¿Dónde está el alma de sa Pobla?
Durante la guerra (in)civil y los años posteriores, la plaza del Mercado de sa Pobla y un almacén de madera que le confrontaba fueron el escenario de una de las represiones más duras y crueles que se han vivido en el pueblo. Can Garroví –como se llamaba la nave de maderas– y todo el espacio de la plaza fueron rodeados por alambres con púas para confinar el batallón de trabajos forzados destinado a la construcción de un ferrocarril para uso militar que debía unir Sa Pobla con Alcúdia. Realmente, tuvimos un campo de concentración formado por unos doscientos soldados que habían sido fieles a la República. Más que prisioneros, vivieron allí durante cerca de tres años como esclavos, y la plaza del Mercat fue su mundo y epicentro.
Unos años antes, y hasta bien entrado el siglo XX, la misma plaza o explanada había servido como mercado para el intercambio de paja y ganado de toda clase. Carros venidos del Pla de Mallorca llegaban tira a tira, justo al amanecer. Durante más de un siglo, la plaza servía y ha servido para mercadear todo tipo de productos de marjal, ganado y aves de corral. Cuando un campesino tenía género del campo que quería vender al por mayor o al por menor, cogía el carro o el tractor y los domingos iba hasta el Mercado a vender lo que podía. Las barrenas eran para los domingos.
En los años sesenta del siglo XX, la exportación de la patata temprana iba a las todas, pero nos exigieron una inspección fitosanitaria bastante controlada y rigurosa de los tubérculos que los gavillanos sacaban a marjal. ¿Dónde colocaron la maquinaria y las básculas que durante unos treinta años ayudaron a realizar este control, necesario para la exportación? En la plaza del Mercat.
Las historias, la gente, los animales, los feriantes, las aves de corral, las macetas y planteles, los talleres mecánicos de Can Eixut, las yeguas del centro de reproducción, el Instituto de Enseñanza Secundaria, la actual escuela de Primaria, los prisioneros esclavos… todo ello ha escrito bellas y duras. También han creado un genius loci, un alma o un vínculo con la memoria del sitio. Los espacios de encuentro, trabajo y relación humana tienen un poder simbólico grande, que a veces –con las reformas urbanísticas actuales– a menudo se borra, olvida o menosprecia. Escribo estas palabras porque en las IX Jornadas sobre Turismo, celebradas en Sa Pobla el pasado 22 de noviembre, fue presentado un proyecto de reforma de la plaza del Mercat, y este es el motivo del artículo.
El trabajo presentado y propuesto para la futura plaza del Mercat seguramente será funcional, dará más juego a los peatones y los ciudadanos, pero cuando hube escuchado a los dos arquitectos que han diseñado el proyecto, mi piel me decía que estábamos ante una idea o proyecto sin personalidad propia, correcto pero frío, que sería intercambiable con cualquier pueblo de Mallorca: carecía de identidad. El hilo rojo con las historias que os he escrito antes se había roto. No tenía ningún elemento –ni simbólico ni material– que conectara con la historia social del espacio. Una vez más, parece que recordar el pasado o investigar las señas propias que nos han apuntalado puede 'limitar' la modernidad y la vertiente práctica. No veía ningún vínculo por ninguna parte. Recordé en voz alta, en la sala, que no sólo venía gente a buscar sol y playa; quienes realmente les 'atrapaba' de nosotros y de Mallorca era nuestra autenticidad heredada.
Bibliografía y ejemplos de lo que intento deciros encontramos muchos. El antropólogo Marc Augé habla de cómo la modernidad tiende a borrar memorias para crear 'no-lugares' sin alma y poco queridos. La arquitecta Carme Fiol, en La memoria de los mercados, reflexiona sobre cómo los antiguos mercados pueden inspirar el diseño de plazas y darles carácter y alma. Pienso que debemos replantear esta remodelación de la plaza del Mercat. Puede tener un futuro mejor. Personalmente, no me gustan las obras públicas actuales, porque tienen tendencia a la homogeneización y banalización: bancos, árboles, pavimentos, todo estandarizado y sin referencias simbólicas. La idea que me daba vueltas por la cabeza el día de las jornadas era: ¿dónde queda la pertenencia y la identidad que nos hace sentir arraigados y sentir que estamos 'en casa'?
Antes hablaba del genius loci. Los romanos hablaban ya del espíritu protector de un lugar: una especie de 'genio' o presencia espiritual que caracterizaba una casa, un bosque o un mercado. De esto se trata: preservar y conservar el carácter profundo de un lugar, y no sólo el aspecto físico y estético sino también la memoria histórica, los usos tradicionales, la vida cotidiana, los valores culturales y las historias vividas en él. Respetar, interpretar y crear un espacio contemporáneo pero arraigado. Que nos haga sentir orgulloso.
En la obra de Norberg-Schulz hay dos ideas centrales que nos van bien para lo que he intentado compartir con ustedes. En primer lugar, que la arquitectura debería significar visibilizar el espíritu del lugar, del espacio. Es decir, el técnico no debe crear un sitio desde cero, sino hacer visible lo que ya está ahí y ha estado. Y la segunda idea le entiendo cómo habitar significa pertenecer a un lugar.
Aún estamos a tiempo, de mejorar el proyecto presentado para remodelar la plaza del Mercat. Y también otros proyectos que están en marcha. No borramos los espíritus de los antepasados.