En voz alta

¿Qué espacio estamos dispuestos a reservar, para la voz de los demás? En un mundo que va hacia el individualismo, en el que las personas se escuchan cada vez menos, la palabra dicha o sentida puede llegar a ser un bálsamo contra el aislamiento y la falta de empatía, una forma de salir de uno mismo. Pensaba estos días, después de asistir a la lectura íntegra de la Misma del génito disparo, de Miquel Àngel Adrover Perelló, en la iglesia Vella de Calonge, organizada por el poeta, narrador, dramaturgo y confabulador Joan Tomàs Martínez Grimalt y por el también poeta y traficante cultural Pau Vadell y Vallbona.

Más allá del magnífico poema antiépico de Adrover, que es, según lo definió Martínez, una "transtextualización" de La deja del genio griego, de Costa y Llobera, y que esperamos poder ver publicado pronto, o más a menudo sobre los escenarios, el formato me llamó la atención. ¿Cuántas oportunidades tiene el público isleño de asistir a lecturas íntegras de obras literarias medianamente extensas? No hablo de recitales fragmentarios o de más de un autor, sino de empezar a decir en voz alta un libro por la primera página y no terminar hasta llegar al desenlace. Como en las tertulias que se celebraban hace cien años en la casa de Joan Alcover o de Guillem Colom, por ejemplo, en las que a menudo se daban a conocer los nuevos libros de los asistentes, o bien en la ya mítica presentación de la novela Si yo fuera carpintero y tú te dijeras María, de Blai Bonet, en la que el autor de Santanyí decidió presentar el libro… Presentándolo. Es decir: leyéndolo todo entero para quien le legara.

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Aunque pueda parecer extraño, en otros países de Europa, como Francia o Alemania, ésta es una práctica bastante común, y la gente está encantada de pagar una entrada para poder asistir. Aquí, en cambio, debemos remitirnos a casos como el de Bonet oa excepciones contadas, como la lectura íntegra del hilarante y lucidísima La miopía, la primera novela de Martínez Grimalt, poco antes de su publicación, también en la iglesia Vella de Calonge. O bien a propuestas literarias hechas en el Principado, como el festival Clásicos, de la Casa de los Clásicos, en la que David Verdaguer, Elisabet Casanovas y Carlos Cuevas han leído el De profundidad, de Oscar Wilde; los periódicos de Anaïs Nin y La vida en los bosques, de Henry David Thoreau, respectivamente, o bien el festival Alcools, dirigido por el poeta y traductor felanitxer Andreu Gomila, en el que los espectadores han podido disfrutar de las lecturas o representaciones íntegras de Padre qué hacemos con la madre muerta, de Antonia Vicens; La cremallera, de Martí Sales; elArnau, de Adrià Targa y las Lumineras festísimas, de Oriol Sauleda, entre otros, a cargo de los propios autores.

En la lectura de Adrover no había menos gente que la que hay habitualmente en un recital de poesía colectivo o de fragmentos y, en cambio, todo el mundo salió con la sensación de haber testimoniado algo irrepetible, especial. Quizá sea un camino por explorar. ¿Quién lo ha dicho que los libros no se pueden leer también en comunidad y con las orejas?