Superhéroes de barriada
La gente se detiene, levanta la cabeza y les señala con el dedo, porque dan una estampa impactante
PalmaUn chiste fácil diría, ante esa fotografía de Isaac Buj, que hay gente que, ante las adversidades de nuestros días, sube por las paredes. Pero lo cierto es que lo que se ha dado a conocer como 'trabajos verticales' lleva recuerdos de épocas antiguas del capitalismo que habíamos querido creer que habían quedado atrás. Las épocas de mayor desprotección de los trabajadores, las épocas de jugarse literalmente la piel por un salario. Las imágenes de las películas, con obreros que limpian los cristales de los rascacielos colgados de un arnés, mientras el bueno de la función se golpea tiros con las bandas de los malos. Los grandes millonarios de antes del crack bursátil del 29, dueños y caballeros de las grandes cadenas de producción que entonces eran recientemente inventadas.
'Trabajos verticales' significa pintores que pintan fincas de pisos colgados de arneses, correas y otros ingenios tan precarios como su vida laboral. Autónomos y falsos autónomos a los que el sistema tiene la barra (o el cinismo) de presentar como emprendedores, o empleados de empresas con despido gratuito, a través de un mensaje en el móvil. Esto es lo que hay, lo coges o lo dejas. Hubo un tiempo no tan lejano en el que los pintores podían al menos subirse a un andamio a realizar los trabajos difíciles, o peligrosos. Ahora deben conformarse con el estímulo de la adrenalina y el espectáculo a pie de calle. La gente se detiene, levanta la cabeza y les señala con el dedo, porque dan una estampa impactante. Nuestra época construye narrativas vacías, a menudo les cuesta distinguir la pantalla de televisión o la del videojuego de la realidad lisa y palpable.
A los pintores que realizan trabajos verticales se les llama popularmente "spidermans", un anglicismo incorrecto (el plural de 'spiderman' debería ser 'spidermen') que quiere ser una metáfora que a su vez contiene una ironía. Spiderman, que traducido significa el Hombre Araña, es un superhéroe que tiene el poder de subirse por las paredes sin más ayuda que el de su cuerpo y sus propias fuerzas. Esto le ocurre como consecuencia de haber sido picado por una araña en particular, que había sido intoxicada con radiactividad. De forma completamente lógica dentro del mundo de la Marvel de Stan Lee (que fue el Walt Disney de los superhéroes), la combinación de la radiación con el veneno de una araña daba como resultado el surgimiento de una criatura híbrida y vagamente monstruosa, un hombre dotado con las habilidades de una araña (incluyendo el humano a la persona, incluyendo el sentido a sentido que Spiderman decidía poner, afortunadamente, al servicio del bien.
Pero la parte más interesante siempre es la humana. En la vida civil, Spiderman, el Hombre Araña, es Peter Parker, un joven de familia trabajadora y bastante desafortunada que se gana la vida como fotógrafo en la pieza para el Daily Bugle, una cabecera que podría traducirse como La Corneta. El director del diario es un tal Jonah J. Jameson, un individuo con apellido de marca de whisky irlandés, que exprime laboralmente a Peter Parker y que, además, siente un desprecio profundo para Spiderman (sin saber que son la misma persona). En resumen, Peter Parker brilla cuando se enfunda un traje y una máscara estrafalarios y se va a pegar botes de azotea en azotea de Manhattan, pero en su quehacer cotidiano se mueve dentro de la incertidumbre, la precariedad y la angustia por el futuro. En una sección como ésta, en la que ilustramos fotografías con palabras, no podía faltar un saludo y homenaje al superhéroe patrón de los fotógrafos de prensa.
El individualismo
Spiderman era el superhéroe que trabajaba por cuenta propia, un superhéroe que debía coserse el vestido de colorines cada vez que un supermalo le hacía un esqueje o una mancha de sangre. Si un pintor de trabajos verticales, uno spiderman de los que no disparan telarañas, sino que pintan fachadas y patios de luces, comete un error o le falla el equipamiento y se jode abajo, dependiendo de cómo se haya buscado la vida no tendrá baja ni cobertura médica ni nada. Tampoco seguro de vida ni un rinconcito para pagar el sepelio. Le convendrá más coserse él mismo los arneses, las correas y las brochas, que sean lo más resistentes posible. Mientras cose, tal vez tendrá tiempo que el mayor problema de nuestro tiempo es un individualismo y una sensación de final de etapa tan exagerados que ya muchos ni siquiera creen en la capacidad de sumar fuerzas para reivindicar los derechos: los laborales y los humanos. Sin duda, como si fuera un chiste malo, hay para subirse por las paredes.