Mallorca en transición
A veces hay libros que se adelantan a su tiempo, o que sin adelantarse en ellos recogen el espíritu de toda una época. Pueden ayudar, incluso, a imaginar futuras, o mejores. Ésta es la sensación que he tenido con la novela Monumento, de Alba Noguera (Palma, 1997), ganadora del VIII premio Antoni Vidal Ferrando y publicada por el sello calongí Adia Edicions.
El argumento es sencillo: Blai es un chico que vuelve a una isla después de vivir un tiempo en el continente, y que ve cómo él y la isla, en los últimos años, han emprendido caminos inversos. Él, hacia sí mismo, después (o durante) de una transición de género que le ha llevado a asumir ese nombre y una identidad más cercana a la masculinidad, pero no del todo binaria. La isla, en cambio, vive los estragos de haber huido durante demasiado tiempo de sí misma, y ahora le ocurre que no se reconoce. Así, con un inteligente y sutil juego de reflejos, Monumento presenta la vivencia de un chico que se reencuentra con lo que un día había sido su casa y su gente (sobre todo, su madre), mientras que la isla se encuentra llevada por la resaca como si hubiera sufrido un temporal.
Es evidente que la isla puede identificarse con Mallorca. Y el paralelismo se hace aún más patente en las descripciones que se hacen de este espacio: "Todo desaparecía. Todo. No quedaba nada de la isla. Ni un solo grano de arena. Ni una sola persona que hablara su lengua, nadie que recordara cómo se movían los cuerpos dentro del mar cuando era verano y no había prisa". O bien: "La silueta de la isla cambió, y también su densidad. Ya no había, sólo, el presente. Empezamos a vivir en un tiempo diferido, despojados del pasado que nos conformaba. […] Una masa cada vez más veloz de personas que llegaban y marchaban, que pisaban y alteraban la forma de los paisajes, las calles." Blai, en cambio, vive un proceso de construcción y afianzamiento de su identidad. "Me llamo Blai y tengo voz", declara, es "un cuerpo que vuelve a casa" y que aprende a vivir de otras maneras gracias a los consejos, entre otros, de su madre: "Cuestionala siempre, el miedo. Cuestiona siempre la alegría". Con toda la lucidez, deja atrás la disforia por abrazar la euforia de género, el amor por la tierra y quien la habita con él.
Con Monumento, Alba Noguera construye una novela que habla sobre todo de un personaje, de Blai, pero que también habla de nosotros en un bellísimo y trabajado ejercicio de polifonías: porque oímos su voz, pero también podemos leer el diario de Duna, cuando era pequeña, los monólogos interiores de la madre y de Cel, el corazón de "Nosotros" y el de "Nosotros" y el de y casi febril de un sueño y todo lo que hay en medio. Como dice Noguera en un punto de la novela, "volver a casa siempre es reescribirla". Monumento lo hace, y nos ayuda a imaginar otras islas, otros cuerpos, otras formas de ser y de vivir en comunidad que huyen de lo dado por hecho, de lo establecido. Es un libro que amplifica. Y, a mí, me ha hecho feliz.