De El Ejido en Torre Pacheco
No son tiempos amables, cuando la realidad parece alinearse con los escenarios más distópicos de la ciencia ficción. Mundos inhabitables en los que reproducimos los peores episodios de la historia de la humanidad, con genocidios y persecución de determinados grupos raciales incluidos. Siempre hace falta culpar a alguien de las cosas que nos pasan y que no nos gustan, y siempre será más fácil culpar a los inmigrantes que a los multimillonarios, porque los últimos tienen el poder económico, de la propaganda y de la compra de voluntades, que no es poca cosa.
En este contexto, se ha normalizado lo que Mauro Entrialgo llama el 'malismo' en su último libro, publicado en Capitan Swing: poner a gente mala a decir cosas hasta hace muy poco del todo reprobables, como cuestionar consensos sociales tan básicos como el respeto a los derechos humanos… El alarde del mal como propaganda política. Por el contrario, aquéllos que mantenemos una posición no ya de izquierdas, sino sencillamente humanista; o defendemos el diálogo como la vía para encarar los conflictos; o la necesidad de actuar contra el cambio climático, … somos 'bonistas', el equivalente a una posición tan inocente como inútil, de acuerdo con el código ético de los 'malistas'.
Es un contexto así el que explica la persecución de la comunidad latina en Los Ángeles, tomada por el pseudoejército de Trump. Y también los ataques racistas de Torre Pacheco, con los ultras de Vox atizando el fuego de la persecución de los inmigrantes, especialmente los magrebíes, aunque éstos sean los que mantienen la intensa actividad agrícola del pueblo. Al igual que en sa Pobla y en otros municipios mallorquines donde queda algún guijarro de actividad primaria. La misma semana que esto ocurría, la presidenta Prohens fulminaba a Catalina Cirer –la última democristiana del PP balear y la única de su partido en defender los derechos humanos en el Parlament ante los exabruptos de los ultras– y ponía a un policía nacional al frente de la Dirección General de Inmigración. Un señor que igual te defiende que una organización paramilitar que hace negocio de forma ilegal como es Desokupa imparta cursos de formación a policías, que dice que la mayoría de las personas que migran son delincuentes… Ya podemos imaginar qué política va a hacer, el personaje.
Con los episodios de estos días hay un bote sustancial con relación a lo ocurrido hace justo veinticinco años en El Ejido, en la provincia de Almería. Entonces, como ahora, se utilizó cualquier excusa para iniciar una verdadera cacería contra la población magrebí, que ya en aquellos momentos representaba un tercio de la población del municipio almeriense. Una masa violenta se dedicó a perseguir (aún no se ha aclarado cómo aparecieron casualmente cientos de bates de béisbol en ese pueblo) a toda persona con un tono de piel "no blanca", así como a las personas, ONG y partidos que defendían los derechos humanos, o simplemente un poco de cordura. Las mujeres de Torre Pacheco con pareja magrebí también han sido ahora estigmatizadas y amenazadas. Hay dos grandes diferencias entre estos episodios: la primera, que los ultras que entonces atizaron la violencia racista eran pocos y se escondían; ahora, en cambio, son un partido que gobierna en Baleares y en otras comunidades, y que se ha infiltrado de manera preocupante en las fuerzas de seguridad y sindicatos. La segunda, la viralidad del odio facilitada por unas redes sociales con cada vez menos regulación de contenidos, porque sus dueños son también fascistas. De hecho, al cabo de unos días, y aunque no se haya hablado tanto de ello, otros ultras prendieron fuego a una mezquita en Piera (Barcelona) antes de su inauguración.
Todo ello sitúa la convivencia, uno de los bienes más preciados de cualquier sociedad, en una situación muy frágil. El único consuelo es que aunque este 'malismo' lo impregna todo, en realidad cuando sales a la calle nada es tan dramático como nos lo pintan en las redes, los medios y los ultras. Dicho de otro modo: convivimos (y muchos sobreviven) a pesar del esfuerzo de algunos políticos irresponsables por enfrentarnos y la inexistencia histórica de una política de integración dirigida a todo el mundo: a las personas recién llegadas para que conozcan y valoren la sociedad de referencia a la que han venido a vivir, incluida la lengua que aquí se habla; pero también a las personas que ya estábamos, porque todos debemos aprender a vivir y convivir en una sociedad cada vez más diversa y plural.
Sería interesante encontrar puntos de unión entre residentes, independiente de donde hayamos nacido, para defendernos de aquellos que alimentan y se benefician, de los malestares sociales diversos, empezando por la vivienda. Incluso de eso hay quien también culpa a los migrantes, aunque estos tengan que pagar 600 euros por una triste habitación para cobijar a toda la familia, o que tú, lector, tengas que dejarte casi todo el sueldo para pagar un piso de dos habitaciones a algún rentista listo. Y es que ya lo dice ese viejo refrán: mientras el sabio señalaba la luna, los tontos justo miraban el dedo. Y así seguimos.