Historia

Algún hombre bueno: Gerard Maria Thomàs

Se cumplen cuarenta años de la muerte de este juez de origen falangista, de comportamiento ejemplar y recuperador de los estudios universitarios en Baleares

PalmaEra falangista y fue oficial del bando sublevado en la Guerra Civil. Pero también fue un juez de comportamiento ejemplar, calificado como "todo un caballero" por uno de los detenidos en una redada contra la oposición clandestina y que ordenó la que, probablemente, fue la primera exhumación de una víctima del 36 en todo el Estado. Hombre de amplias inquietudes culturales, creador y primer párroco del Estudi General Lul·lià, recuperó sus estudios universitarios en Baleares. Recordamos a Gerard Maria Thomàs, cuando hace cuarenta años de su muerte, el 11 de diciembre de 1985.

Gerard Maria Thomàs Sabater nació en 1905 en Palma, hijo de un menorquín –Antoni Thomàs, maquinista de la Transmediterránea– y de la manacorina. Era hermano pequeño del músico y cura Joan Maria Thomàs. Ésta es una familia bien conocida en los ámbitos de la política, la cultura y la judicatura, donde han destacado los hijos del magistrado: Antoni Maria –periodista, documentalista y director teatral–, Gerard Maria –fundador de Jueces por la Democracia–, Joan Maria –historiador– o Margarita 'Lila'–histórica feminista y parlamentaria.

El joven Gerard había estudiado Derecho en la Universidad de Barcelona –entonces no existían estudios superiores en el Archipiélago: se habían suprimido en 1842, y él contribuiría de manera decisiva a recuperarlos, más de un siglo después– y, como juez, su primer destino4 fue seguida de Nules, en la Comunidad Valenciana, y Manacor. En 1956 ascendió al siguiente grado en el escalafón judicial –magistrado–, y en 1973 a presidente de la Sala de lo Contencioso Administrativo de la Audiencia Territorial. El Tribunal Superior no existía entonces, se constituyó ya con la autonomía.

En 1948 tuvo lugar la gran redada, con la caída de la estructura clandestina de los comunistas en Mallorca. Aquí ya nos encontramos con otro caso de una nota discordante: un juez militar, el teniente coronel Torres, que, pese a su fama de duro, tomó la decisión insólita de procesar a los policías que habían torturado a los detenidos. Sin éxito, por supuesto. Era "buena persona", dijo de uno de los represaliados.

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"Un caballero vilipendiado por los suyos"

La causa ocurrió en la jurisdicción civil y la instrucción correspondió a Gerard Maria Thomàs. Uno de los detenidos, Llorenç Noguera, le definió como "todo un caballero". Si a Noguera se le escapaba alguna inconveniencia en el interrogatorio, ese juez tan peculiar le corregía: "Eso no lo digas", para que no metiera la pata. También cursó una denuncia por los malos tratos, igualmente sin resultados. Y decretó la libertad provisional para todos ellos. "Thomas, después –añadía Noguera– fue vilipendiado por los suyos", sólo unos años más tarde.

El juez Thomàs les siguió dando una mano cuando ya habían quedado en libertad. José Peralta, que le había llegado a amenazar de muerte porque su padre estaba muy enfermo ya él todavía no le habían tomado declaración, logró trabajo como telegrafista. Pero carecía de la ficha del sindicato oficial del régimen. Así que fue a ver al juez en su casa y él le firmó un documento que forzó a los funcionarios a regularizar su situación.

Thomàs era, obviamente, del bando de los vencedores. Había hecho la guerra con los grados de brigada, alférez y teniente de complemento. En 1949 accedió a la cúpula local del Movimiento, el partido único del franquismo, como consejero y, poco después, como subjefe provincial, es decir, como segunda autoridad después del gobernador.

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Esto no duraría mucho. Thomàs abrió una investigación sobre "lo de Artà", un presunto caso de corrupción de sus compañeros, a los que les faltó tiempo para urdir una conjura contra ese entremetedor. La cosa llegó a tal punto que el gobernador civil ordenó a la Policía que su 'segundo' no pudiera salir de la isla, no fuera que fuera a Madrid a poner al descubierto esa mangarrufa. El juez falangista fue destituido fulminantemente. Los implicados celebraron en todas la derrota de aquel disidente tan peligroso.

La exhumación de una víctima del 36

Thomàs era todavía subjefe del Movimiento cuando en 1953 intervino, en Manacor, en otro asunto sorprendente: la exhumación de una víctima de los crímenes del 36, muy probablemente, la primera de todo el Estado. Aquellos no eran tiempos para la memoria democrática, ni mucho menos. Gabriela Grimalt, una mujer de marcadas creencias religiosas, había denunciado a un vecino, Joan Llull, porque había metido a su rebaño a pastar en sus tierras. Unas semanas más tarde, Grimalt, en compañía de otras dos mujeres, se topó con Llull, voluntario falangista, armado, quien la retuvo mientras dejaba marchar a sus compañeras. Aquello era el 1 de septiembre de 1936. No se lo había vuelto a ver desde entonces.

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La acusación contra Joan Llull por, supuestamente, hacer abortar a su mujer –parece que era también un maltratador–, animó a Miquel Mesquida, hijo de la desaparecida, a denunciar aquel crimen de hacía diecisiete años. Aquello condujo a la detención de Llull, quien, por supuesto, negó ser su culpable. Pero dos testigos relataron cómo les había obligado, fusil en mano, a cavar un hoyo, donde enterraron el cuerpo de Gabriela Grimalt.

Como juez de instrucción, Thomàs tomó una decisión histórica: exhumar el cadáver de la mujer, allí donde le habían dejado y que un forense examinara sus restos. Se alegaron argumentos a favor de Llull, como ser falangista. Episodio surrealista de aquel régimen: el propio juez tuvo que redactar, como subjefe del Movimiento, un documento en este sentido, con la información que proporcionó el Ayuntamiento de Manacor. Sin embargo, Llull fue acusado de asesinato. Pero había pasado demasiado tiempo y su delito había prescrito. Thomás tuvo que cerrar el caso.

Desde su destitución en 1955, Thomàs se distanció de aquel régimen del que él había formado parte. Aún trató –sin mucho éxito– de utilizar sus antiguos contactos para echar una mano a su yerno Miquel Rosselló, militante comunista, a quien habían metido en prisión. Habló con Alejandro Rodríguez de Valcárcel, ex gobernador provincial de Baleares y entonces presidente de las Cortes franquistas para conseguirle el tercer grado. "Los rojos no tienen privilegios" fue la respuesta.

Otro rasgo característico de Gerard Maria Thomàs fue su interés por la cultura. En particular, por personajes como Ramon Llull y Junípero Serra. Fue autor del estudio Consideraciones sobre las ideas de unidad y paz en el pensamiento jurídico de Ramón Llull. También, por su patrimonio histórico, como los molinos de Mallorca. En 1926, con sólo veintiún años, había sido uno de los fundadores de la Asociación Bach para la música antigua y contemporánea, promovida por su hermano Joan Maria y que representaba un aliento de aire fresco en el entorno isleño estantino y acomodaticio.

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Debió de ser por eso, y también por la posición que entonces todavía ocupaba en el partido único, que se pensó en él cuando el entonces gobernador civil, José Manuel Pardo, puso en marcha el nuevo Estudi General Lul·lià, en 1951. Gerard Maria Thomàs se encargó de modificar los de los estatutos fuera tan dependiente del Movimiento, ni del propio gobernador. En contra de los criterios de quienes querían hacer de esta entidad una institución netamente del régimen, se puso bajo la autoridad de la Universidad de Barcelona, ​​con un objetivo muy nítido: que en las Islas volviera a impartirse la enseñanza superior, como así se produjo.

De su condición de hombre dialogante es buena prueba el hecho de que el gobernador Pardo confiara en Thomàs para limar las asperezas con la Maioricensis Schola Lullisica, una entidad ya existente, a la que aquella nueva criatura 'luliana' causaba una nada disimulada inquieto. El juez y párroco se entrevistó varias veces con su jefe, Francesc Sureda Blanes.

Thomàs fue el primer rector del nuevo Estudi General. Dispuso de la colaboración de algunas personalidades no muy entusiastas del régimen, como el editor y filólogo Francesc de Borja Moll, a quien le unía una buena amistad —y lazos familiares, por el matrimonio de sus respectivos hijos, Bienvenida Thomàs y Joan Moll. El juez también dio cabida a otros elementos considerados manifiestamente sospechosos por el régimen: entre 1971 y 1976, la Obra Cultural Balear, fundada por el propio Moll, llevó a cabo en el Estudio la mayor parte de sus actividades.

Gerard Maria Thomàs murió en Palma el 11 de diciembre de 1985. Según su hija Lila Thomàs, había seguido con mucho interés la evolución política de aquellos últimos años, con la Transición y la llegada de la democracia: "Era una persona muy dialogante y que escuchaba. De mentalidad abierta. franquismo". Ciertamente, le había conocido bien, desde dentro. Y lo que había visto bien cierto que no había sido de su agrado.

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El padre que pasaba pena por los hijos comunistas
  • Algunos de los hijos de Gerard Maria Thomàs, Lila entre ellos, se afiliaron al Partido Comunista cuando éste era no sólo ilegal y clandestino, sino la bestia negra por excelencia del régimen. Él lo vivía "con preocupación", recuerda Lila Thomàs, por si cualquiera de ellos era detenido, porque como juez conocía perfectamente lo que era tener que pasar por la cárcel franquista. "Él tenía una visión del Derecho muy humana" y cuando fue encarcelado Miquel Rosselló, también comunista y hombre de ella, mostró "una actitud muy solidaria".

    Las comidas familiares en can Thomàs no eran de discusión –recuerda–, pero sí de "debate" sobre las cuestiones de actualidad. El antiguo falangista leía publicaciones manifiestamente progresistas de la época, como Destino o Cuadernos para el diálogo. Su hija Lila opina que su evolución política debió de ser similar a la del conocido político Joaquín Ruiz-Giménez, quien pasó de ser ministro de Franco a destacado dirigente de la oposición y, ya en democracia, Defensor del Pueblo. Probablemente, a Thomás también se le podría encuadrar en la democracia cristiana, por sus convicciones católicas.

    Lila Thomàs fue candidata al Congreso por el Partido Comunista en las elecciones de 1977, y fue su padre quien le sugirió que no se hiciera demasiadas ilusiones de salir elegida. Y acertó. Los comunistas habían sido protagonistas en la oposición clandestina, pero no lo serían tanto en las urnas.

Información elaborada a partir de textos de David Ginard, Joan Mas Quetglas, Antoni Tugores y Román Piña Homs, las memorias de Francisco de Borja Moll y Miquel Rosselló y los testimonios de Lila Thomàs y Antoni Maria Thomàs.