El cerdito que nos mira desde una ventana

El cerdito que mira por la ventana nos obliga a levantar la nariz del suelo, a mirar arriba, si queremos hacernos conscientes de su presencia

PalmaHace un día tapado y por la ventana de un piso de Palma vigila un cerdito de peluche. Un cerdito color de rosa, como deben ser los cerditos de peluche; lo que podríamos llamar un cerdito de peluche reglamentario. A veces, en vez de mirar a nosotros mismos en la calle, es bueno tener a otro que lo haga. Puede hacerlo en nuestro nombre, o en su propio nombre. Quitar un cerdito de peluche rosa en el alféizar de la ventana puede ser una manera de enviar al mundo un mensaje humorístico, incluso tierno; también puede haber detrás, sin embargo, cierta voluntad de ocultación. Quien hace esto, que no sale a mirar por la ventana de su casa, sino que pone un cerdito de peluche rosa, no quiere ser visto. Por el contrario, con toda probabilidad, sí tiene interés en ver qué hay afuera.

Para darnos cuenta de si un cerdito de peluche rosa nos mira desde una ventana hay que ir atentos y levantar de vez en cuando la cabeza, como ha hecho Isaac Buj para captar la foto sobre la que escribimos este texto. El cerdito que mira por la ventana nos obliga a levantar la nariz del suelo, a mirar hacia arriba, si queremos hacernos conscientes de su presencia. Y cuando lo descubrimos, cuando tenemos la suerte de que nuestra mirada coincida con los ojos afelpados y las muñequitas de botón de nácar de uno de estos cerditos, tenemos una alegría. Una alegría modesta pero sincera porque hemos encontrado la gracia, hemos conseguido que no nos pasara por alto el hermoso detalle que había, no tan oculto, cerca de nosotros. A diferencia de tantas cámaras que nos rodean, el cerdito de peluche rosa no nos vigila, no espera que tropezemos por reírse de nosotros, no nos censura, no nos apunta con el dedo para decir "este es un tal" y "esta es una que". Tampoco espera que badamos para jodernos la cartera, ni el bolso, ni es un agente con uniforme que intenta intimidarnos. El cerdito de peluche rosa que vigila por la ventana (o la persona que la ha puesto en la ventana y que está oculta, hombre o mujer, niño o adulto) nos envía un mensaje de complicidad. Nos dice, "ei, tú, estoy aquí, soy un cerdito de peluche rosa y ahora mismo he salido a mirar por esta ventana. Si me ves, si me miras, tal vez sea porque nos parecemos un poco, no necesariamente en el aspecto. Tal vez sea que tu mirada y la mía no son tan distintas. Quizás ni tú y yo ni yo ni yo descubierto aquí en mi ventana, somos exactamente de ese mundo, como dice la canción de Raimon".

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Solo en su ventana, el cerdito de peluche rosa no deja de ser la máscara de alguien que no quiere o que teme mostrarse, pero que a la vez no renuncia, no puede o no quiere renunciar, a mirar lo que ocurre en la calle. Miramos, decía John Berger, para reconocernos a nosotros mismos y para reconocer a los demás. Miramos para refugiarnos del miedo, que es de los animales, dijo Blai Bonet. Un cerdito de peluche rosa no acaba de ser un animal, tampoco llega a ser humano. Pero es una presencia que mira, que nos mira, y que tiene sentido si nosotros también la miramos. Si nos tomamos el momento, y la molestia, mirar arriba y descubrirlo. Entonces nos hace reflejo.

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Fiestas postizas y sin identidad

Este cerdito de peluche rosa está en Palma y está atento a lo que ocurre en su ciudad. La Palma de los millones de turistas, de las tiendas que son franquicias de las mismas marcas que se encuentran en las ciudades de todo el mundo, la Palma de los eventos y de las patronas y fiestas postizas y sin ninguna identidad reconocible, que también se pueden replicar sin cambiar nada en cualquier otra ciudad del mundo, porque siempre son el mismo vacío. Lámparas y decibelios. Ciudades despersonalizadas, escaparates sin personalidad, decorados superficiales que tapan la realidad honda (el gozo, el dolor, los anhelos, los proyectos, la historia, la lengua, la cultura) de cada una de estas ciudades.

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Aunque sea un juguete, el cerdito de peluche rosa tiene vida en su interior. Mucha más vida que las ciudades de parpadeos y bagatelas, las ciudades de los mercaderes a las puertas de los templos, las ciudades que algunos quieren dar la espalda al sufrimiento de sus ciudadanos, de los humanos y de los seres. El cerdito de peluche rosa es lo que con un poco de suerte vislumbramos al instante que nos decidimos a dejar de mirar el pavimento sucio ya levantar la mirada hasta el cielo, que aunque esté tapado, siempre está abierto y nos invita a vivir. El cerdito de peluche rosa es un duende, un gnomo, un espíritu bueno, una presencia fugaz que nos hace sonreír y que no es exactamente de este mundo. La esperanza.