Ecoansiedad, negacionismo y colapso
Las políticas ambientales tienden a preservar el crecimiento económico, sostenido sobre una economía del carbono
PalmaEl ecologismo ha puesto el foco de atención en el deterioro ambiental. Desgraciadamente, los datos e informaciones de los ecólogos, expertos climáticos y científicos sociales no son buenos y apuntan en la misma dirección, hacia un agravamiento significativo en las condiciones de vida de la humanidad y del planeta y, por tanto, confirman la magnitud global de la crisis ecosocial e indican que nos estamos aproximando a un escenario de col. Simultáneamente, a medida que la ciudadanía más sensibilizada e informada ha ido conociendo esta situación de degradación y tomando conciencia del estado moribundo y de no retorno, ha ido desarrollando también un miedo crónico ante las consecuencias vitales y existenciales que puede provocar el fin de la civilización industrial. Se trata de una reacción psicológica natural y previsible que se ha popularizado con el nombre de ecoansiedad, un estado de ánimo que afecta cada vez a más personas.
De acuerdo con esta visión, la ecoansiedad o ansiedad ecológica se puede entender como una reacción emocional que surge ante la conciencia de la proximidad de un colapso ecosocial, y especialmente ante la percepción de que las principales amenazas que lo provocan, como la emergencia de la emergencia y la in contundentes y eficaces.
El presente desolador
La ecoansiedad nace de una mezcla de emociones y sentimientos, relacionados con el desencanto y la impotencia que se siente hacia un presente desolador e indeseable, y el miedo y la incertidumbre que despierta un futuro que se presume de que aún será peor. Puede decirse que la ecoansiedad está vinculada a la conciencia social de la falta de voluntad de los gobiernos de abandonar la senda del crecimiento causante del cambio climático ya la percepción del fracaso del ecologismo en su intención de influir en la toma de decisiones políticas que contribuyan a revertir una situación cada vez más dramática e irreversible.
La ecoansiedad se ha convertido en un fenómeno colectivo generalizado que expresa una conexión muy estrecha entre la salud ambiental y la salud física y mental, ya que la salud del entorno natural es una amenaza preocupante que puede afectar al bienestar emocional y alterar el estado de ánimo, provocar estrés mental, desgano, desgana, más graves y permanentes como la depresión, la apatía y la melancolía, y afectar a las relaciones personales, las perspectivas y proyectos personales.
Es muy evidente que las políticas ambientales aplicadas por los estados tienden a preservar el crecimiento económico, sostenido sobre una economía del carbono, a expensas de la salud y la habitabilidad del planeta, a través de acciones que subvencionan y protegen los intereses de las grandes empresas energéticas, con medidas que no impiden el uso de las energías f. Y saber que la esperanza depositada en la transición energética es injustificada, genera aún mayor ecoansiedad. La sospecha de que la transición energética es un fraude se está confirmando, no sólo por las razones que en su día han aportado algunos estudiosos como Antonio Turiel, y las advertencias fundamentadas de que las renovables por sí mismas no pueden sostener el actual sistema de producción y consumo y crecimiento, sino porque, además, esta esperanza de la humanidad depositada en la transión combustibles fósiles por las energías limpias, está absorbiendo las renovables e integrándolas de forma agregada a las otras fuentes de energía, como muestra de forma lúcida y empírica Jean-Baptiste Fressoz en su libro, Sin transición (2025). Según Fressoz, la transición energética, en realidad, es un relato tranquilizador, pero falso, porque el recorrido por la historia de los usos de la energía permite observar una dinámica energética regular que se mantiene en el tiempo, que funciona en la época presente y ha funcionado en el pasado, y que consiste en superponer las distintas fuentes de energía, poniéndolas a disposición de la sociedad. Esta visión desmonta tanto el mito de la sustitución del carbón por el petróleo, como desmiente también la descarbonización de la economía.
Tampoco podemos confiar nuestra salvación en la fe en la tecnología y esperar pasivamente que las cosas cambiarán introduciendo innovaciones que no alteran el estilo de vida consumista y productivista ni reducen las desigualdades existentes. El falso solucionismo tecnológico no hace más que decepcionar las expectativas ciudadanas y apaciguar la certeza de que lo único que está consiguiendo, en el peor de los casos, es alimentar al negacionismo, y en el mejor, retrasar mentalmente el colapso.
Llegados a este punto, algunos pueden pensar que más vale no saber la verdad, porque es incómoda, dolorosa y provoca inquietud y sufrimiento y otras emociones negativas, y que es más conveniente, e incluso más adaptativo en la inmediatez, adoptar la estrategia del avestruzamiento, no mirar de cara a la realidad, e intentar mirar de cara la realidad, e intentar falsa creencia de que ignorando los problemas estos casi desaparecerán, en espera de que será el camino más corto hacia la felicidad. Esta actitud de ignorancia voluntaria tiene un fuerte componente irracional y no sólo explica el negacionismo, sino que está en su raíz.
El derrumbe global
La ansiedad vinculada a la amenaza de derrumbe global es una afectación de las personas informadas. Esta afirmación explica psicológicamente el negacionismo climático como una reacción defensiva frente a la imposibilidad de asumir la verdad incómoda del suicidio de la humanidad. Según esta interpretación, la ecoansiedad y el negacionismo tienen en común el hecho de ser mecanismos psicológicos de autodefensa frente a una situación inasumible. Ambos fenómenos tienen una base psicofísica en el cerebro reptiliano, puesto que se activan a partir del instinto de supervivencia, fijado evolutivamente.
El filósofo australiano Glen Albrecht ha identificado una variante de la ecoansiedad que ha llamado solastalgia, y que describe como la sensación de pérdida o duelo que experimentan las personas ante la destrucción del entorno natural más cercano, con el que mantienen un estrecho vínculo sentimental.
A escala local, la ecoansiedad se confunde con la solastalgia, y se mezcla con los sentimientos de frustración, impotencia, nostalgia, rabia e indignación que experimentamos aquellos que nos sentimos arraigados en Mallorca y nos preocupa ver que el gobierno de turno sigue sacrificando el territorio que amamos a los intereses económicos. Paradójicamente, la ecoansiedad se convierte en un estímulo para incrementar el compromiso en la lucha ecologista, movidos por la voluntad de vivir y una ética solidaria con las generaciones futuras. Por eso, a menudo canalizamos pacíficamente nuestros sentimientos a través de la protesta callejera.
Desde un punto psicológico, alzar la voz y expresar públicamente la queja se puede interpretar como una forma de evitar los remordimientos que nos produciría saber que no hemos hecho todo lo posible para defender nuestro entorno de la destrucción. Quienes queremos Mallorca estamos convencidos de que tenemos razón, pero nos dejamos llevar por los sentimientos, porque sabemos que tienen más fuerza que los argumentos, no damos ninguna validez ni ética ni moral a la pasividad y la inacción, porque tenemos el deber de actuar, a pesar de saber que formamos parte de una minoría que ha sido incapaz de transformar el sistema económico y social. Y somos activistas también porque es la terapia más saludable contra el pesimismo.