Entrar en la calle
PalmaPara muchos –somos una–, la calle es un lugar hostil, un caos que el paso del tiempo y la pérdida de las fuerzas de la juventud hace difícil aguantar. Los ruidos, el exceso de gente, la falta de espacios, las prisas, los gritos, los coches, el asfalto... Cada vez me cuesta más salir de casa sin parecer un animal aterrado. La puerta que me separa del exterior es el muro que me garantiza algo de calma y que, al abrirse, me escupe a un entorno que no reconozco como mío, no es acogedor, me duele.
Salir de casa al mundo es cada día más complicado, y sería muy duro hacerlo sin objetos que han pasado de capricho a necesidad. No es lo mismo entrar en la selva a pelo que con unos auriculares gracias a los cuales un piano me ayuda a mantener unas barreras mínimas.
Mire a la gente caminar despistada, mirando los escaparates. O acelerando con la cabeza gacha. O abucheando en la pantalla de un teléfono donde alguien les dedica una sonrisa, si tienen suerte. Las personas con el rostro relajado, sin tensión en los ojos, me dan envidia. También hay alguien como yo, y nos limitamos a cruzar una mirada furtiva para no desviarnos de nuestra misión: abandonar la calle lo antes posible.
Ir a la calle ya no es sinónimo de 'salir', sino entrar en una especie de infierno artificial que me angustia. Salir es ir a un sitio donde pueda respirar, con árboles, pájaros y el ritmo de mis pasos. En la calle ya no oímos nuestros pasos. Tampoco entendemos las voces que nos rodean. Millones de palabras nos patinan por la piel sin más sentido que llenar cualquier agujero que quede libre. Cualquier hebra de aire.
Si vas muy despistado por la calle, puede que alguien te pegue un empujón, porque hay normas absurdas que deben cumplirse, carriles imaginarios de los que no se puede salir. Todo está estipulado para que la circulación de cuerpos pueda fluir sin atascos. Y, si te empujan, no te pedirán disculpas.
En la calle no se puede ver más allá de los escaparates llenos de ofertas y reclamos atractivos. En la calle no hay horizonte, ninguna línea que separe el cielo de la tierra. Es como un hervidero donde todo el mundo cumple su función, sin pensar, donde nadie sale de la hilera que le corresponde.
Por eso hay quien se enfada cuando alguien decide hacer un uso extravagante de la calle. Los sin techo, los manifestantes, los niños con la pelota, las personas mayores que caminan poco a poco son elementos perturbadores que dificultan la dinámica legítima del resto de hormigas.