y poeta Ponç Pons nos cuenta lo adolescente que era el tipógrafo y poeta Damià Rotger.
Nacido en 1981 en Ferreries, Damià era un hijito rubio y blanquete. Hijo de Sebastià Rotger, "un periodista metido en el oficio de impresor", según Ponç, y de Paquita Miró. Sobre la madre, que murió en el 2021, Ponç recuerda una confesión del propio Damià: "Si no hubiera sido por ella, nunca habría logrado reconducir su potencialidad, tanto en el ámbito profesional como en el terreno poético". En este ámbito poético, añade, "ya ha logrado una voz propia y tiene un futuro esplendoroso por vivenciar".
Ponç le conoció en el instituto de Alaior, en los años 90. Lo describe como "un adolescente hippioso y con pelo largo que se buscaba a sí mismo por las aulas menorquinas, de mirada franca y limpia, tocada por una espira de juvenil vibración". Abonaba la estética rockera del pelo con camisetas de sus grupos de cabecera: Pink Floyd, The Doors (el grupo preferido de su madre, concreta Ponce), King Crimson, Yes, Jethro Tull, Camel, Emerson, Lake and Palmer, entre otros. El maestro, Ponç Pons, opina que "se le veía una rara ancianos en ese medio académico de conocimientos abstractos y exámenes de memorización". A su juicio, Damià rezumaba "afecto y pasión", una pasión "contagiosa por la vida y el arte que no encontraba su canal de realización".
Ponç cuenta que cuando se encontraba con Sebastià Rotger, éste le transmitía la preocupación sobre la adolescencia alborotada de Damià. "Yo le animaba a no perder la fe en las virtudes innatas de su hijo rockero y recuerdo que le hice una comparación poco poética, pero que me salió del corazón", dice el poeta. Y continúa: "¡Mira, Sebastià! (dije). Damià es un coche bueno y potente que va a cincuenta. Va un poco perdido porque busca su camino y no lo encuentra, pero cuando lo encuentre, hará legua por hora y te dará muchas alegrías porque, además de listo y vivo, es un buen chico". "¡Dios te escuche, Ponce!", dijo Sebastián. Y fue ahí cuando la mano mágica de Ponç Pons intercedió.
En el instituto de Alaior, donde Pons hacía de profesor y Rotger era alumno (aunque nunca coincidieron en el aula), el profesor se lo hacía venir bien para coincidir con el rockero hippioso en el patio y conocer sus intereses, y "de manera discreta y pedagógica". En aquella amistad iniciática, Ponç le regaló una casete de Genesis (liderado por Peter Gabriel) y una de Creedence Clearwater Revival. "Su contradicción interna era que le gustaba venir al instituto porque encontraba el calor humano de compañeros, pero tenía su jefe, su inquieto espíritu, enfocado a temas no escolares", apunta.
Descubrir el mundo de la tipografía le cambió la vida: "Encontró el sendero y, entre el ruido familiar de las máquinas de imprenta que musicaron su infancia, se ha convertido en uno de los tipógrafos más reconocidos de Europa", celebra Ponç: "Y a pesar de que no sé si encontró a la que aquel chico rara ancianos tenía un mundo propio dentro. Estoy seguro de que al escribir su primer poema sintió al fin quién era, qué buscaba, qué quería. Porque, la mirada no engaña, y al hablar con él en el patio sus ojos chispeantes parecían, alborotadores, los de un Rimbaud menorquín".