Alineados con el Ministerio de la Guerra

Sí, hoy volveré a escribir sobre Trump. No es obsesión, sino preocupación por lo que ocurre al otro lado del Atlántico, porque lo que ocurre en Estados Unidos siempre ha sido una especie de horizonte de lo que después acaba por pasar en Europa y, sinceramente, esto me preocupa y mucho.

El capitalismo vigente necesita cada vez más violencia para mantener los niveles de desigualdad e injusticia existentes en todas las escalas, global y local. De hecho, los supermillonarios mantienen su alineamiento con Trump, por mucho que cada día la diga o la haga más grande. Una de las últimas ha sido el cambio de nomenclatura del Ministerio de Defensa estadounidense, que ha pasado a ser el Ministerio de la Guerra. La deriva autocrática de Trump no sólo aleja al país cada vez más de una democracia normal: es también una deriva violenta. El asesinato de Charlie Kirk, en lugar de servir para repensarse si es bueno tener una sociedad con más armas que personas, ha dado paso a una nueva fase de esa deriva.

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Estos días Trump ha vuelto a pronunciar un discurso de aquellos inseparables en cualquier manual de los fascismos del siglo XX: el del enemigo interno. Lo ha pronunciado ante los generales de todos los cuerpos del ejército para decirles que ya está bien, que el país está en guerra, y que el enemigo interno es aquello woke. Y los inmigrantes: a Trump no le ha bastado con crear una fuerza paralela al FBI y la CIA como es el ICE, una milicia de voluntarios encapuchados sin escrúpulos que se dedican a detener y detener por la calle, en el trabajo o en la escuela a aquellos que consideran algo más brown de lo deseable en uno de los países más multiculturales y racializados del mundo…

El hecho mismo de haber creado un Ministerio de la Guerra ya debería remover algo en las conciencias, si es que alguna queda, de los gobiernos occidentales: ¿es Estados Unidos realmente un aliado fiable? ¿Quién nos garantiza que esta 'guerra' que empezó hace unos meses con los aranceles no podrá hacerse contra nosotros? O que dado que somos parte de la OTAN, ¿no nos meterán en cualquier guerra por inventada, absurda o conveniente que sea para sus intereses?

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Pues no. Lo preocupante de todo es que por muy grande que la diga Trump, los gobiernos occidentales, de Starmer hasta Merz o Meloni, aquí nadie dice ni cuestiona nada. El silencio, ante tanta barbarie, es una forma de legitimar esta deriva violenta, y la violencia también se utiliza para asegurarse otros silencios, como los de unas universidades estadounidenses atacadas por Trump con bastante poco ruido por parte de las universidades de nuestro redondo, que con la excusa de hacer ciencia callamos incluso ante el negacionismo.

Puedo entender que la extrema derecha haga seguidismo de Trump y sus manías, aunque entren en contradicción con su patriotismo rancio. Pero me cuesta ver cómo los gobernantes de la derecha de toda la vida, además de no contradecir a Trump, asumen en la práctica algunos de sus postulados, como se está haciendo aquí con la inmigración. Porque lo que Feijóo y Prohens hicieron hace unos días en Formentera es exactamente lo mismo que hizo Abascal el año pasado en Canarias: ir a atizar el fuego del odio contra los inmigrantes, obviando que tanto gallegos como isleños hemos estado hasta hace dos días tierra de emigrantes.

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Cuando la inmigración que llega en patera, por mucho que se hayan multiplicado las cifras, es ridícula en volumen si la comparamos con los cerca de 20 millones de turistas que no tenemos ningún problema en gestionar. Y es una inmigración en tráfico, que ni siquiera queda aquí, pero no se pierde la oportunidad de aprovechar este drama para rascar cuatro votos en la extrema derecha. Y de paso, sin decirlo con la clarividencia de Trump, señalar la inmigración como nuestro enemigo interno mientras tú no haces lo que te corresponde para acoger de forma digna, al menos, a los niños. Trumpismo en ciernes, sin que importen lo más mínimo las consecuencias sociales de todo ello, con la siembra de tanta maldad.

Más silencios y complicidades estos días: la propuesta de 'acuerdo' unilateral de Trump y Netanyahu para la recolonización de Palestina, a lo que incluso Sánchez ha dicho que sí. La cobardía del Ministerio de Defensa español a la hora de proteger a la 'Flotilla' de solidaridad con Gaza mientras nos apuntamos sin condiciones a la guerra fría de Ucrania. Y sobre todo, el silencio clamoroso y violento de la represión en el vecino país de Marruecos, de donde provienen muchos de los nuevos isleños. La monarquía autoritaria amiga de Estados Unidos, Israel y España ya no deja salir a los jóvenes de la generación Z, pero les sigue robando la vida… ¡Pero que no vendan, eh! Si deben matarles que les maten, pero que no vendan y así el problema no existe.

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Todo ello, un mundo en el que da miedo vivir, tener hijos. Todo, por no atrevernos a dejar de estar alineados con el dueño del Ministerio de la Guerra. ¿De verdad puede ser peor que todo esto?