Había un breve gag de la serie Los jóvenes en que Balowski entraba en una tienda y decía algo así como "Buenos días, ¿esto es una quesería?"; "No", respondía el dependiente. "Ido ya hemos jodido el gag", remataba el primero. Era una escena absurda y delirante, pero como vivimos unos tiempos en los que la absurdidad y el delirio se han apoderado de la realidad, quizá sea hora de asumir que éste running gag que era la vida está dejando de tener nada de gracia.

Un ejemplo:

En la calle de Velázquez acaba de abrir un nuevo negocio que me tiene intrigado.

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No sabría decir si es una cafetería, una heladería o un centro de depilación láser. En cualquier caso, el hecho de que haya cintas de correr y todo tipo de máquinas de fitness me hace sospechar que quizá se trate de un gimnasio, pero tampoco lo tengo del todo claro.

Ellos tampoco es que se esfuercen por ponértelo fácil. En la fachada sólo queda claro que es un club, sin especificar en ningún momento de qué. Lo único que es obvio es que, de entrada, tú no formas parte, porque si formaras parte sabrías de lo que va todo ello y probablemente serías miembro y tu entendimiento sería capaz de procesar la imagen de una barra poblada por un ejército de serviciales huéspedes y azafatas sobremotivados y un par de mesitas donde fan solteros con pinta de expatos, con un entrenador personal, con pinta de ser también el suyo trader, al lado.

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Este tipo de negocios no son ni únicos ni nuevos: hay cafeterías que, en realidad, son tiendas de bicicletas o estudios de yoga; hay chocolaterías que parecen tiendas de perfumes, perfumerías que parecen floristerías y floristerías donde te cortan el pelo; hay ateliers, showrooms, pop up stores que no son nada de todo esto o sólo lo son a medias o cogido por los pelos; hay mucha tostada de aguacate con semillas de chía y mucho de specialty coffee circulando por éste coworking gigante en el que se ha convertido el centro de Palma; pero sobre todo hay un simulacro decosmopolitismo que en el fondo no es más que el rodillo turbocapitalista allanando cualquier diferencia y convirtiendo en una sola todas aquellas supuestas experiencias que te vende homogeneizando el mundo a golpe de ridículas frases motivacionales, pero dónde están las dr. ¿Martens con punta hierro de Balowski cuando tenemos que necesitarlas?

Y en paralelo:

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¿Quién quiere un horno que sólo es un horno?

Hace unas semanas cerró uno de los mejores de Palma, el Fortí, porque los nuevos propietarios del edificio los han sacado fuera. En ese horno lo hacían todo bueno. Literalmente: todo. Pero es que los tiempos exigen especialización y tipos. Si no, de qué manera nos podrán iluminar los influencers con los suyos reeles? Benditos sean ellos, por ser la respuesta a la pregunta que nadie se ha hecho. Unos ganarán followers y algunos ganarán dinero; y algún inversor sueco, unos inquilinos debidamente dóciles y exprimidos. Palma perderá otro pedazo más de la ciudad en manos de capital extranjero, pero los clientes hemos perdido algo más: una vida habitable o al menos un gag con un mínimo sentido.