La fiesta de la insignificancia

Sigo con devoción las traducciones que nos proporciona, con una fidelidad leal y una belleza expresiva asombrosa, Alba Dedeu. No sólo me parece una de las mejores traductoras que tenemos, también es una prosista superdotada: uno de los mejores cuentos que he leído nunca es uno de los incluidos en su recopilación El verano no termina nunca, una historia sencilla, pero cautivadora que habla de dos lectoras sumamente misteriosas. Y no diré nada más, porque el trabajo de Dedeu se fundamenta en la maravilla del enigma, en la grandeza que surge de la sutilidad, en la portentosidad de las elipsis y en la investigación minuciosa de los posibles prodigios que se esconden en la cotidianidad estricta, aquella que no suele ser objeto de estudio. Pues bien, el caso es que con su primera novela, La conformista, Alba Dedeu vuelve a confirmar que es una de las autoras más loables del panorama actual en lengua catalana.

La conformista explica, a través de una voz que reparte sus ajenos en una serie de monólogos que profundizan en distintos instantes vitales, de Eva y de su humilde familia. Un pretexto tan bueno como cualquier otro para hacer un retrato crudo, sin parafernalias, de la mediocridad, de la banalidad, de la grisura que nos rodea de forma obscena ejemplificando algunos de los muchos males del siglo XXI. Porque La conformista es esto: la descripción, hecha con una precisión quirúrgica que en su objetividad llega a ser incluso cruel, de una vida carente de sentido, es decir, de la mayoría de vidas del mundo de ahora. Se trata de una obra literaria condensada y bestia que genera una tensión descomunal a partir de elementos mínimos, sintéticos a más no poder, y es por el tratamiento del tema y por la escritura, afiladora. En efecto se trata de una propuesta fascinante que a veces hace pensar en Las partículas elementales, de Michel Houellebecq, y en Una mujer maravillosa, de Joan Jordi Miralles.

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Destacan, sobre todo, los detalles sensoriales, como el pívot que representa la obsesión por los olores, pero también símbolos sencillos y efectivos como el del pollo al ast, un nutridor Sísifo encadenado que funciona como una metáfora de la obra en términos panorámicos. Si los protagonistas de los filmes Paterson, de Jim Jarmusch, y de Perfect Days, de Wim Wenders, encuentran una vía de ascesis y de redención en la repetición compulsiva y en los municipales hechos cotidianos, no podemos decir lo mismo de la víctima principal de La conformista de Alba Dedeu, ajena a la conciencia de vías que conducen al faro de la trascendencia. Tal vacío existencial genera escalofríos e incita a reflexiones urgentes.