PalmaEn los años sesenta hubo isleños a quienes los padres les escondieron la lengua. Es el caso del inquero Jaume Payeras Alzina, de 60 años. "A mí ya mis tres hermanos, de pequeños, nos hablaron en castellano. Tanto mi padre como mi madre son bien mallorquines. La opción de no transmitirnos el catalán vino determinada sobre todo por él. Procedía de una familia industrial zapatero y pensaba que el castellano hacía más señor. Mi madre, que era hija de un diente. extraña, pero entonces, no. Era un tema de status social".
Los cuatro hermanos también acabaron hablando en castellano entre ellos por la influencia de una asistenta de Murcia. "Formaba parte de la hornada de peninsulares que en los sesenta se establecieron en Inca a trabajar en las fábricas del calzado. Se encargaba de nuestro día a día, ya que la madre trabajaba de administrativa en la empresa familiar". Muy pronto el pequeño Jaime se dio cuenta de la anomalía: "Mis padres, entre ellos, hablaban en catalán. Cuando, sin embargo, se dirigían a nosotros, lo hacían en castellano. Era un castellano del todo artificioso, poco genuino. Algunas familias de nuestro guijarro tenían un comportamiento lingüístico idéntico con los hijos. San Francisco".
Vergüenza lingüística
A Jaume, la conciencia lingüística se despertó sobre todo en 1979, a 14 años. "Pedí a los padres poder empezar 1º de BUP en el instituto Berenguer de Anoia. Hacía nueve años que había abierto como primer centro de secundaria del Raiguer. Todos mis hermanos también fueron. Aquello fue un soplo de aire fresco, un oasis de libertad en plena Transición, con profesores comprometidos con la nuestra". Aquel curso era el primero en el que todas las materias se impartían en catalán. "La mayoría de docentes eran del PSM, entre ellos Joan Lacomba y los hermanos Rayó, Pere y Jerònia. De repente, sentí vergüenza de hablar en castellano, siendo mallorquín. No quería que mis compañeros pensaran que era forastero". El aprendizaje fue fácil. "En Sant Francesc, yo ya había aprendido un poco de catalán en una asignatura que se llamaba 'mallorquín'. Y me iba bien. En Berenguer, sin embargo, descubrí que había bastantes palabras que desconocía. Esto me generaba mucha incomodidad en clase".
El siguiente paso fue hablar en catalán dentro del núcleo familiar. "Fue un proceso gradual y muy duro. Pedí a los padres por qué nos habían negado su lengua. Mi madre fue la que lo lamentó más. Mi padre, en cambio, no le dio tanta importancia porque era lo que se estilaba en la época entre una parte de la clase acomodada de mentalidad conservadora. Entonces había poca gente que fuera poca gente que fuera, pero pocas gentes fueron, pero pocas gentes fueron, pero pocas gentes. siempre han sido muy liberales". A pesar de ese entorno castellanohablante, un día Jaime se llevó una buena sorpresa. "En un estante de casa encontré Los mallorquines, el ensayo que en 1967 publicó Josep Melià para espolear a los isleños a recuperar la identidad que el franquismo nos había robado. Fue un libro que me marcó mucho. En mi caso, el cambio de lengua también significó un cambio de mentalidad".
Otra influencia importante en el despertar lingüístico del inquer fue su hermano mayor, Toni. "Se había afiliado a las juventudes socialistas, pero pronto se pasó al PSM, que tenía un componente más nacionalista. Yo, a 16 años, también hice lo mismo. Y, al cumplir los 18, ya normativicé mi DNI. Me sonaba extraño que me identificaran como 'Jaime Ignacio'". Jaume estudiaría derecho en la UIB, donde se hizo militante del sindicato Bloc Nacionalista de Estudiantes. "Entonces veraneaba en el Malpàs, en Alcúdia. Era un ambiente muy pijo, donde me sentía una rara ancianos para hablar en catalán. Sin embargo, la mayoría de mis amigos de la infancia también acabaron cambiando de lengua. Y hoy ya es normal el uso del catalán entre nosotros. No obstante, no hablamos de un catalán bastante estándar, sin expresiones genuinas". La conclusión de esta experiencia de vida es contundente: "La presión del Estado ha sido tan fuerte en nuestra cultura que incluso catalanohablantes como mis padres renunciaron a transmitir su lengua a los hijos. Ahora con ellos la comunicación ya es en catalán".
Cosa de pobres
Quien no logró de ninguna de las maneras que su madre le hablara en catalán es Cristina Avilés Marí, de 59 años, hija de ibicenca y de peninsular. "Ella murió hace cinco meses, a 88 años. Me supo muy mal su deserción lingüística con mis dos hermanos y conmigo. Siempre me decía que, en pleno boom turístico, como venía de una familia campesina, pensaba que el catalán era cosa de pobres. En cambio, veía al castellano de mi padre como la lengua que nos podía abrir más puertas. En aquellos tiempos los ibicencos no tenían ninguna conciencia lingüística".
El padre de Cristina es natural de Jaén. Llegó a la Pitiusa mayor a principios de los sesenta para trabajar de cantero en la industria hotelera. "Mi madre era la pequeña de cuatro hermanos. Vivía en San Vicente de sa Cala, en San Juan de Labritja. Fue aquí donde conoció a mi padre. Se casaron a los dos años. Entonces los forasteros eran bienvenidos. Se valoraba mucho que vinieran a ayudar en un sector, el de la construcción, en el que los mismos ibicencos".
Enseguida el joven matrimonio se instaló en un piso de Ibiza villa. "Fue un gran cambio para mi madre. De vivir en el campo y de trabajar con animales y de hacer conservas, pasó a estar encerrada entre cuatro paredes. Con mi padre siempre hablaría en castellano. Él es españolista de izquierdas y nunca ha llegado a hablarle, aunque lo entiende". Esa nueva lengua sería también la que se impondría con los hijos. "Con los vecinos de la finca, mi madre siempre hablaba en catalán; con nosotros, sin embargo, en castellano. Yo, siendo pequeña, no me cuestionaba nada". Esa anormalidad también se producía en casa de los guelos. "Íbamos todos los fines de semana. Con sus padres, ella hablaba en catalán, pero cuando se giraba a nosotros se pasaba al castellano. Entre los hermanos hablábamos en castellano. También lo hacíamos con los bojes de nuestro barrio. Muchos también eran hijos de matrimonios mixtos. En cambio, los alumnos de ocho linajes ibicencos. sin embargo, en la escuela, todo todavía estaba en castellano".
Aniquilación de la identidad
A esta ibicenca, la conciencia lingüística se despertó en 1987, a 21 años, cuando se fue a estudiar Filosofía en Barcelona. "A través de compañeros de facultad descubrí el desprecio que ha tenido siempre el Estado contra la cultura catalana. Fue entonces que me atreví a hablar en catalán. Fue un proceso natural. De repente se me despertó en el cerebro la lengua que había oído de los míos guelos, que murieron cuando yo era pequeña. De ellos he heredado el cariño por las tradiciones y por el campo pitiuso". Aquella nueva militancia no sería suficiente para poner fin a determinadas inercias familiares. "Hoy hablo en castellano con mis hermanos. Mi hermana sabe catalán, pero apenas la emplea. Mi hermano, en cambio, no sabe. Ambos utilizan el español con sus hijos".
Desde hace veinte años Cristina vive en Mallorca. "Mi caso familiar –lamenta– ilustra muy bien el proceso de aniquilación de la identidad que ha provocado el turismo en Ibiza [en los últimos setenta años la isla, con casi 160.000 habitantes, ha visto quintuplicar a la población]. En Mallorca, sobre todo en la Part Forana, se mantiene más viva la identidad con fiestas espectaculares". Ahora las visitas a Eivissa están presididas por la melancolía. "La isla se ha transformado en un no-lugar. En Vila, siendo todas las lenguas del mundo menos la nuestra. La sustitución demográfica que nos ha llevado la globalización al servicio del capitalismo ha provocado una sustitución lingüística. Me siento extraña en mi casa". Con los amigos de la infancia Cristina habla todavía en castellano. "Solo utilizó el catalán con los nuevos que hice al volver de Barcelona". Viviendo ahora en Mallorca hay algo que le indigna: "Cuando los mallorquines perciben mi acento pitiuso, se pasan al castellano. Lo mismo suelen hacer con los castellanohablantes que se esfuerzan por aprender el idioma".
"Subconsciente torturado"
En 1967, en pleno boom turístico, el político artanense Josep Melià (1939-2000) publicó Los mallorquines . La obra, que durante tres años había sufrido la censura, estaba en sintonía con Notícia de Catalunya (1954), de Jaume Vicens, y de Nosotros, los valencianos (1962), de Joan Fuster. Era una reflexión sobre la realidad estatal insular para "poner remedio a la derrota en la que hoy vivimos como pueblo". La frase aludía a la acción castellanizadora puesta en marcha en 1715 con el Decreto de Nueva Planta, que tuvo la connivencia de los partidarios del borbón de Felipe V, los conocidos 'butiflers' o 'butifarras'. El franquismo acabaría de rematar su trabajo. Todo ello llevó a Melià a hablar del "subconsciente torturado de nuestro país".
Bartomeu Bestard es el cronista oficial de Palma. Nació en 1970, tres años después de la publicación de Los mallorquines . "Mis padres –afirma– son mallorquines, él de Palma y ella de Sineu. De pequeño a mí ya mi hermano nos hablaban en castellano. Y mis padrinos maternos también lo hacían. Algunos de mis compañeros del colegio Sant Francesc de Palma vivían la misma situación lingüística en casa". En 1983, a 13 años, Bestard empezó a integrar el catalán en su día a día. "Fue algo natural. En mi caso, no hubo ningún tipo de despertar de la conciencia lingüística. Poco a poco mis padres también lo utilizaron con nosotros. Las veces que les pedía sobre el porqué de su actitud lingüística no sabían bien qué contestarme. Recuerdo, sin embargo, que mi padre me hablaba de un tío".
En abril de 1986, tres años después de las primeras elecciones autonómicas, se aprobó por consenso la Ley de normalización lingüística. El presidente popular Gabriel Cañellas quiso exhibirla como trofeo durante el II Congreso Internacional de la Lengua Catalana que debía llevarse a cabo en mayo. Era una manera de acallar a quienes le reprochaban su falta de compromiso lingüístico. Y sus detractores no se equivocaron. En 1989, ante la desidia institucional para desplegar la norma, la OCB, con Antoni Mir en la ejecutiva, puso en marcha la campaña 'La lengua, trabajo de todos'. Lo hizo bajo la maestría de la filóloga Aina Moll, antigua directora general de Política Lingüística de la Generalidad de Cataluña. "Yo –asegura Bestard– estaba totalmente de acuerdo con aquella iniciativa. Mallorquines, sin embargo, como mis primos no llegaron a pasarse nunca al catalán".
La campaña 'La lengua, trabajo de todos' tuvo el apoyo de las cinco principales instituciones insulares: tres presididas por el PP (el Govern balear y el de los consejos de Mallorca y de Eivissa-Formentera) y dos por el PSOE (el Consell de Menorca y el Ayuntamiento de Palma). Llevará casi seis años. En 1995, presionado por el diario El Mundo , el ejecutivo de Cañellas decidió dejarla de subvencionar.