Hablemos de genialidad, Rosalía
Hay artistas que, cuando encuentran la fórmula que funciona, se aferran a ella como si fuera un salvavidas. El mercado premia la repetición y castiga el riesgo. Es más cómodo copiarse a uno mismo que intentar abrir nuevos caminos. Por eso el nuevo disco de Rosalía, Lux, tiene un valor que va más allá de la obra concreta, mucho más allá de sí mismo. La cantante catalana pudo continuar explotando el camino que le ha dado fama, reconocimiento y una lluvia de millones. Pero ella ha decidido hacer lo contrario: asumir la incertidumbre, tomarse tiempo desconectándose de la dictadura de las discográficas, explorar lenguajes y registros desconocidos, exponerse a errar.
Podrá gustar más o menos; podrá ser un trabajo más o menos logrado. Incluso podría ser –y no digo que lo sea– un álbum irregular. O todo lo contrario, acertado de pies a cabeza. No hablamos de eso. Lo importante aquí es que para crear de verdad, y aún más para poder llegar a ser geniales, es necesario tener la valentía de equivocarse. Todos los artistas geniales la cagan. La creación no avanza sin la disponibilidad a rasgarla.
Pero el riesgo, solo, no hace un artista. El riesgo tampoco es un acto ingenuo. Rosalía no improvisa, sino que trabaja desde el oficio. Y aquí entra en juego una idea que deberíamos reivindicar mucho más a menudo, sobre todo en las largas épocas que llevamos confundiendo espontaneidad con talento y alejando a la juventud de toda tradición. Hablamos de formación, del oficio. En este sentido, el añorado escritor Guillem Frontera transcribía una conversación con el pintor Ramon Canet que aquí es casi un deber de recordar: "Sin un buen dominio del oficio, acabas yendo por donde posiblemente no quisieras ir. El oficio es la condición sine qua non para alcanzar la libertad creadora". Y el artista aún añadía: "Dominio del oficio no debe confundirse con habilidad o facilidad para hacer las cosas, que tan a menudo lleva a una obra superficial. Significa la capacitación profesional, de carácter artesano, para llegar a donde querías. Sin eso, debes ceder demasiado terreno a un mal sucedáneo de la libertad creadora, que es la improvisación".
Rosalía, con el supertrabajo que es Lux, ejemplifica exactamente esta idea. Su formación clásica –y diversa también– no es una anécdota biográfica, es una herramienta central de su libertad creadora. Conoce la tradición y la respeta, muy consciente de que nadie comienza de cero. Y es con ese conocimiento que puede convertir los ases que tiene en la mano en comodines para utilizar allí donde quiere, donde los necesita. Cada decisión creativa, cada desviación, cada ruptura tiene un fundamento sólido, porque hay una artesanía que lo sostiene.
Es por eso que la cuestión no es si el lugar de llegada es impecable o si podría haber sido mejor. Lo importante es que el artista avanza por el camino que quiere, no por lo que le imponen el mercado, la inercia, el miedo o las propias limitaciones. Y desde aquí es donde, más a menudo que no, se encuentra la genialidad.