Desplazarse en tren como deporte de riesgo
El descarrilamiento de un ferrocarril cerca de Marratxí altera la normalidad de miles de viajeros
PalmaEn un tiempo, tanto en charlas informales como en conversaciones de compromiso, algunos podremos decir: "Yo cogí el tren el 30 de julio de 2025". Este miércoles ha sido el día en el que un descarrilamiento ha complicado la vida a unos usuarios resignados, que han desfilado por las estaciones y los vagones con cara de manzanas agrias, pero de forma civilizada y sin montar ningún escándalo, con paciencia.
Hay cosas inevitables. Por ejemplo, solucionar un descarrilamiento implica tiempo, mucho tiempo. Pero otros deben hacerse bien, y uno de los problemas habituales en los trenes de Mallorca es que habitualmente no se informa de nada a los usuarios. Cuando los Serveis Ferroviaris de Mallorca (SFM) hablaban de un cuarto de hora de retraso, en realidad era más de una hora. Lo sé porque es el retraso con el que he llegado a Palma, mientras leía que la demora era de sólo unos minutos de nada.
Debía tomar el tren de las 14.48 h, que ha pasado a las 15.25 h. En la estación, todo el mundo se ha acercado a la puerta de tal forma que la gente que salía apenas podía poner el pie fuera del vagón. Una vez dentro, aquello parecía el juego de las sillas, con gente por todas partes luchando por tener el mejor sitio posible en medio de los gritos de quien hablaba por teléfono para explicar que todo era un desastre y que no sabían cuándo llegarían.
Me he colocado en el último vagón, detrás de un cochecito de bebé y junto a una señora que llevaba un andador. Me he escondido todo lo que he podido, mientras en cada estación subían muchas más personas de lo normal, hasta formar un muro que no me permitía ver nada más allá de mi libro. Ni una sonrisa, ni una cara amable. Alguien soplaba y otro se quedaba mirando la nada, supongo que imaginando una vida mejor que ir encerrado en una lata de sardinas aferrado a otros cuerpos. Ahora bien, aquí hay que hacer un agradecimiento importante al comportamiento de los pasajeros: ni un mal olor a aerofagias o sudor. Porque el hedor no ayuda en circunstancias extremas.
El momento culminante ha llegado a la estación de Santa Maria, donde casi hemos estado media hora parados -había un tramo de vía única y el tren en sentido contrario tenía que pasar antes-, un tiempo durante el cual el tren se ha llenado hasta el punto de que aquello parecía un concurso sobre los límites del espacio. Incluso han subido tres bicicletas, a las que los pasajeros han dejado pasar aferrándose más unos a otros.
La llegada a Palma ha sido épica, con tantas personas esperando el tren que no se podía ver ni en qué estación éramos. El maquinista ha salido al andén abucheando que dejaran salir a la gente de dentro –¡nos lo habíamos ganado!–, mientras que los que querían entrar nos miraban con una mezcla de miedo y de rabia. Cuando la señora del andador ya pensaba que tal vez debería quedarse a vivir dentro del tren porque no tenía manera de salir, una joven la ha cogido del brazo mientras que yo hacía espacio con el andador en las manos, como si fuera una domadora de circo. Las tres hemos acabado sudando en el andén, nos hemos despedido y hemos seguido nuestro camino. Hasta la próxima.