La verdad incómoda
A veces llega una serie discreta, de un país pequeño, con pocos capítulos y menos artificios, y te hace callar. Te desarma. After the Party, esta maravilla neozelandesa, no grita, no provoca con espectacularidades ni grandes giros. Pero te pone contra la pared. Te pide: "¿Estás seguro de que quieres saber la verdad? Y, si la sabes, ¿podrás convivir con ella?"
Es Robyn Malcolm –también cocreadora– quien aguanta el interrogatorio incómodo con una interpretación monumental, digna de todos los premios. Su personaje, Penny, es de una complejidad que raramente vemos escrita para una mujer de mediana edad en televisión. Herida, tozuda, brillante, vulnerable. No es víctima ni heroína. Es humana. Y la serie lo respeta. Hace tiempo que no veía a una protagonista tan bien construida, ni a una actriz tan capaz de hacernos mirar por dentro sin decir ni una palabra.
Pero After the Party no es sólo una historia personal. Es un espejo que tiembla y nos devuelve una imagen deformada que no queremos ver: la de nuestras falsas apariencias. El centro del relato es un presunto caso de pedofilia –solo sugerido– que abre un resquicio en la comunidad y la familia. No porque queramos proteger a los niños, sino porque no sabemos gestionar la duda. El peso de la sospecha desmonta los cimientos de lo que somos. Y lo que llamamos "verdad" es, a menudo, sólo la versión más cómoda.
Como aliciente extra, Peter Mullan interpreta al marido de Penny, el profesor señalado y origen del conflicto.
Hay un valor narrativo admirable en la decisión de no mostrar nunca lo que todos quisiéramos ver para juzgar. Ni una imagen, ni una prueba, ni uno flashback. Solo palabras, miradas y silencios. Esto obliga al espectador a hacerse responsable, a posicionarse, aunque no quiera. Y esto es lo que hace mayor esta serie: no te trata como consumidor sino como adulto.
La apuesta estética, tan contenida como efectiva, es marca de una televisión que a menudo ignoramos: la de Nueva Zelanda. Mientras nos ahogamos en producciones estadounidenses uniformes o nos comemos las que Netflix crea con algoritmos y una fotografía común, llega esa pequeña joya de la otra punta del mundo que nos recuerda por qué vale la pena hacer (y mirar) ficción. No porque nos distraiga, sino para que nos confronte.
After the Party (la tiene en Filmin) no te da respuestas. Pero te hace muchas preguntas. Y de esas que duelen.