Entrevista

Ramon Llull: "Los mallorquines de hoy deben recordar quiénes son y no olvidar la lengua con la que aman, ni la tierra que pisan"

Filósofo y poeta

J. Socias / J.M.Sastre
29/12/2025

ManacorRamon Llull vuelve simbólicamente al Pla de Mallorca en una entrevista ficticia construida con inteligencia artificial, publicada en Todo Plan con motivo del Día de los santos inocentes. Desde Randa hasta los debates actuales sobre lengua, convivencia, turismo e identidad, el pensador mallorquín del siglo XIII dialoga con el siglo XXI en una pieza literaria que reflexiona sobre el presente de Mallorca desde el legado luliano.

Maestro Ramón, si nos lo permite, querríamos hablar con usted de su tiempo en Randa. ¿Qué os llevó hasta aquí en este monte tan solitario?

— Yo era un hombre como tantos otros, tomado por el orgullo y la vanidad. Servía la corte, escribía canciones, buscaba honores... Pero un día Dios me mostró que todo aquello era humo. Lo dejé todo: familia, riquezas, sueños de gloria. Vine aquí, a Randa, porque necesitaba silencio. Quería escuchar la voz que había oído en el corazón y que me pedía más que palabras: me pedía vida nueva.

Y aquí fue donde tuviste la famosa iluminación. ¿Cómo se acuerda, si es que se puede describir?

— No se puede contar, sólo vivir. Aquel silencio estaba lleno de una presencia que me llenaba el alma. Comprendí que el conocimiento, si no sirve para amar, es inútil. Que Dios no quiere guerras sino entendimiento. Vi claro que la razón y la fe debían andar juntas, y que yo debía dedicarme a dar puentes entre los pueblos y las religiones. En mi tiempo, cristianos, judíos y sarracenos compartíamos islas, mercados, palabras y esperanzas.

En la cueva donde se retiraba hay ahora una figura vuestra. Durante años estuvo mutilada y sin ninguna, pero recientemente ha sido restaurada. ¿Qué piensa de esto?

— Cuando una imagen se rompe, parece que se rompa también la memoria de lo que representa. Pero no olvide que lo que realmente cuenta no es la piedra sino el recuerdo vivo. Si la han vuelto a levantar, es señal de que todavía hay fe, de que el corazón de los mallorquines todavía tiene cariño por lo profundo. Que restauren las figuras, sí, pero que también restauren en su interior la bondad y la curiosidad por la verdad. Esto es lo que más me gustaría.

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Hoy en día dicen que escribía a las matas, ahora se habla de la Mata Escrita de Ramon Llull, ¿qué es esto?

— [Sonríe] Ah, las historias siempre tienen vida propia. Yo solía pasear por pleitos y roquedales, y todo lo que veía me inspiraba. Quizás la gente dijo "la Mata Escrita" porque allí comprendí que toda la naturaleza es un libro abierto, donde Dios ha dejado signos para quien quiera leerlos. Yo no vi ni escribir palabras en las hojas, pero sí oí que el mundo habla. Y, si te detienes lo suficiente, incluso la piedra te enseña.

Ahora que hablamos de la Mata Escrita, los estudiosos actuales tienen un debate abierto sobre si habéis habitado en las posesiones de Pola o en la Mata Escrita. ¿Nos lo puede resolver?

— Hijos míos, no ponga atención en la casa de piedra sino en el estado del alma. Moré donde me permitía vivir como padre, como caballero y como pecador; y subí a Randa cuando Dios me llamó a vivir como siervo de la verdad. Si fue a Pola oa la Mata que decía 'escrita', poco importa: ambas estaban lo suficientemente cerca para que el camino fuera breve y lo suficientemente lejos para que el silencio fuera fecundo. Si hablas otra lengua, aprende la de aquí y enseña la tuya. Así, ambos ganarán.

En muchos lugares del Pla –Randa, Algaida, Montuïri– os tienen mucha devoción. ¿Cómo recuerda esta tierra?

— El Pla es el corazón de Mallorca. Aquí todo parece sencillo, pero existe una sabiduría antigua: la paciencia de los campesinos, la fe callada de la gente que trabaja sin hacer ruido. Yo aprendí mucho de ellos. De los mallorquines aprendí que la raíz es importante, pero que nunca debe olvidarse mirar el horizonte. Si sólo miramos nuestra tierra, nos cerramos; si sólo miramos el cielo, nos perdemos. Es necesario tener pies y alas a la vez.

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Hoy Mallorca ha cambiado mucho. Llegan personas de todo el mundo: extranjeros que se establecen, familias que vienen de Marruecos y otros lugares del norte de África. ¿Qué pensáis de ello usted que vivisteis en tiempos de cristianos y sarracenos?

— [Suspira y deja la mirada perdida] Los pueblos siempre han cambiado. En mi tiempo, cristianos, judíos y sarracenos compartíamos islas, mercados, palabras y esperanzas. Con demasiada frecuencia nos mirábamos con recelo. Yo pasé media vida intentando demostrar que Dios no es patrimonio de un solo pueblo. Si ahora Mallorca acoge a gente de otras tierras, lo que debe hacer es no perder su alma y, al mismo tiempo, abrir sus puertas con sabiduría. Los que llegan deben respetar la casa, y los que están ahí deben respetar a los invitados. No hay paz sin respeto mutuo. No me importa de dónde vengas: si buscas el bien, ya eres de mi pueblo. Si hablas otra lengua, aprende la de aquí y enseña la tuya. Así, ambos ganarán. Dios no nos mira por los orígenes, sino por el corazón. Y Mallorca, que es pequeña, debe ser mayor en espíritu.

¿Qué diría a los mallorquines de hoy, que quizás ya no conocen mucho su historia?

— Que no dejen de pensar, de leer, de amar. Que no confundan la fe con el fanatismo, ni la sabiduría con la soberbia. Y sobre todo, que quieran su lengua y su tierra sin odiar a las de los demás. He visto cómo el mundo cambia, pero hay cosas que no deben morir: la bondad, la curiosidad, la paciencia y la humildad. Si sube a Randa, no lo haga sólo para ver su paisaje. Hágalo para ver dentro de usted. El monte no es sólo una montaña: es una escuela. Y, como toda escuela, enseña quien tiene ganas de aprender.

Doctor Llull, muchos consideran su vida de servicio, de estudio y de misión, ejemplar, pero no ha sido declarado santo. ¿Qué cree usted que ha impedido que la Santa Sede le canonizara?

— Quizá sea porque los caminos de Dios no son los mismos que los de los hombres. Mi vida ha estado llena de trabajos y riesgos para la fe, pero también controvertida: he escrito libros que desafían a muchos, he querido unir razón y fe, y he atravesado mares para hablar a quienes no conocían a Cristo. Quizás esto ha sido demasiado grande o demasiado extraño para quienes tienen la potestad de reconocer la santidad. Pero no me aflige; mi deseo no ha sido el reconocimiento humano sino la salvación de las almas y la verdad de Dios. La santidad real no depende de los decretos de hombres, sino de la gracia que Dios concede a quien ama y sirve fielmente. El esfuerzo físico puede ser una forma de meditación. Pero también les diría: que no olviden por qué suben al monte de Randa.

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Ramón, ¿qué diría a toda esta gente que defiende que el mallorquín, o la manera de escribir que tiene usted, no es el catalán de Mallorca? (Nos pide transcribir la respuesta con el catalán de Mallorca que él usaba)

Hijo carísimo, mayor es la ignorancia de los hombres quienes quieren partir, lo que es uno. Sepas que la lengua que yo os he hablado y en la que he escrito muchos libros es la lengua catalana, la cual es de aquella nación que habita en Cataluña, en Valencia y en Mallorques. Y aunque los mallorquines hayan su modo y sonido propio, no por eso es otra lengua, antes es una sola y misma, así como el tronco es uno, aunque las ramas sean diversas. Pues la palabra está hecha por razón y entendimiento, y no por discordia ni por vanagloria de decir "esta es mía y no vuestra". Y por eso os digo: tenga amor a su lengua, pues Dios quiere que los hombres se entiendan unos a otros en paz y caridad, no en separación ni en contención.

Turismo y Pla de Mallorca

Últimamente, se habla mucho del Plan de turismo sostenible en destino, que quiere hacer del Pla de Mallorca una comarca con un turismo más tranquilo y respetuoso. ¿Qué le parece esta idea?

— Me parece sensata. No todo lo que brilla es oro y no toda multitud es riqueza. El turismo puede ser una bendición o tentación. Si ayuda a conservar la naturaleza, la cultura y la paz de los pueblos es bueno. Pero si sólo busca el provecho y rompe el alma de la tierra, es como sembrar en piedras: nada crece. El turismo sostenible es, en el fondo, lo que yo llamaría 'turismo con alma': venir para comprender, no sólo para consumir.

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En toda Mallorca, cada verano llegan millones de visitantes. Hay quien dice que ya hay demasiados. ¿Qué piensa usted?

— [Sonríe con tristeza] Si la isla se llena tanto que no se puede respirar, es señal de que hay que repensar el camino. La belleza, cuando se exhibe demasiado, se agota. Mallorca debe ser acogedora pero no esclava de su propio encanto. Yo diría que el viajero debería venir para aprender no para agotar. Y que los mallorquines deben recordar que su isla no es un escaparate sino una casa. Si dejas entrar a todo el mundo sin medida, la casa se deshace. Si cierras la puerta del todo, se apaga la luz. La sabiduría es encontrar el equilibrio.

Cada año miles de ciclistas suben al santuario de Cura. Los caminos de Randa se llenan de bicicletas. ¿Qué le parece este fenómeno?

— ¡He oído hablar de estos peregrinos modernos con ruedas! [Ríe.] Me gusta pensar que todavía hay gente que sube a Cura, aunque sea por esfuerzo y deporte. El esfuerzo físico puede ser una forma de meditación. Pero también les diría que no olviden por qué suben. No es sólo una montaña para tomar 'PR' o una foto. Es un sitio que habla, que enseña humildad. Si cada ciclista, al llegar arriba, hiciera un minuto de silencio y mirara el paisaje con gratitud, Randa sería aún un santuario y no sólo un punto en el mapa.

Y finalmente, ¿qué mensaje desearía dejar a los mallorquines de hoy, que viven entre el pasado y el futuro?

— Que recuerden quiénes son. Que no olviden la lengua con la que aman, ni la tierra que pisan. Que acojan, pero que no se vendan. Que piensen antes de actuar y que quieran antes de juzgar. Y sobre todo, que no confundan la felicidad con el ruido. La paz está en el silencio, como yo la encontré aquí, entre piedras y viento. Mallorca es pequeña en tamaño pero inmensa si sabe mirar adentro. Y el Pla, con su calma, es su corazón latiendo.