'Bub-bub', 'tic-tac', 'patapam...': palabras que imitan sonidos
Si cierra los ojos y piensa en el ruido que hace un perro, ¿qué sonido te viene a la cabeza? Probablemente, 'bub-bub'. Si lo pedimos a un hablante de inglés, sin embargo, seguramente nos dirá woof-woof, y un hablante de japonés responderá wan-wan. El mismo animal, el mismo ladrido, y tres respuestas distintas. Ésta es la gracia de las onomatopeyas: parecen universales, pero en realidad cada lengua las adapta a sus estructuras, a su fonética ya la cultura que se vincula a ellas
PalmaLas onomatopeyas son palabras que imitan sonidos. El término viene del griego antiguo ('onoma', 'nombre', y 'poiein', 'hacer'). Desde siempre han servido para poner orden en los ruidos del mundo: los de los animales, los de la naturaleza, los de los objetos e incluso los de las personas. Son palabras que, en apariencia, escapan de la regla básica de la arbitrariedad del lenguaje, es decir, la idea de que las palabras no tienen ninguna conexión natural con lo que designan. Sin embargo, eso sólo lo hacen en apariencia, porque cuando las miramos de cerca vemos que tampoco son tan 'naturales' como parecen.
Tomamos el caso del gallo. En catalán, hace 'quiquiriquico'; en castellano, 'quiquiriquí'; en francés, 'cocorico', y en inglés, 'cock-a-doodle-doo'. Cada lengua elige los sonidos que le son más fáciles o familiares para imitar el grito del mismo animal. En realidad, no existe un grito 'universal' del gallo: hay tantas versiones como lenguas pongan voz.
Combinación de sonidos
Lo mismo ocurre con los objetos. El reloj, en catalán, hace 'tic-tac', como en checo ('tik tak') y en alemán ('tick tack'). En inglés, en cambio, hace 'tick-tock'; en euskera, 'tiki-taka', y en japonés, 'kachi-kachi'. ¿Por qué? Porque cada idioma tiene unas reglas propias sobre cómo combinar sonidos –lo que los lingüistas llaman 'fonotáctica'– y eso condiciona las imitaciones. El japonés, por ejemplo, evita consonantes a final de sílaba, por lo que allá donde nosotros sentimos 'crack' cuando se rompe una rama, ellos ponen 'poki' o 'paka'.
También hay diferencias divertidas en el terreno humano. Cuando imitamos el llanto de un bebé, en catalán ponemos 'ue', 'güe' o 'engaño'; en castellano, 'buá buá' y en húngaro, 'oá oá'. Para reír, en catalán, 'ha ja', en checo tanto pueden poner 'debe ja' cómo 'cha cha' y en castellano se suele escribir 'jaja'. Son convenciones que tienen que ver con el alfabeto y con cómo cada lengua asocia sonido y letra.
En catalán, muchas onomatopeyas han dejado de ser simples imitaciones para convertirse en verbos y nombres. 'Siuxiuejar' viene de 'siu-xiu', 'chapotear' del ruido de un cuerpo pisando el agua y 'zumbir', del rumor que hace un cuerpo que se mueve rápido por el aire. Esta evolución (la onomatopeya que pasa a ser léxico 'de pleno derecho') muestra hasta qué punto estas palabras pueden arraigar en la lengua.
El catalán, como cualquier lengua, tiene un repertorio de onomatopeyas muy vivo: 'chup-chup' para el hervor lento de una olla, 'cloc-cloc' para la gallina, 'pam' para un golpe seco, 'ric-ric' para el sonido del grillo, 'zum-z'. Son expresiones que se transmiten de generación en generación y que cualquier hablante entiende sin tener que dar demasiadas explicaciones.
Los cómics son otro ámbito en el que las onomatopeyas se hacen imprescindibles. En las viñetas de los cómics catalanes podemos encontrar cosas como 'pam!', 'zas!' y 'bum!'. En los cómics estadounidenses son habituales expresiones como 'bang!' y pow!'. Y en los japoneses, los manga, hay un auténtico festival de sonidos: desde 'shito-shito', que representa la lluvia fina hasta 'shiin' para indicar silencio. Los autores japoneses han convertido a las onomatopeyas en un código expresivo tan rico que a veces pueden ocupar medio espacio de la página.
Los lingüistas han estudiado que no es casual que muchas onomatopeyas compartan rasgos parecidos a varias lenguas. Es lo que se llama 'iconicidad': ciertos sonidos evocan determinadas sensaciones. Las vocales agudas como [i] o [e] se asocian a cosas pequeñas o agudas; las vocales abiertas como [a] o [o], a cosas grandes o graves. Por eso, en muchas lenguas las onomatopeyas de golpes secos llevan [a] o [u], y las de gritos agudos llevan [i]. No son reglas fijas, pero sí pueden considerarse tendencias que muestran cómo relacionamos el sonido con la percepción.
La dimensión cultural de las onomatopeyas también es considerable. De hecho, a menudo las onomatopeyas son fundamentales en la narración oral, sobre todo porque ayudan a recrear el ambiente de los cuentos, cuentos o leyendas que se cuentan. Igualmente, en las canciones populares, expresiones como 'ra-ta-ta-ta' por imitar un tambor son parte del repertorio colectivo.
Puente hacia el vocabulario
Más allá de la literatura y la cultura, las onomatopeyas también juegan un papel práctico en el proceso de aprendizaje. Los niños suelen aprender antes 'muu', 'bub-bub' o 'mio' que palabras más 'abstractas'. Los sonidos más fáciles de pronunciar tienen un significado inmediato y conectan con experiencias sensoriales. Por eso muchos pedagogos las utilizan como puente hacia el vocabulario general.
En resumen, las onomatopeyas son como pequeños efectos especiales del lenguaje. Las encontramos en la vida cotidiana, en los cómics, en las canciones e incluso en los juegos de palabras. Nos permiten reproducir sonidos, dar ritmo a las historias y poner un toque de humor o sorpresa en el discurso. Son, al fin y al cabo, una pieza más del rompecabezas lingüístico: cada lengua las hace suyas, lo que nos recuerda que hablar también es, en parte, interpretar los sonidos que nos rodean.