Lecturas místicas (II): El espíritu animal primigenio
Atravesamos, a lomos de la palabra, nuestro mar-cementerio y un océano con bancos de plásticos, hasta el continente americano, donde la poeta uruguaya Marosa di Giorgio dice misa. En uno de sus habituales paseos de observación por el campo, un dios en forma de venado le anuncia que su único destino es escribir poemas. En el ensayo Místicas (WunderKammer, 2025), Begoña Méndez escribe que "Dios, como la música, es algo que no se entiende y sólo se siente". La naturaleza no humana nos ha hablado de siempre; cuando lo escuchábamos, lo interpretábamos como una divinidad, o una existencia anterior del alma. Méndez cuenta las historias de poetas y pensadoras que aceptaron esta llamada, y describe la mística femenina como "una práctica hereje y disidente que devolvió a la carne su dimensión sagrada". El cuerpo, el objeto que nos contiene, cuyo elemento físico luchamos por separarnos a la hora de trascender el espacio-tiempo, toma la función de médium entre la vida en la Tierra y la de más allá.
En el mismo continente, ríos arriba, Patti Smith se prepara un café y se sienta a trabajar en el escritorio-altar, que preside un retrato de Rimbaud. Una Fe-jefe Iglesia. A catequesis, de adolescente, los curas le dijeron que no hay sitio en el reino de dios para el arte; en 1959, se deleía por el estandarte y la espada de Juana de Arco, algún talismán en contacto con el que se alcanzara el Conocimiento; medio siglo más tarde, cree que las místicas recibieron "un mayor don que la salvación terrenal: la verdad de sus voces". La palabra 'mistérica' capaz de viajar de lo inconocido hasta la palma de la mano que escribe. Si el cuerpo es la herramienta, debe estar a temple y afilado: por eso, místicas y artistas lo someterán a ayunos, al esfuerzo físico oa intoxicaciones.
Deshacemos la travesía para anclar en la Mallorca del verano de 1936, cuando (además de gestarse el terror local) empezaron a refugiarse jóvenes artistas que no se ven con el corazón de enfrentarse a la maldad indecible que se concibe de una... exime a nadie". Annemarie Schwarzenbach fotografía a los hijos del escritor Thomas Mann, que se desintoxican del desespero en una playa. Se nos aparece en el ensayo Cabalgar el abismo, de Tomeu Canyelles (Leonard Muntaner, Ed., 2025), y en los dietarios de la escritora de Muerte en Persia (trad. de Laura Obradors; Ángulo Editorial, 2025). Escapándose del consumo de alcoholes y morfina, en busca del desierto, del vacío y la soledad absolutos, Schwarzenbach condena el cuerpo a un paisaje que le parece lo único que se avendrá con su espíritu impotente, desamparado, profundamente deprimido. Casi no come, sólo anda. En medio del silencio y la inclemencia de aquella tierra, se le aparece un ángel (no dulce y de la guarda como los de la Iglesia, sino duro y directo, como los de Antonia Vicens), y lo escribe, por más que escribir le supone "un esfuerzo terrible y seguramente infructuoso".
Sin embargo, nota todavía la pulsión que hace empuñar el bolígrafo. Un tipo de fe colectiva, ultraterrestre; una humanidad contenida en el papel en blanco, a la espera de que la reavivamos. O quizás, la simple necesidad de hacer algo repetidamente, el vivir día a día que salva de precipitarse a la no existencia. "La experiencia poética o es Ritual o no es", escribe Damià Rotger en Deriva Flor (Llentrisca Edicions, 2025). Mística contra entretenimiento. El poeta y tipógrafo observa todas las dimensiones de cada cuerpo y cada cosa, y compone con unos ojos alucinados que no juzgan. Retirado en la Casa de Artistas de Montpalau, permite que la luz de los faros de Menorca le muestre, fugaz, el camino que conecta nacimiento, amor y muerte –entre el universo al que damos forma y nombre, y el que sólo se siente. Cargado con tres pérdidas vitales (madre, amor y paisaje), comparte el gesto de Vicens cuando lanza la mochila a las vías; la revelación de Smith que "todo debe desaparecer"; y la certeza de que "son los adiós la medida de todas las cosas", y de que "las cosas sólo tienen la forma de lo que son. / Eres tú que te pareces a todo".
El artista cabalga "a la deriva, hacia un dios promiscuo y ensilvestrado" como el de Marosa di Giorgio, consciente –con la agudísima Patti– que "persigue al infinito, pero debe crear en la Tierra". Hemos estado demasiado tiempo sin escuchar a nuestro espíritu animal primigenio, terrestre; y ahora se calla, tan herido como nosotros. El sufrimiento humano se convierte en clarividencia sólo en contacto con sustancias lisérgicas, sedantes y alucinógenas, o en el tránsito dolorosísimo de pensamiento (sentimiento) a lenguaje. En un mundo material y materialista, ¿y si nacimiento, amor y muerte, ya sólo se tocaran en los objetos inanimados que, como imanes, nos atraen? (Continuará...)