Cada vez que aprendo algo, me invade un sentimiento de alegría tan simple y depurado que, si no me diera vergüenza, incluso pegaría un bote. Aún recuerdo el día en que, a ocho años, fui a la librería con mi madre, que había decidido comprarme un Petit Larousse. Era rojo y lo forramos porque llevarás el máximo tiempo posible. Además de hacer consultas para la escuela disfruté duro abriéndolo y leyendo cualquier definición que se me pusiera delante. Tenía las hojas muy delgadas y miles de páginas que contaban cosas.

El Petit Larousse ocupaba el segundo puesto de mi podio particular, tras las novelas de Juli Verne que editó Bruguera, que incluían páginas de cómic increíbles. La medalla de bronce era para 13 Rue del Percebe: gracias a sus historias me hice una idea intuitiva sobre lo mal que está repartido el mundo y pensé que, a veces, los que parecen buenos son los malos.

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Aprender es una maravilla, algo estupendo, una felicidad muy especial. Por eso amo mi trabajo, porque no hay un solo día que no aprenda cosas, muchas de las cuales son duras y me enfrentan a un mundo que me gustaría que no existiera.

También me esfuerzo por aprender cuando no estamos en el trabajo. Esta semana he aprendido que Joseph Roth no necesitó innovar formalmente su escritura para ser un visionario, que pese a tener una manera de explicar las cosas propia del siglo XIX, supo mirar el siglo XX cara a cara –gracias, David Guzman y colaboradores del Ciudad Esmeralda. También he oído que Nariné Abgarian, que escribe en ruso a pesar de ser armenia, ha escrito un libro que me muere de ganas de leer: Y del cielo cayeron tres manzanas –gracias, Bookhunters y Marta Nin. Y el fontanero me contó el otro día porque no vale la pena comprar un termo demasiado caro en un pueblo como Inca, con un agua "complicada", según me dijo –gracias, Bartomeu Bauçà.

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Esta semana he aprendido que todo puede continuar si yo quiero (y puedo, claro). Que aprender no tiene fin, que cuando sabes algo de verdad es cuando te das cuenta de que te quedan miles de cosas por saber. Y he aprendido que la alegría no merma, sino que va aumentando a medida que te haces mayor y te liberas de obligaciones de la vida que dejan de ser propias de tu edad. Los alumnos de la Universidad Abierta para Mayores lo viven así y me han hecho aprender que todo es posible. ¡Muchas gracias!