El mallorquín que no agachó la cabeza ante un golpe de estado
Se cumplen 150 años del encarcelamiento de Antoni Villalonga, quien se negó a dejar el escaño cuando el general Manuel Pavía disolvió las Cortes de la Primera República
PalmaCuando un grupo de guardias civiles armados asaltaron el Congreso de los diputados el 23 de febrero de 1981, muy pocos quedaron en sus escaños al oír la descarga de disparos en el aire que ha quedado fijada para siempre en el techo de la sala de plenos: Suárez, Carrillo, Gutiérrez Mellado y poca gente. Un siglo antes se produjo algo muy similar: la entrada del general Pavía –también con guardias civiles– para disolver las Cortes de la Primera República. Entonces, un mallorquín se mantuvo con la cabeza alta y se resistió a abandonar el escaño: Antoni Villalonga Pérez. Recordamos a este personaje singular cuando se cumplen 150 años de su encarcelamiento (1875) por fidelidad a sus ideas.
No sólo Antoni Villalonga sino también su familia, los conocidos como 'Villalonga d'Escalada', fueron personajes singulares. Esta rama de tan ilustre linaje arranca de Francesc Villalonga Brondo, quien fue alcalde de Ciudad hacia 1675. En aquella época, no se trataba de la primera autoridad municipal sino de una especie de oficial de la corona. La mansión familiar fue la actual Can Bordils, en la calle Almudaina de Palma, que ahora es la sede del departamento de Cultura municipal.
Su descendiente Francesc Villalonga Bordils (nació en 1762) se casó con Joana de Escalada, y de ahí el añadido con el que se les conocería en adelante. Francisco y Juana se habían prometido, pero a él le querían casar con una prima. El frustrado suegro, Tomás de Escalada, movió cielo y tierra para detener la dispensa canónica que debía concederse por el parentesco cercano. Ese Escalada debió de ser un personaje temible –llegó a ser procesado por un desafío. La cuestión es que se salió con la suya y Francisco llevó al altar a su hija.
El hijo de ambos fue Francesc Villalonga Escalada, y con él empezó una sucesión de personajes bastante heterodoxos. Fue el primer volteriano de Mallorca –el primer lector entusiasta del filósofo francés, conocido por sus feroces críticas a la doctrina católica. Reunió una buena biblioteca, con libros que le enviaban desde París, y trescó por toda Europa, hasta el punto de que su círculo le conocía como 'el viajero'. Se distinguía por la pulcritud de su aspecto, incluso cuando ya había llegado a 86 años, una cifra récord para la época. Fue capitán de la milicia urbana y juez. Su colaboración con el homenaje del Ayuntamiento de Palma a los Hermanados rebeldes contra Carlos I (1870) es un buen indicio de sus ideas políticas.
Un marqués y una biblioteca
El talante abierto y liberal de este Francisco Villalonga quedó bien patente al tratarse de uno de los pocos mallorquines que aceptaron acoger en su casa a la pareja integrada por Frederic Chopin y George Sand el famoso invierno de 1838 a 1839: él tuberculoso sin ella ir a matrimonio sin fumar y, para terminarlo domingos. Al parecer, se habían conocido antes, en uno de los viajes del noble mallorquín a París.
Ni Francesc Villalonga ni su hijo Antoni se distinguieron por su mención en la administración de las posesiones familiares, aunque éstas eran abundantes: tenían fincas y tierras en Manacor, Capdepera –torre de Canyamel–, Alaró, Escorca y Sóller. Espacios que Francisco nunca visitaba, hasta que se decidió a ir a Canyamel. Al llegar, después de un viaje agotador –con los medios de transporte de la época–, el dueño le agradeció el esfuerzo: "Vuestro padre nunca pasó por aquí". "Ido yo no tengo que ser más que mi padre", respondió el señor, e inmediatamente emprendió la vuelta hacia Palma.
De Francisco Villalonga narra Alfonso Enseñat que siempre disponía de una mesa parada, para atender a los invitados que pudieran presentarse, y de camas cubiertas con mantones de Manila. También le caracterizaba la generosidad con los más desfavorecidos: cuando había epidemias –entonces, todavía sucedía con frecuencia–, sus servidores lanzaban monedas de oro por debajo de las puertas de las casas de los afectados, ya todo el mundo que fuera a su casa se le servía caldo de gallina gratis.
Joan Villalonga Escalada fue hermano suyo. Otro que también se metió en política, por lo que tuvo que emigrar a Francia en 1825. Siete años más tarde, cuenta José Luis Isabel, tuvo que huir de nuevo al país vecino, acusado de "exaltadísimo y francmasón". Ahora bien, gracias a su actuación en las guerras civiles carlistas, la reina Isabel II le concedió el título de marqués del Maestrazgo y se convirtió en un hombre respetable y senador vitalicio.
Hijo del 'viajero' Francesc Villalonga y de su prima hermana Maria Carme Pérez fue el personaje más relevante de esta saga: Antoni, nacido en 1821 y que superaría con creces las heterodoxias del padre. Masón, demócrata, republicano, autonomista, pionero del movimiento obrero y propietario de una biblioteca de 4.000 títulos, llena de ejemplares 'peligrosos', como literatura erótica y autores como Zola, Proudhon y —por supuesto— Voltaire. Aunque no estudió ninguna carrera universitaria, era un hombre de sólida cultura, que hablaba y leía en varios idiomas y que, como su progenitor, viajó por Europa.
El diputado insumiso
Antoni Villalonga Pérez fue uno de esos excepcionales mallorquines que hizo más cosas de las que bastarían para llenar una vida. Fue miembro de las logias masónicas Primera Luz y Reforma, bibliotecario del Ateneo Balear, administrador de Ferrocarriles de Mallorca, vicepresidente de la Sociedad Agrícola e Industrial y presidente del Círculo Mallorquín, del Casino Artístico, de la sociedad La Protectora y de la Sociedad de Alumbrado por Gas. En aquellos tiempos en los que la gente emigraba de Mallorca, quiso crear como alternativa una colonia agrícola en su finca de la Carroja (Manacor), aunque este proyecto no llegó a buen puerto.
A lo largo de su vida, fue el referente del republicanismo mallorquín. Al producirse la revuelta Gloriosa (1868), que derrocó a Isabel II, formó parte de la junta revolucionaria. Al año siguiente fue elegido diputado del Congreso en Madrid, cuyo voto resultó decisivo para abolir la esclavitud en Puerto Rico, entonces colonia española. En 1872 se convirtió en alcalde de Palma, cargo desde el que impulsó –para horror de los bien pensantes– la construcción de un cementerio laico.
Cuando los guardias civiles del general Pavía –se conoce como 'el caballo de Pavía', aunque el militar iba a pie– entraron en el Congreso el 3 de enero de 1874 para disolver las Cortes y, con ellas, poner fin a la breve vida de la I República, Antoni Villalonga. Pese a la desbandada general, el mallorquín se negó a abandonar su escaño. "Somos diputado de la Nación", afirmó, "y no me muevo de aquí hasta que la Nación me lo mande".
Unos meses más tarde se restauró la monarquía –se suponía que pacificadora y reconciliadora– de Alfonso XII, y uno de los primeros jefes en caer –metafóricamente– fue el de Antoni Villalonga. Fue encarcelado en Valencia en 1875 –y en Albacete posteriormente. Fue uno de los pocos mallorquines represaliados por su fidelidad republicana.
La cárcel no doblegó sus ideales. Mantuvo encendida la llama del republicanismo bajo la restauración monárquica a pesar de la dificultad de enfrentarse al sistema caciquista, a pesar de que volvió a ser concejal en el Ayuntamiento de Palma. Apoyó la creación de la Unión Obrera Balear (UOB) para reivindicar los derechos de los trabajadores y fue responsable de la escuela. Murió en 1910 y su entierro fue multitudinario.
Ahora bien, las dificultades económicas pasaron factura a la familia. Su esposa, Teodora Fàbregues, ofreció en una carta al archiduque Luis Salvador la venta de la biblioteca y de parte de las fincas. Miquel dels Sants Oliver propuso que los libros los comprarás el Ayuntamiento para formar la actual biblioteca de Cort. Pero cuando esta adquisición se llevó a cabo, sólo quedaba la mitad, el resto se había dispersado.
Francesc Villalonga Fàbregues, hijo de Antoni y Teodora, todavía continuó la línea progresista y avanzada de la familia: como concejal en Palma, puso el grito en el cielo por la prohibición por el gobernador de utilizar el catalán en 1902. Llegó a ser alcalde de Palma durante la II República y acompañó al presidente rea 1932. Sólo cuatro años después, llegaría el desastre. Los Escalada habían soñado con algo mejor.
Antoni Villalonga Pérez fue el personaje de carne y hueso que inspiró –incluso en su nombre– al Don Toni de Bearn, el protagonista de la novela de Llorenç Villalonga. Algunos de sus rasgos resultan muy reconocibles: de ideas escandalosamente avanzadas para la época, con vínculos masónicos, justito de dinero pese a sus posesiones, aficionado a los libros y viajero. Su nieto explicó a Alfonso Enseñat que, al enterarse en Alemania de su muerte, viajó a Mallorca un grupo de masones para cachear su casa y obtener todo el material comprometido, como libros, cartas y objetos de los rituales. Muy parecido al desenlace de la novela.
En cambio, otros rasgos del señor de Bearn corresponden al padre, Francisco Villalonga Escalada. Éste no sólo se casó con su prima –práctica habitual de la nobleza–, sino que hizo un viaje a Francia con su sobrina Teresa, como Don Toni y Doña Xima. Francisco Villalonga de la casa Escalada sale citado, como observa Enseñat, en Muerte de dama , otra narración villalonguiana.
No sólo Lorenzo Villalonga inmortalizó a los Escalada en la literatura. Parece que los Febrero de la novela de Blasco Ibáñez Los muertos mandan , que se ambienta en Mallorca e Ibiza, son esa misma familia. El escritor valenciano, republicano notorio, se alojó en su casa cuando visitaba Mallorca. Blasco describe a Horacio Febrero (Francisco Villalonga) como hombre de costumbres metódicas: tanto, que algún vecino se guiaba por sus paseos, para calcular la hora que era. Al igual que el filósofo Kant, cuyos vecinos ponían los relojes en hora siguiendo su itinerario cotidiano.
Información elaborada a partir de textos de Alfonso Enseñado de Villalonga, Catalina Martorell, Pedro Gabriel, Antonia Morey Tous, Jaime Pomar, Antonio Tugores, Pedro de Montaner, Gabriel Bibiloni, Eduardo Montagut, Antonio Marimón y José Luis Isabel Sánchez.