Por el agujero de la cerradura, por el agujero del gato

¿Debemos negarnos a compartir con los demás lo que a nosotros nos ha sido dado por la fortuna no pedida de haber venido al mundo justamente en esta isla?

PalmaLas cosas dependen a menudo de cómo se miran. Los defensores de nuestra vida como avatar turístico, que hay en balquena, dicen a menudo que quienes critican el turismo son gente desconectada de la realidad, ofuscada por ideologías (ellos, los defensores del turismo de masas, no tienen ideología), empeñada en hacer pasar por verdad dogmática lo que no pasan de ser percepciones subjetivas. ¿Masificación? No sé dónde será esto, en mi finca reformada por un estudio de arquitectura sueco bailamos bien anchos. ¿Falta de agua? Yo tengo la piscina llena y al abrir los grifos sale agua fría y caliente a querer. ¿Degradación del paisaje? Si vienen tantos millones de turistas será que no está tan degradado. ¿Precarización laboral? Carai, y si no trabajan de camareros y camareras, ¿de qué quieren hacer? ¿Incivismo, suciedad, problemas de convivencia? Bueno, ¿la gente también tiene derecho a divertirse un poco, o no?

Si miramos esta estampa de playa, nada está fuera de lugar. El fotógrafo Ismael Velázquez la ha enfocado de tal modo que la imagen queda encerrada en un círculo y nos da la sensación de mirar a través del agujero de una cerradura. Una sensación, por tanto, de confidencialidad, de indiscreción, de chisme, como si estuviéramos viendo lo que en principio no nos corresponde ver. Y sin embargo, nada de lo que vemos es censurable, ni desordenado. Al contrario, es una estampa armónica, en la que los elementos que la componen parecen haber sido colocados siguiendo algún tipo de idea previa. La figura central es la de un hombre maduro, de pie mirando hacia el mar, de espaldas a nosotros, envuelto en una toalla de playa desde el vientre hasta los pies, como si fuera un traje. A los pies se encuentra la arena, una franja ligeramente tostada que pronto deja paso al azul del agua del mar en una primera línea divisoria, que se convierte más arriba en la línea del horizonte, donde se dividen los azules del mar y del cielo. En la parte inferior de la imagen vemos muchas figuras más pequeñas: son cabezas de mujeres en remojo, y, más en primer término, una bolsa deportiva con ropa al lado. Después, las otras dos grandes protagonistas: a la derecha, junto al hombre que nos da la espalda, la silla blanca, elevada, de un vigilante de playa (que no está). Una boya que flota, en la misma línea que el asiento de la silla. Más allá, ocupando toda la parte superior central de la foto y rompiendo la línea del horizonte, una embarcación de esparcimiento, sobre la que un grupo de personas disfrutan de un paseo tranquilo bajo un cielo de verano impecable.

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¿De qué se queja?, parece que nos digan cada una de las partes de la foto, y también su conjunto. ¿Qué problema ven aquí? Son personas que se lo pasan bien sin dañar a nadie, disfrutando de un descanso que seguramente se han ganado a pulso después de todo un año trabajando en las todas, en este entorno paradisíaco en el que los mallorquines tenemos la suerte de haber nacido. ¿Debemos negarnos a compartir con los demás lo que a nosotros nos ha sido dado por la fortuna no pedida de haber venido al mundo justamente en esta isla? ¿Es posible que seamos tan egoístas? Y si no sólo lo compartimos, sino que –a cambio de darles acceso por unos días a nuestra roqueta privilegiada, ¡sólo por unos días!– nuestros visitantes dejan aquí un dinero que es el p del que vivimos, ¿qué mal hay?

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Una decisión premeditada

Más que un mal, existe un punto de vista. Un cierre del foco, una decisión premeditada de mirar sólo lo que conviene a una determinada manera de entender las cosas. El gato pasa por el agujero del gato porque no tiene otro sitio para entrar y salir. El indiscreto mira por el agujero de la cerradura porque quiere ver lo que no debería ver. ¿O lo hace para complacerse a ver sólo lo que le interesa mirar? La retórica del pasado verano, según la cual se reconocía con la boca pequeña que había problemas a solucionar, ha dado paso este verano a un triunfalismo descarado, que se hace institucionalmente presente en los medios y en las redes y que viene a decirnos que ya no hay ningún problema. Se ve que la Mesa del Pacto por la sostenibilidad ha hecho un trabajo ejemplar y ya no debemos preocuparnos por nada. Vivimos en una permanente mañana de verano en la playa, despreocupados, con los pies en la arena o navegando en un divertido catamarán.