Un día sin pagar
PalmaEn este mundo que hemos construido entre todos, no puede estar un solo día sin gastar. Los gastos no se detienen ni cuando dormimos, mientras el nevero queda encendido en la cocina. Pero hay algo que sí que podemos hacer: elegir un día a la semana y pasarlo sin pagar nada. Beber el café en casa, descongelar el pan que habíamos guardado por si acaso, dejar de lado aquella compra que teníamos pendiente... La sensación es extraña y poderosa, porque de repente hacemos un paréntesis en nuestra condición de consumidores y recordamos que nuestras existencias van más allá del acto de sacar la tarjeta o unas monedas. Las actividades por las que no debe pagarse son sencillas y me atrevería a decir que humanizadoras: pasear, sentarme en un banco y contemplar qué pasa a nuestro alrededor, leer ese libro que tenemos en la mesita de noche desde hace meses, escuchar una música evocadora o preparar una fiambrera para llevar al trabajo y no tener que comer fuera.
Eso sí, hay una condición adicional que convendría cumplir: ¿qué tal si dejamos de pensar que mirar el móvil es una manera de pasar el tiempo? ¿No es hora de que seamos unos radicales y vayamos a las raíces de nuestra persona, sin ninguna pantalla como intermediadora? ¿No puede ser que miremos la pantalla para no contemplarnos a nosotros mismos? Puede ser, si todo el mundo hiciera lo mismo, las empresas, el sector del comercio, el de la restauración, se quejarían (aún más). Es tan lícito como pensar que ya no nos gusta esta sociedad en la que el dinero nos coloca en determinadas categorías frente a las demás personas. El sistema no quiere que detengamos, porque vive de nuestro anhelo de posesión. ¿No sería algo maravilloso tomar el control?