Cuando el habla tiene género: ¿qué dice el lenguaje sobre quiénes somos?
¿Hablamos de manera diferente según nuestro género? Y más importante: ¿nos escuchan igual? Desde la antigua Sumeria hasta las reuniones de hoy, el lenguaje ha reflejado desigualdades sociales. Pero también puede ayudar a cuestionarlas
PalmaAunque hablemos igual, no siempre nos escuchan igual. El tono, las palabras o la actitud pueden cambiar la forma en que se nos percibe, y el género tiene mucho que ver. Aunque a menudo no seamos conscientes de ello, la forma en que hablamos –y cómo se interpreta lo que decimos– no es neutra. Las normas sociales, las expectativas e incluso los prejuicios nos condicionan también al abrir la boca.
La sociolingüística lleva décadas estudiando cómo el género influye en la comunicación, y ha mostrado que las diferencias en cómo hablan mujeres y hombres no son biológicas, sino sociales y culturales. No es que las mujeres "hallen más", "sean más indirectas" o "se disculpen demasiado" por naturaleza. Es que han aprendido –quizá de forma inconsciente– que para ser escuchadas, deben adaptarse. Hay quien dice que hablar es sólo una forma de transmitir información. Pero no es verdad: también es construir relaciones, mostrar autoridad, expresar emociones, negociar, resistir… Y todo esto está condicionado por cómo nos ven los demás. En definitiva, el lenguaje refleja la sociedad que lo utiliza y, si esa sociedad es desigual, el lenguaje también lo será.
Interrupciones
Un ejemplo de esto lo encontramos en los sesgos de percepción hacia mujeres y hombres. En ocasiones, una mujer que se expresa con seguridad y determinación puede ser percibida como "demasiado agresiva" o "poco empática". En cambio, un hombre que utiliza exactamente las mismas palabras y el mismo tono puede ser visto como "claro" o "resolutivo". Igualmente, se ha estudiado que en las reuniones mixtas las mujeres son interrumpidas con mayor frecuencia y que sus aportaciones reciben menos reconocimiento, incluso cuando son de mayor calidad que las de sus compañeros.
Esta relación entre género y lenguaje no es nueva. De hecho, hace milenios que se reconocen maneras de hablar asociadas a un género concreto. En la antigua Mesopotamia, por ejemplo, encontramos un caso muy interesante, el del emesal.
En el tercer milenio antes de Cristo, en la región de Sumer, se hablaba una lengua que conocemos como sumerio. Dentro de esta lengua, había una variedad principal, el e-gir, que se utilizaba para textos administrativos, legales y narrativos. Al lado, sin embargo, había otra, el emital, que podría traducirse como 'lengua suave' o 'lengua fina'. Esta variedad no era propiamente otra lengua, pero sí presentaba algunas diferencias gramaticales y léxicas. Por ejemplo, mientras que al emitir la palabra para decir 'señora' era 'nin', en emesal era 'gašán', y 'tum', que quería decir 'llevar', se convertía en 'ir'.
¿Cuál era el uso del emital, sin embargo? Se utilizaba, sobre todo, para dar voz a las diosas en los textos rituales y también para que lo recitaran las sacerdotisas en ceremonias religiosas –en algunos casos, incluso lo utilizaban hombres que adoptaban roles litúrgicos femeninos. No tenemos pruebas de que las mujeres lo emplearan en su día a día, pero el simple hecho de que existiera una variedad lingüística específica para representar lo que decían las mujeres en un contexto religioso ya muestra una conciencia clara: el género también se expresaba a través del lenguaje.
Los conocimientos sobre estas diferencias se han ido refinando a lo largo de los tiempos gracias a la investigación científica. A partir de la década de 1970, con estudios como los de la lingüista Robin Lakoff, se empezaron a describir patrones comunicativos distintos según el género. Lakoff afirmaba que las mujeres tendían a utilizar un estilo más indirecto, con más expresiones de cortesía, más preguntas retóricas y modalizadores como 'quizás' o 'me parece'. Aunque han sido muy matizadas y superadas, estas teorías iniciales abrieron un campo de estudio.
Hoy sabemos que estas diferencias tienen poco que ver con el género como categoría biológica, y mucho que ver con el papel que la sociedad asigna a mujeres y hombres. Como afirman Elisa Rosado, Estrella Montolio e Irene Yúfera en el libro Quien habla y quién calla, gran parte de la comunicación pasa por el filtro de la percepción. No sólo importa cómo hablamos, sino cómo nos escuchan: hay voces que se amplifican, mientras que otras se minimizan o, directamente, se ignoran.
Ahora bien: aunque en ocasiones se hayan silenciado o invisibilizado, las mujeres también son agentes de cambio lingüístico. Varios estudios han demostrado que, en muchas comunidades, son ellas las primeras en adoptar nuevas formas. Por ejemplo, el sociolingüista Joan Pujolar vio, en entrevistas a jóvenes bilingües en catalán y castellano, que las chicas tienden a experimentar con estructuras gramaticales más flexibles ya mezclar más las lenguas (con formas híbridas entre catalán y castellano) con más frecuencia que los chicos, especialmente en contextos coloquiales.
Referentes lingüísticas
Además, las mujeres desempeñan un papel central en la transmisión de la lengua a las nuevas generaciones. Durante la infancia, no es de extrañar que sean ellas las principales referentes lingüísticas, lo que las convierte en figuras clave tanto para conservar como para transformar la lengua.
En definitiva, lo que nos enseña tanto la investigación moderna como el ejemplo del emital mesopotámico es que la conciencia sobre las diferencias de género en la comunicación no es nueva. Hace milenios que el lenguaje se ajusta –y se impone– según quien habla, cómo habla y ante quien lo hace. Entender estas dinámicas no debería servir para reforzar estereotipos sino para cuestionarlos. Quizás, si entendemos de dónde vienen las formas que utilizamos, también podremos decidir hacia dónde queremos ir.